Perder el tiempo Guillermo Marco Remón Editorial Isla Elefante Palma de Mallorca, 2023 |
LA VOZ DE LOS RELOJES
La trayectoria poética de Guillermo Marco Remón (Madrid, 1997), Ingeniero y doctorando en Inteligencia Artificial, se dio a conocer con el consistente poemario Otras nubes, accésit del
Premio Adonais de 2018. En su avance por la literatura, ha participado en revistas y antologías que muestran su evolución pertinente y en
2023 es becario de la Residencia de Estudiantes de Madrid.
El poeta revitaliza su nueva entrega Perder el tiempo con dos nombres de peso, Lucrecio y Fernando Pessoa. Las citas reivindican el afán observador del sujeto y su continua percepción de lo mudable, como si fuese necesario adentrarse en recorridos indagatorios, desde la realidad inmediata, para llegar al conocimiento interior, a los sustratos que componen la identidad del yo. Un hablante verbal íntimo, cercano, confidencial, que hace de su palabra, como refrenda con hermosa textura el poema prologal “Resumen”, un espacio abierto; la existencia es reiterar pasos y erosiones, asumir que la orfandad del solitario es desbroce y poda, depuración emotiva y que conviene interiorizar la certeza de que lo cotidiano filtra una continua despedida.
En cada ser habita la extrañeza, una multiplicidad de estados que va perdiendo contornos en el devenir. Son los pliegues del discurrir, o como refrenda el título de la sección inicial: las “Maneras de relacionarse con el tiempo”. En Guillermo Marco Remón queda patente que la contingencia es una referencia temporal definitoria. Añade al registro conversacional instantáneas cotidianas, nombres propios, imágenes de la memoria que anulan la soledad y el desamparo de estar con el latir del tiempo. Se plasman en los poemas secuencias íntimas, alusiones tamizadas por el transitar, no con un mero afán enunciativo sino con ese punto de asombro connatural a lo cotidiano que pone ventanas a la imaginación.
La poesía admite la participación activa del lector que completa el poema, como sucede en “Paternalismo”, un texto que admite varias versiones al rellenar los huecos que el autor deja en los versos. Hay palabras que nacen entre la sombra, que buscan habitar la ausencia con la desnudez pactada del intimismo. El paisaje se interioriza y crea su propio espacio interpretativo para servir de marco a instantes memorables del pasado; contemplar es apropiarse de colores y formas, buscar itinerarios visuales con una orientación pactada.
La amistad y el amor confluyen como continuos vértices de reflexión, como nidos de indagaciones y paradojas que en su hondura poética acercan el caminar biográfico y las tramas argumentales. El cauce vivencial está ahí, frágil y amarillento como una hoja otoñal. Exige reflexionar sobre la propia escritura, como aseveran los versos del poema “Huyendo de la crítica”: “Y sigo caminando mientras doy vueltas… si habré hecho bien en abandonar toda formalidad, / en tender hacia la prosa, / en disfrutar de las rimas espontáneas y feas y precisas, / en haber mitificado la juventud siendo un niño viejo, / en fingir pessoanamente tanto lo que soy”.
Desde Otras nubes hasta Perder el tiempo la voz poética de Guillermo Marco Remón ha perdido carga sentimental en la reelaboración del periplo existencial y se ha decantado más por la autoafirmación del hablante lírico, por la fuerza de una voz hecha desde la lucidez y la indagación interior. Por eso los textos necesitan un mayor desarrollo enunciativo y un espacio digresivo. Se fue un tiempo auroral y cada vez queda menos de la infancia. Quien se mira en la caligrafía confidencial del diario apenas se reconoce y se cambia el hábito de jugar por las tareas cotidianas; pasó la juventud y entre los pasos del silencio fue madurando una poblada cosecha de certezas que concede al tiempo el primer plano, una continua presencia substancial.
El breve conjunto “Un domingo a solas” focaliza el tiempo en mínimos objetos cotidianos; la silla no cobija, es una incógnita que exige buscar la postura y responder a las preguntas de la convivencia. Cada vez se hace más fuerte la sensación de soledad e intemperie, ese cálido hueco de la ausencia que invita al estar sedentario.
El amor, con sus matices de nostalgia, evocación y melancolía, cobra un primer plano en “Me quedaría aquí” para buscar aquellos destellos a resguardo del primer beso o de las instantáneas que cobija el recuerdo y que salen al aire como una cometa en vuelo. Pero el tiempo dispone su estrategia y convierte el suelo fértil de los sentimientos en un lugar donde habita el olvido. La realidad se llena, tras el quedo rumor de las palabras, de una historia en pasado, de un texto con erratas que solo el tiempo puede corregir.
Queda la ausencia, un aire frío que entumece las manos y que pone en las palabras el epitelio de la despedida. Recordar es una manera de dar sentido al regreso, de pensar que todo sucedió en un ayer lejano, en el terreno yermo de un estar compartido. Perder el tiempo hace de la escritura evocación y olvido. Una ventilación del cuarto propio que puso briznas consumidas en las estanterías para que las palabras se ordenaran y aprendieran a caminar a solas.
El poeta revitaliza su nueva entrega Perder el tiempo con dos nombres de peso, Lucrecio y Fernando Pessoa. Las citas reivindican el afán observador del sujeto y su continua percepción de lo mudable, como si fuese necesario adentrarse en recorridos indagatorios, desde la realidad inmediata, para llegar al conocimiento interior, a los sustratos que componen la identidad del yo. Un hablante verbal íntimo, cercano, confidencial, que hace de su palabra, como refrenda con hermosa textura el poema prologal “Resumen”, un espacio abierto; la existencia es reiterar pasos y erosiones, asumir que la orfandad del solitario es desbroce y poda, depuración emotiva y que conviene interiorizar la certeza de que lo cotidiano filtra una continua despedida.
En cada ser habita la extrañeza, una multiplicidad de estados que va perdiendo contornos en el devenir. Son los pliegues del discurrir, o como refrenda el título de la sección inicial: las “Maneras de relacionarse con el tiempo”. En Guillermo Marco Remón queda patente que la contingencia es una referencia temporal definitoria. Añade al registro conversacional instantáneas cotidianas, nombres propios, imágenes de la memoria que anulan la soledad y el desamparo de estar con el latir del tiempo. Se plasman en los poemas secuencias íntimas, alusiones tamizadas por el transitar, no con un mero afán enunciativo sino con ese punto de asombro connatural a lo cotidiano que pone ventanas a la imaginación.
La poesía admite la participación activa del lector que completa el poema, como sucede en “Paternalismo”, un texto que admite varias versiones al rellenar los huecos que el autor deja en los versos. Hay palabras que nacen entre la sombra, que buscan habitar la ausencia con la desnudez pactada del intimismo. El paisaje se interioriza y crea su propio espacio interpretativo para servir de marco a instantes memorables del pasado; contemplar es apropiarse de colores y formas, buscar itinerarios visuales con una orientación pactada.
La amistad y el amor confluyen como continuos vértices de reflexión, como nidos de indagaciones y paradojas que en su hondura poética acercan el caminar biográfico y las tramas argumentales. El cauce vivencial está ahí, frágil y amarillento como una hoja otoñal. Exige reflexionar sobre la propia escritura, como aseveran los versos del poema “Huyendo de la crítica”: “Y sigo caminando mientras doy vueltas… si habré hecho bien en abandonar toda formalidad, / en tender hacia la prosa, / en disfrutar de las rimas espontáneas y feas y precisas, / en haber mitificado la juventud siendo un niño viejo, / en fingir pessoanamente tanto lo que soy”.
Desde Otras nubes hasta Perder el tiempo la voz poética de Guillermo Marco Remón ha perdido carga sentimental en la reelaboración del periplo existencial y se ha decantado más por la autoafirmación del hablante lírico, por la fuerza de una voz hecha desde la lucidez y la indagación interior. Por eso los textos necesitan un mayor desarrollo enunciativo y un espacio digresivo. Se fue un tiempo auroral y cada vez queda menos de la infancia. Quien se mira en la caligrafía confidencial del diario apenas se reconoce y se cambia el hábito de jugar por las tareas cotidianas; pasó la juventud y entre los pasos del silencio fue madurando una poblada cosecha de certezas que concede al tiempo el primer plano, una continua presencia substancial.
El breve conjunto “Un domingo a solas” focaliza el tiempo en mínimos objetos cotidianos; la silla no cobija, es una incógnita que exige buscar la postura y responder a las preguntas de la convivencia. Cada vez se hace más fuerte la sensación de soledad e intemperie, ese cálido hueco de la ausencia que invita al estar sedentario.
El amor, con sus matices de nostalgia, evocación y melancolía, cobra un primer plano en “Me quedaría aquí” para buscar aquellos destellos a resguardo del primer beso o de las instantáneas que cobija el recuerdo y que salen al aire como una cometa en vuelo. Pero el tiempo dispone su estrategia y convierte el suelo fértil de los sentimientos en un lugar donde habita el olvido. La realidad se llena, tras el quedo rumor de las palabras, de una historia en pasado, de un texto con erratas que solo el tiempo puede corregir.
Queda la ausencia, un aire frío que entumece las manos y que pone en las palabras el epitelio de la despedida. Recordar es una manera de dar sentido al regreso, de pensar que todo sucedió en un ayer lejano, en el terreno yermo de un estar compartido. Perder el tiempo hace de la escritura evocación y olvido. Una ventilación del cuarto propio que puso briznas consumidas en las estanterías para que las palabras se ordenaran y aprendieran a caminar a solas.
JOSÉ LUIS MORANTE
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