Las manzanas de Iduna Daniel Zazo Editorial Páramo Valladolid, 2023 |
CONTRA EL TIEMPO
Daniel Zazo (Ávila, 1985) ubica como umbral de su cuarta entrega poética
Las manzanas de Iduna una compilación paratextual que comparte
un territorio reflexivo común: el fluir del tiempo como inexorable presencia de
la condición existencial y sus efectos secundarios. Ya en el tramo creativo
anterior, el que conforman las salidas Que
ardan los fuegos (2017), La periferia
del deseo (2019) y Singladuras (2021)
la temporalidad y su parco proceso de disgregación era uno de los veneros
argumentales básicos, junto a la mirada introspectiva y el compromiso con el yo
colectivo.
El título Las manzanas de Iduna acoge
un referente cultural que, en nota introductoria, Daniel Zazo clarifica de
inmediato. El poeta recuerda que Iduna es un sujeto ficcional incardinado en la
mitología nórdica. Es la esposa del dios Bragi y la personificación del ciclo
temporal de la primavera como amanecida de fertilidad y renovación. Su tarea es
custodiar las manzanas que conceden a los dioses eterna juventud y paralizan el
declive físico, haciendo que su fruto sea alimento nutricio y garantía de
inmortalidad.
Desde esta reivindicación de permanencia de un yo poético que aspira a
vencer los efectos del estar transitorio, los versos de “Álbum de fotografías”
alojan un retorno al pasado. Confían en el claro propósito enunciativo de la
evocación. Los poemas construyen un mapa de recuerdos que entrelaza emotivas
presencias, apenas desgajadas de sus actitudes y gestos. Retornan la mano
hospitalaria de la abuela y un yo diáfano y auroral, con ojos de niño, que se
asoma a la existencia y comparte el latido de los días en un cálido entorno
familiar. Son provisiones necesarias para nutrir una biografía de experiencias
y sensaciones, de instantes que conforman el aprendizaje sentimental.
Por tanto, Daniel Zazo recupera identidades conectadas a la biografía
afectiva, como si su regreso tuviese una función terapéutica, capaz de
reconciliarnos con el lenguaje del tiempo y su itinerario de pérdidas. Asomarse
al pasado es convertirse en pasajero de un largo tránsito en el que conviven
imaginación y realidad: lo transitorio y el deseo de subvertir anclajes del
reloj.
En ese largo recorrido por la memoria, el figurante verbal encuentra la
compañía inefable del amor. Supone la firmeza de un suelo que hace del cuerpo
canto, celebración y la esperanzada euforia del comienzo: “He vuelto a aquel
tiempo donde todo era primicia, / acertijo en los labios de la esfinge, /
pólvora y química, fasto y pirotecnia, / pero al regresar, ni rastro de aquella
lumbre, / el incendio dejó paso a una nube de pavesas”. Indagar el transitar de
las horas es reconocer en el espejo los cambios azarosos del derrumbe en el
vaivén de los días. Queda la huida, el acto de negar que es inevitable el
deterioro; la esperanza tal vez de partir al alba.
La cercanía de la intemperie aconseja
ignorar el quehacer de los relojes. En el apartado central “AS TIME GOES BY” se indaga sobre el
eterno afán de la juventud, ese empeño en comer las manzanas de Iduna para que
el hábitat del ahora sea un tácito acuerdo con lo permanente. Si los afectos del
fruto son incansables estímulos, Daniel Zazo aloja en sus versos un prolijo
inventario de asuntos culturales: el cine, los libros y el viaje son reflejos
en los que se asoma el diáfano cristal del entorno.
En el cuaderno del poema queda también la sombra de la historia y esas
precisas ubicaciones que permanecen suspendidas en los hilos del discurrir: “Sé
que hay gritos que esquivan la ley de la gravedad, / y amarrados en las
costuras de la historia / permanecen suspendidos en el umbral del tiempo”. Queda
también la semántica fuerte de acoger el propio destino suspendido en la línea de
horizonte, entre la esperanza y el desencanto. Como dice el poeta, en el
repliegue: “Vivir es sostener y soltar. / Eso es todo. / Parece sencillo / pero
entre estos dos verbos / oscila el sentido de la vida”.
Como apartado final Daniel Zazo deja en “Reloj sin manecillas” la idea
simbólica de un artilugio limitado, sin cuerda, incapaz de medir las
convulsiones inagotables del tiempo. Parece indeclinable sepultar en las manos
la sombra y el silencio, los escombros del hecho de vivir. El tiempo, fuerte
león dormido, nos diluye y moldea a su antojo y las posibilidades de
resistencia son un duro trabajo prometeico, pese a las convicciones personales
y a la terca energía emotiva. Quien habla confiesa que ha vivido, pero pagó un
precio.
JOSÉ LUIS MORANTE
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.