Frágiles David González Lobo Eolas Ediciones León, 2022 |
ENSOÑACIONES
En el territorio creativo personal de David
González Lobo (Barinitas, Barinas, Venezuela, 1965), que impulsa también proyectos de
gratísimo recuerdo como la revista de literatura Tinta china, con Agustín María García López, el afán lírico ha
sumado hasta la fecha las entregas No hay
casa fuerte (1991), Casa de fuego
(2005), Fragmentos de vigilia (2005)
y el balance Dulcamara y otros poemas,
que abarca la poesía reunida entre 1984 y 2011. Es un amplio tramo donde la senda verbal
encuentra su razón de ser en la lírica meditativa, en ese caminar por la
hondura que refresca y revive y nos ubica frente nosotros mismos, para transformar el entorno en la cercana periferia del yo.
La nueva entrega Frágiles, con cálida dedicatoria sentimental, despliega sus recodos verbales con citas de Luis Rogelio Nogueras y Rafael Cadenas y una mínima admonición a la voluntad, escogida de Proverbios, 3: “La piedad y la lealtad no te abandonen”. La breve receta intimista parece definir la disposición ante la la senda por hollar del sujeto existencial. Establece un afán exploratorio para indagar ámbitos de la conciencia. Habitamos un páramo, un entorno de escuetos horizontes en el que anidan zonas de penumbra, donde el protagonista interior, percibe limitaciones y flaquezas, avistadas desde las capacidades significativas del lenguaje.
Con esta percepción sale a superficie un libro denso, organizado en cinco tramos de conocimiento, que comparten un hondo cauce existencial y una estela de citas, reforzando el peso trascendido de las instantáneas vitales. El tramo auroral aporta un paratexto de Miguel Florián, Igor Barreto y Claudio Rodríguez. Da paso a la inercia pensativa que sondea los estratos frágiles de lo transitorio en la contemplación: “Arquitecto”: “Tú estás viendo la piedra, el vientre desnudo. / No te imaginas la casa, ni a las personas. / se pierde la argamasa, el llanto, el hambre”. El devenir arrastra los pasos de otro tiempo. Son vestigios y posibilidades, una conjunción de reflejos, un quizás que marca en el epitelio del hablante lírico su propio rostro entrañable y lejano, surgido en las manos del tiempo.
En varias composiciones, David González Lobo emplea el tú apelativo para crear un diálogo intimista con un yo desdoblado. Como sucede en algunos momentos de la poesía de Rafael Cadenas, uno de los magisterios del poeta, emplea una cadencia expresiva reiterativa, con son de letanía, donde la repetición genera la sensación de un viaje cíclico, de un recomenzar que crea un clima de cercanía y acogida. En esta propuesta de escritura los poemas son fragmentos autónomos, dispuestos a componer un único monólogo intimista que condensa en sus moldes el trascurso de la evocación y el aleatorio fluir de la conciencia, frente a las manecillas tercas del presente.
En el imaginario poético la onda expansiva de César Vallejo ha sido una constante. También en los ángulos expresivos de David González Lobo se perciben afinidades con su magisterio en la fertilidad de sus imágenes, y en la construcción de los itinerarios de una realidad transcendida. Entre la tierra fértil del pensamiento se hace fuerte la semilla de otra percepción que sostiene la voluntad de ser, esa necesidad de buscar sentido e inocencia.
La claridad cómplice de la esperanza, también en el estiaje, encuentra sitio en el apartado “La raíz se queda en los pájaros”. La construcción existencial va forjando, poco a poco, las dimensiones del vacío, esas olas de sombras de la pérdida y el desamparo. En el estar callado de la memoria proclaman su presencia los ausentes. Recordar es desbrozar señales; contraponer esos paisajes que deja la corriente de la temporalidad y propician mudas y transformaciones. La percepción anota cómo lo vivido se va desintegrando: “Había una vez una casa grande en el piedemonte andino. / La madre, el padre, tres niñas, dos niños y una tía soltera. / Al lado de aquella vivienda estaba la carpintería…”. Lo rutinario cobija otras vivencias, pero siempre perdura aquel quehacer de redes y raíces donde se cobijaba la ternura. Con lacónica precisión aforística, lo recalca el verso final del poema “Abedul”: “Escribo hacia la raíz, cuando oscurece”.
Hay en el apartado “En tu boca y en el río” sitio para el pálpito confidencial del deseo; el amor aguarda el canto celebratorio del cuerpo. Aflora fuerte para borrar el cansancio, para invitar al mediodía y sembrar el paisaje con “la flor de tu cuerpo”. Los poemas de Frágiles conectan la experiencia biográfica, sin la estridencia declamatoria de una realidad prosaica y descriptiva. Muestran el latido interno del pensamiento contraído en la duda. El hablante verbal desteje una poética; asume la existencia como fragilidad; desde el día inicial, la vida es un lugar de tránsito con andamios de aire, propicio a la orfandad y al lento desvanecerse crepuscular. Sumar pasos es seguir, llegar al otro lado del surco, hacer posible que la leve senda de una nube encuentre su raíz.
La nueva entrega Frágiles, con cálida dedicatoria sentimental, despliega sus recodos verbales con citas de Luis Rogelio Nogueras y Rafael Cadenas y una mínima admonición a la voluntad, escogida de Proverbios, 3: “La piedad y la lealtad no te abandonen”. La breve receta intimista parece definir la disposición ante la la senda por hollar del sujeto existencial. Establece un afán exploratorio para indagar ámbitos de la conciencia. Habitamos un páramo, un entorno de escuetos horizontes en el que anidan zonas de penumbra, donde el protagonista interior, percibe limitaciones y flaquezas, avistadas desde las capacidades significativas del lenguaje.
Con esta percepción sale a superficie un libro denso, organizado en cinco tramos de conocimiento, que comparten un hondo cauce existencial y una estela de citas, reforzando el peso trascendido de las instantáneas vitales. El tramo auroral aporta un paratexto de Miguel Florián, Igor Barreto y Claudio Rodríguez. Da paso a la inercia pensativa que sondea los estratos frágiles de lo transitorio en la contemplación: “Arquitecto”: “Tú estás viendo la piedra, el vientre desnudo. / No te imaginas la casa, ni a las personas. / se pierde la argamasa, el llanto, el hambre”. El devenir arrastra los pasos de otro tiempo. Son vestigios y posibilidades, una conjunción de reflejos, un quizás que marca en el epitelio del hablante lírico su propio rostro entrañable y lejano, surgido en las manos del tiempo.
En varias composiciones, David González Lobo emplea el tú apelativo para crear un diálogo intimista con un yo desdoblado. Como sucede en algunos momentos de la poesía de Rafael Cadenas, uno de los magisterios del poeta, emplea una cadencia expresiva reiterativa, con son de letanía, donde la repetición genera la sensación de un viaje cíclico, de un recomenzar que crea un clima de cercanía y acogida. En esta propuesta de escritura los poemas son fragmentos autónomos, dispuestos a componer un único monólogo intimista que condensa en sus moldes el trascurso de la evocación y el aleatorio fluir de la conciencia, frente a las manecillas tercas del presente.
En el imaginario poético la onda expansiva de César Vallejo ha sido una constante. También en los ángulos expresivos de David González Lobo se perciben afinidades con su magisterio en la fertilidad de sus imágenes, y en la construcción de los itinerarios de una realidad transcendida. Entre la tierra fértil del pensamiento se hace fuerte la semilla de otra percepción que sostiene la voluntad de ser, esa necesidad de buscar sentido e inocencia.
La claridad cómplice de la esperanza, también en el estiaje, encuentra sitio en el apartado “La raíz se queda en los pájaros”. La construcción existencial va forjando, poco a poco, las dimensiones del vacío, esas olas de sombras de la pérdida y el desamparo. En el estar callado de la memoria proclaman su presencia los ausentes. Recordar es desbrozar señales; contraponer esos paisajes que deja la corriente de la temporalidad y propician mudas y transformaciones. La percepción anota cómo lo vivido se va desintegrando: “Había una vez una casa grande en el piedemonte andino. / La madre, el padre, tres niñas, dos niños y una tía soltera. / Al lado de aquella vivienda estaba la carpintería…”. Lo rutinario cobija otras vivencias, pero siempre perdura aquel quehacer de redes y raíces donde se cobijaba la ternura. Con lacónica precisión aforística, lo recalca el verso final del poema “Abedul”: “Escribo hacia la raíz, cuando oscurece”.
Hay en el apartado “En tu boca y en el río” sitio para el pálpito confidencial del deseo; el amor aguarda el canto celebratorio del cuerpo. Aflora fuerte para borrar el cansancio, para invitar al mediodía y sembrar el paisaje con “la flor de tu cuerpo”. Los poemas de Frágiles conectan la experiencia biográfica, sin la estridencia declamatoria de una realidad prosaica y descriptiva. Muestran el latido interno del pensamiento contraído en la duda. El hablante verbal desteje una poética; asume la existencia como fragilidad; desde el día inicial, la vida es un lugar de tránsito con andamios de aire, propicio a la orfandad y al lento desvanecerse crepuscular. Sumar pasos es seguir, llegar al otro lado del surco, hacer posible que la leve senda de una nube encuentre su raíz.
José Luis Morante
Para el pota David González Lobo el tiempo se hace desde la raíz que tiene un pàjaro en la fabricación de recuerdos y de imágenes que lo introducen a un mundo lleno de la naturaleza que fue donde comenzó el recorrido de su poesía.
ResponderEliminarExcelente definición, querida amiga; la poesía de David González Lobo inquiere en ese viaje que enlaza evocación y presente. Suma recuerdos y vivencias para que aflore fuerte el yo en el tiempo. Muy agradecido por tu comentario, querida Erika. Y fuerte abrazo.
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