Los bosques violentos Ángela Álvarez Saéz Prólogo de Marta Sanz Editorial Las migas también son pan Colección 31 de febrero Madrid, 2022 |
EL CENTRO DEL DOLOR
El excelente prólogo de Marta Sanz, ejemplo de acercamiento crítico lleno de luz, describe esta salida como una narración de lo obsceno, del mal, en la que cobra presencia la enfermedad de la hija y el dolor angustioso de la madre que hace de la literatura introspección y terapia. La escritora confía en el lenguaje como una forma de revertir el proceso generador del daño. Es un camino abierto a la esperanza. Un bálsamo que cura el tejido erosionado: “La literatura es la ficción de la realidad. La transformación de todo lo que vemos y tocamos. La literatura es la tierra transformada en aire. Y en esa tierra aérea me debato entre la realidad y la ficción” (P. 88)
Ángela Álvarez Sáez mira a los ojos de la escritura para moldear una intensa narración fragmentada en la que no importa el género sino la fuerza tensional de un contenido reflexivo que comparte una historia en el tiempo. Por eso insisto en la condición de diario lírico, aunque no feche sus anotaciones. La escritura está secuenciada en torno a la aparición de la enfermedad del Perthes en su hija mayor, Ángela, con el cambio radical de la convivencia diaria, tras ser diagnosticada la dolencia y comenzar esa senda oscura de médicos, análisis y quirófanos.
La intimidad focaliza los estratos del yo en el devenir cuando la realidad se impone y la escritura conecta cuerpo y expresión. Antes del camino todo es sombra, hasta que la palabra toma forma y comienza a romper el silencio. La memoria fortalece una genealogía en torno a la casa familiar, habla de presencias y ausencias que conviven entre los muros de la evocación. El recuerdo toma posesión del ámbito familiar para recordar las contingencias del parto y esos elementos visuales que ponen expresión y contexto a las fechas, como la casa de Vicente Aleixandre, frente al hospital donde quedó ingresada la madre tras el parto un intervalo de nueve días. Aquella convalecencia dictó también la forma de acercarse a la hija y la fronda de afectos que van enraizando entre los días.
La maternidad integra también la poesía. Ángela Álvarez Sáez no duda en incluir entre los textos poemas que parecen haber adquirido en el tiempo un carácter premonitorio. Ello supone relacionar también lecturas y enfermedad, como si conformasen un magma complejo de oscura densidad.
La segunda parte del libro “Los bosques violentos” toma su nombre de un verso de isla Correyero y está marcada por la operación quirúrgica. El silencio irrumpe con estridencia y los hilos afectivos soportan una presión insólita, violenta, en el umbral de una experiencia traumática que necesita tiempo ensimismado para encontrar de nuevo las coordenadas de la normalidad. La voz narrativa intensifica su introspección como si el entorno apenas existiera. Las notas construyen una casa en la que el yo es el único morador, como si estuviese habitando en el margen, poblando un mapa de lejanía y abandono en el que sólo son visibles los límites del idioma. Las palabras llevan a un bosque, un espacio onírico y en continuo cambio, que niega lo estático.
Cuando cierro el libro no dejo de oír su voz. Releo otra vez uno de los últimos párrafos: “El arte nace de la fisura. Este libro nace de la cicatriz de mi hija, de su cojera incipiente”. Nace también de la conciencia de lo frágil, de esa sensación de estar al borde, inclinados sobre un peligro indefinido en un bosque sin árboles del que solo se puede salir por las palabras.
JOSÉ LUIS MORANTE
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