La satisfacción del deber cumplido 100 Años sin Andrés Manjón AA. VV. Coordinan: Javier Gilabert, Fernando Jaén, Gerardo Rodríguez Salas Prólogo de Remedios Sánchez Esdrújula Ediciones Granada, 2023 |
LA VOZ DE TIZA
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allá del rutinario desempeño laboral, los que hacen de la docencia una forma plena
de entender las relaciones entre maestros y alumnos recuerdan siempre su
filosofía germinal: el empeño por impulsar valores y conocimientos que eduquen
la sensibilidad, fomenten el espíritu crítico y den vuelo y autonomía a lo
mejor de cada ser humano. Ahora se cumple el primer centenario del
fallecimiento de Andrés Manjón (Sargentes, 1846- Granada, 1923), Catedrático en
la Facultad de Derecho, sacerdote y fundador en 1889 de las Escuelas del Ave
María, un proyecto pedagógico que reivindica la enseñanza gratuita y el empleo
de estrategias educativas encaminadas al aprendizaje activo y
compartido.
La hermosa tarea en el tiempo de Andrés Manjón culmina en ese duelo de labores y esperanzas de las Escuelas del Ave María. Una obra que admite parangón y desarrollo con la Institución Libre de Enseñanza y su filosofía regeneracionista. Supone una forma de pensar marcada por el pensamiento humanista con el empeño por buscar espacios a una convivencia equitativa, capaz de redistribuir riqueza e igualdad en una realidad social ominosa, lastrada por un abrumador analfabetismo. La tarea conjunta de varias generaciones ha multiplicado recursos y centros educativos y ha mantenido fuerte el compromiso con una educación de calidad que preserva la ciencia y el sentido intacto del legado pedagógico de su fundador.
En el prólogo, la profesora, antóloga, ensayista y editora Remedios Sánchez hace un largo recorrido por el activismo educativo de Andrés Manjón. Recuerda y analiza los aspectos biográficos esenciales en el contexto histórico decimonónico de la ciudad de Granada y concluye con una lectura ágil y detallada de los hilos argumentales del libro y de los poetas que transitan por estas páginas de homenaje.
Los coordinadores secuencian las aportaciones textuales de los cien poetas invitados, más los tres poemas propios, en cuatro tramos, titulados: “Mirando hacia fuera”, Mirando hacia adentro”, “Mirando por los demás” y “Mirando hacia el maestro”. La propuesta organizativa, según clarifica Remedios Sánchez, es un guiño cómplice a la obra El maestro mirando hacia fuera o de dentro a fuera (1944). Cada sección comparte algunas características reseñables, aunque lógicamente queda palpable la diversidad. Así la primera parte, que aglutina veintidós poetas, hace una lectura de la infancia percibida desde la edad adulta. Es un arquetipo conceptual que la infancia es un tiempo áureo, signado por la idealización, donde se hace fuerte un sentido epifánico hecho de claridad y capaz de vislumbrar un discurrir esperanzado y pleno. Desde esa panorámica están escritas varias composiciones de los integrados en esta primera senda; pero el enfoque cobija también las zonas de sombras que llevan a descubrir las disonancias y contradicciones inherentes a cualquier existencia. Véanse, por ejemplo, los poemas “Un niño en Gaza”, de Trinidad Gan, “Aylan” de Ramón Martínez o “Los niños soldados” de Mariluz Escribano Pueo que focalizan temáticas de dolor como la guerra, los movimientos migratorios o las catástrofes bélicas del continente africano, donde la infancia ratifica su vulnerabilidad extrema. Maravilloso el poema “El niño frente al mar” de Diego Medina Poveda sobre el acoso escolar y sus efectos, una de las manchas del presente que requiere mucha más conciencia social.
El enfoque del segundo apartado “Mirando hacia dentro” toma el pulso a la labor docente. Tradicionalmente infravalorada por una sociedad utilitaria y materialista, la tarea de educar supone un desempeño que trasciende el marco laboral para hacer del maestro una figura clave, capaz de moldear conciencias, de llenar la mirada del niño de descubrimientos y asentar el sentido ético como raíz fuerte de la personalidad. En la mente de todos, todavía, la tarea de las maestras de la república, como glosa el hermoso poema de Raquel Lanseros, o la gratitud de los adultos que recuerdan sus días en el aula. Jamás se borra la mano de quienes empuñaron la travesía formativa porque, como apunta Andrés Manjón, “educar es instruir y mucho más, es enseñar a pensar, a querer, a sentir a vivir”. La serie de aforismos líricos de Carmen Canet “Amor y pedagogía" suma el laconismo del decir breve con encomiable acierto a este cálido homenaje a la pedagogía manjoniana; de paso, recuerda al lector ese abrazo entre pensamiento y cauce lírico que sostiene la arquitectura verbal del género. Y profesores en ejercicio, como Francisco Javier Gallego Dueñas, testifican experiencias reales para incidir en ese aprendizaje continuo que da sentido pleno a la labor docente como deber y libertad; por su parte, Javier Gilabert, añade el epitelio vocacional de la saga familiar, tan necesario para moldear arcilla y futuro, sin púlpitos ni estridencias, haciendo de la humildad una presencia constante; en el balance entre niño y maestro aprende siempre más el maestro.
“Mirando por los demás” supone priorizar el clima colectivo sobre los intereses propios; en un tiempo que ha exaltado hasta el ensimismamiento el santuario del yo la educación requiere abrir el corazón a la palabra para mostrar otra realidad, una lección de amor que alimenta y transforma, que requiere constancia y voluntad. En el apartado, los efectos de los primeros libros, la voz intacta y cálida de la biblioteca personal, las herencias de páginas escritas que alguien dejó a resguardo para que siguieran iluminando sueños y futuros. Abren reflexiones de interés poemas de María Rosal, desde la evocación, José García Obrero, con el deje simbólico de hacer de la docencia un gesto contra el azar que pone la semilla en suelo estéril, o Sabina Bengoechea, que hace de sus versos un hermoso ejercicio introspectivo de recuperación y memoria.
Finaliza la múltiple exploración manjoniana, el apartado “Mirando hacia el maestro”, ese depositario satisfecho del deber cumplido que pone luz a la inteligencia. Dejan en este textos que indagan en la esencia del acto de educar y en el perfil humanista del hombre inquieto que se entrega a los demás con humildad y perseverancia.
En las páginas de La satisfacción del deber cumplido resalta firme la postura tenaz de Andrés Manjón que vincula la realidad humana con el ejercicio docente; no se trata de depositar contenidos sino de sembrar valores que tengan una perdurable proyección en el tiempo. Solo resta felicitar a los impulsores del homenaje, Javier Gilabert, Fernando Jaén y Gerardo Rodríguez Salas, por enlazar la memoria del hombre con la poesía en sus itinerarios de búsqueda, contrastes, elegía y celebración. Si educar es tarea de todos, dar las gracias es la mejor respuesta a quien alentó la amanecida de la plenitud del ser humano.
La hermosa tarea en el tiempo de Andrés Manjón culmina en ese duelo de labores y esperanzas de las Escuelas del Ave María. Una obra que admite parangón y desarrollo con la Institución Libre de Enseñanza y su filosofía regeneracionista. Supone una forma de pensar marcada por el pensamiento humanista con el empeño por buscar espacios a una convivencia equitativa, capaz de redistribuir riqueza e igualdad en una realidad social ominosa, lastrada por un abrumador analfabetismo. La tarea conjunta de varias generaciones ha multiplicado recursos y centros educativos y ha mantenido fuerte el compromiso con una educación de calidad que preserva la ciencia y el sentido intacto del legado pedagógico de su fundador.
En el prólogo, la profesora, antóloga, ensayista y editora Remedios Sánchez hace un largo recorrido por el activismo educativo de Andrés Manjón. Recuerda y analiza los aspectos biográficos esenciales en el contexto histórico decimonónico de la ciudad de Granada y concluye con una lectura ágil y detallada de los hilos argumentales del libro y de los poetas que transitan por estas páginas de homenaje.
Los coordinadores secuencian las aportaciones textuales de los cien poetas invitados, más los tres poemas propios, en cuatro tramos, titulados: “Mirando hacia fuera”, Mirando hacia adentro”, “Mirando por los demás” y “Mirando hacia el maestro”. La propuesta organizativa, según clarifica Remedios Sánchez, es un guiño cómplice a la obra El maestro mirando hacia fuera o de dentro a fuera (1944). Cada sección comparte algunas características reseñables, aunque lógicamente queda palpable la diversidad. Así la primera parte, que aglutina veintidós poetas, hace una lectura de la infancia percibida desde la edad adulta. Es un arquetipo conceptual que la infancia es un tiempo áureo, signado por la idealización, donde se hace fuerte un sentido epifánico hecho de claridad y capaz de vislumbrar un discurrir esperanzado y pleno. Desde esa panorámica están escritas varias composiciones de los integrados en esta primera senda; pero el enfoque cobija también las zonas de sombras que llevan a descubrir las disonancias y contradicciones inherentes a cualquier existencia. Véanse, por ejemplo, los poemas “Un niño en Gaza”, de Trinidad Gan, “Aylan” de Ramón Martínez o “Los niños soldados” de Mariluz Escribano Pueo que focalizan temáticas de dolor como la guerra, los movimientos migratorios o las catástrofes bélicas del continente africano, donde la infancia ratifica su vulnerabilidad extrema. Maravilloso el poema “El niño frente al mar” de Diego Medina Poveda sobre el acoso escolar y sus efectos, una de las manchas del presente que requiere mucha más conciencia social.
El enfoque del segundo apartado “Mirando hacia dentro” toma el pulso a la labor docente. Tradicionalmente infravalorada por una sociedad utilitaria y materialista, la tarea de educar supone un desempeño que trasciende el marco laboral para hacer del maestro una figura clave, capaz de moldear conciencias, de llenar la mirada del niño de descubrimientos y asentar el sentido ético como raíz fuerte de la personalidad. En la mente de todos, todavía, la tarea de las maestras de la república, como glosa el hermoso poema de Raquel Lanseros, o la gratitud de los adultos que recuerdan sus días en el aula. Jamás se borra la mano de quienes empuñaron la travesía formativa porque, como apunta Andrés Manjón, “educar es instruir y mucho más, es enseñar a pensar, a querer, a sentir a vivir”. La serie de aforismos líricos de Carmen Canet “Amor y pedagogía" suma el laconismo del decir breve con encomiable acierto a este cálido homenaje a la pedagogía manjoniana; de paso, recuerda al lector ese abrazo entre pensamiento y cauce lírico que sostiene la arquitectura verbal del género. Y profesores en ejercicio, como Francisco Javier Gallego Dueñas, testifican experiencias reales para incidir en ese aprendizaje continuo que da sentido pleno a la labor docente como deber y libertad; por su parte, Javier Gilabert, añade el epitelio vocacional de la saga familiar, tan necesario para moldear arcilla y futuro, sin púlpitos ni estridencias, haciendo de la humildad una presencia constante; en el balance entre niño y maestro aprende siempre más el maestro.
“Mirando por los demás” supone priorizar el clima colectivo sobre los intereses propios; en un tiempo que ha exaltado hasta el ensimismamiento el santuario del yo la educación requiere abrir el corazón a la palabra para mostrar otra realidad, una lección de amor que alimenta y transforma, que requiere constancia y voluntad. En el apartado, los efectos de los primeros libros, la voz intacta y cálida de la biblioteca personal, las herencias de páginas escritas que alguien dejó a resguardo para que siguieran iluminando sueños y futuros. Abren reflexiones de interés poemas de María Rosal, desde la evocación, José García Obrero, con el deje simbólico de hacer de la docencia un gesto contra el azar que pone la semilla en suelo estéril, o Sabina Bengoechea, que hace de sus versos un hermoso ejercicio introspectivo de recuperación y memoria.
Finaliza la múltiple exploración manjoniana, el apartado “Mirando hacia el maestro”, ese depositario satisfecho del deber cumplido que pone luz a la inteligencia. Dejan en este textos que indagan en la esencia del acto de educar y en el perfil humanista del hombre inquieto que se entrega a los demás con humildad y perseverancia.
En las páginas de La satisfacción del deber cumplido resalta firme la postura tenaz de Andrés Manjón que vincula la realidad humana con el ejercicio docente; no se trata de depositar contenidos sino de sembrar valores que tengan una perdurable proyección en el tiempo. Solo resta felicitar a los impulsores del homenaje, Javier Gilabert, Fernando Jaén y Gerardo Rodríguez Salas, por enlazar la memoria del hombre con la poesía en sus itinerarios de búsqueda, contrastes, elegía y celebración. Si educar es tarea de todos, dar las gracias es la mejor respuesta a quien alentó la amanecida de la plenitud del ser humano.
JOSÉ LUIS MORANTE
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