Desvestir el cuerpo Jesús Cárdenas Prólogo de José Antonio Olmedo López-Amor Epílogo de Luis Ramos Editorial Lastura Colección Alcalima de Poesía Madrid, 2023 |
DESNUDEZ
Sin líneas divisorias, con evidente fortaleza creadora, Jesús Cárdenas (Alcalá
de Guadaira, 1973), Licenciado en Filología Hispánica por la Universidad de
Sevilla y profesor de Lengua Castellana y Literatura, impulsa un recinto de luz
que aglutina poesía, investigación literaria y reseñas críticas, siendo además
en la actualidad redactor jefe de la revista Culturamas. Destila en el tiempo un cumplido itinerario poético que
ve su amanecida con la entrega La luz de
entre los cipreses (2012). Tras el paso inicial, su dinamismo ha ido
forjando una estética figurativa que profundiza en el mensaje comunicativo, la
propuesta dialogal del lenguaje y la concentración de significados. Jesús Cárdenas,
además, se siente próximo al acontecer de la tradición y descubre su brújula en
la conformación de moldes expresivos. La didáctica del poema temporaliza
desarrollos y explora afinidades con voces fuertes, sondeando autores del canon
como Antonio Machado, Juan Ramón Jiménez, Vicente Aleixandre o Ramón Gómez de
la Serna.
El verso “Brazos intangibles como abismos”, de excelente textura metafórica, sirve a José Antonio Olmedo López-Amor como pórtico de interpretación y núcleo reflexivo de Desvestir el cuerpo. El fluir de la escritura resalta la estela emotiva, la amanecida auroral de sinceridad que abre un tiempo donde se sustentan esperanza y memoria: “Así, desvisto muy despacio el cuerpo / hasta dejarlo en el acorde / donde acaba la tarde y el abismo comienza”. La progresión del fluir lírico, que entrelaza sensaciones, vivencias e inestables certezas, se vuelve hacia sí mismo para reflexionar sobre la razón del poema. Lo metaliterario aparece atestiguando la voluntad de las palabras, esos “hilos de incertidumbre entre los sueños y la verdad”. Pero la piedra angular de esta exploración crítica es el amor “como razón de ser y de escribir”, como introspección profunda en el camino de la contingencia.
El amanecer del poemario aporta destellos de Raymond Carver, César Vallejo y Alfonsina Storni, cuyas citas contienen una tenue encrucijada de incógnitas sobre la que sedimenta el discurrir ficcional. Jesús Cárdenas distribuye el conjunto en tres secciones: “Todos los espejos”, “Cristal ahumado” y “Callada ceniza”. En el poema inicial la voz apelativa pone distancia, se hace distorsión y sombra, muestra las huellas de un viaje interior, un recorrido ya transitado en el que la memoria asienta su conciencia. Y, con esa inquietud de seguir, la fuerza de quien busca moldear nuevos sueños y hacer que las palabras construyan un refugio a la esperanza. La dicción pensativa se expande como espacio germinal, abre las manos del poeta para convertir el páramo del espejo en campo de siembra y sementera. Pero apenas es posible reencontrar lo perdido, “la liviana escritura de la carne” cuyo tránsito jamás podrá librarse del vacío.
En los poemas centrales de “Cristal ahumado” persiste una atmósfera de desolación y formas imprecisas. El yo verbal busca una voz que parece sólo un oscuro soplo de sombras. El amor es cicatriz; pavesas volátiles que conforman un sedimento de olvido. Queda así en la mirada de quien recorre el itinerario existencial una sensación de penumbra y carencia, una aletargada sucesión de interrogantes dormidos en el mapa del tiempo. Nacen así un conjunto de poemas crepusculares que no tiene otro afán que buscar al otro, que intentar unir de nuevo las dos mitades que se disgregan entre la ceniza.
Todo parece la estela erosionada de un mal sueño. En el estar de paso persiste la “Callada ceniza”, como subraya el título de la sección final. Lo vivido ha dejado en la mirada interior un largo aprendizaje de soledad e invierno. Una imagen congelada en el espejo, una sucesión sin voz de historias apagadas y versos mudos, sobre los que se agosta la esperanza. En el sombrío espacio de la casa, la soledad toma cuerpo, mientras los recuerdos envejecen y sus bordes amarillean asumiendo el estar transitorio de los sentimientos, su carácter efímero y mudable que contagia también a la tinta emotiva del poema: “A pesar de todo, nos reafirmamos / en la luz de nuestro refugio, / el silencio de la casa. Encendimos / el fuego con las manos; amor erguido en llamas. / Con esta firmeza combatiremos / esta y todas las noches invernales”.
El poeta y cantautor Luis Ramos de la Torre incorpora el texto epilogal “Huesos que quieren ser poemas” donde reflexiona sobre la naturaleza ontológica del espejo y su paciencia contemplativa. Cuerpo y tiempo aspiran a crear un itinerario de belleza y conocimiento, una indagación en los muros firmes del lenguaje para que habiten juntos el olvido y la luz, el paso emocional de la belleza.
Desvestir el cuerpo ilumina la conciencia de una voz a solas. Fusiona intimidad y desamparo en las expectativas de la costumbre. Los poemas taponan las grietas de un paisaje afectivo que percibe la aurora del amor como consoladora evidencia. La realidad emerge y nos desnuda, mientras la mirada se posa en los espejos para ratificar que en su lisura acecha siempre el fondo sin contornos del vacío. Lejos del abandono y la carencia, sólo el amor nos salva.
El verso “Brazos intangibles como abismos”, de excelente textura metafórica, sirve a José Antonio Olmedo López-Amor como pórtico de interpretación y núcleo reflexivo de Desvestir el cuerpo. El fluir de la escritura resalta la estela emotiva, la amanecida auroral de sinceridad que abre un tiempo donde se sustentan esperanza y memoria: “Así, desvisto muy despacio el cuerpo / hasta dejarlo en el acorde / donde acaba la tarde y el abismo comienza”. La progresión del fluir lírico, que entrelaza sensaciones, vivencias e inestables certezas, se vuelve hacia sí mismo para reflexionar sobre la razón del poema. Lo metaliterario aparece atestiguando la voluntad de las palabras, esos “hilos de incertidumbre entre los sueños y la verdad”. Pero la piedra angular de esta exploración crítica es el amor “como razón de ser y de escribir”, como introspección profunda en el camino de la contingencia.
El amanecer del poemario aporta destellos de Raymond Carver, César Vallejo y Alfonsina Storni, cuyas citas contienen una tenue encrucijada de incógnitas sobre la que sedimenta el discurrir ficcional. Jesús Cárdenas distribuye el conjunto en tres secciones: “Todos los espejos”, “Cristal ahumado” y “Callada ceniza”. En el poema inicial la voz apelativa pone distancia, se hace distorsión y sombra, muestra las huellas de un viaje interior, un recorrido ya transitado en el que la memoria asienta su conciencia. Y, con esa inquietud de seguir, la fuerza de quien busca moldear nuevos sueños y hacer que las palabras construyan un refugio a la esperanza. La dicción pensativa se expande como espacio germinal, abre las manos del poeta para convertir el páramo del espejo en campo de siembra y sementera. Pero apenas es posible reencontrar lo perdido, “la liviana escritura de la carne” cuyo tránsito jamás podrá librarse del vacío.
En los poemas centrales de “Cristal ahumado” persiste una atmósfera de desolación y formas imprecisas. El yo verbal busca una voz que parece sólo un oscuro soplo de sombras. El amor es cicatriz; pavesas volátiles que conforman un sedimento de olvido. Queda así en la mirada de quien recorre el itinerario existencial una sensación de penumbra y carencia, una aletargada sucesión de interrogantes dormidos en el mapa del tiempo. Nacen así un conjunto de poemas crepusculares que no tiene otro afán que buscar al otro, que intentar unir de nuevo las dos mitades que se disgregan entre la ceniza.
Todo parece la estela erosionada de un mal sueño. En el estar de paso persiste la “Callada ceniza”, como subraya el título de la sección final. Lo vivido ha dejado en la mirada interior un largo aprendizaje de soledad e invierno. Una imagen congelada en el espejo, una sucesión sin voz de historias apagadas y versos mudos, sobre los que se agosta la esperanza. En el sombrío espacio de la casa, la soledad toma cuerpo, mientras los recuerdos envejecen y sus bordes amarillean asumiendo el estar transitorio de los sentimientos, su carácter efímero y mudable que contagia también a la tinta emotiva del poema: “A pesar de todo, nos reafirmamos / en la luz de nuestro refugio, / el silencio de la casa. Encendimos / el fuego con las manos; amor erguido en llamas. / Con esta firmeza combatiremos / esta y todas las noches invernales”.
El poeta y cantautor Luis Ramos de la Torre incorpora el texto epilogal “Huesos que quieren ser poemas” donde reflexiona sobre la naturaleza ontológica del espejo y su paciencia contemplativa. Cuerpo y tiempo aspiran a crear un itinerario de belleza y conocimiento, una indagación en los muros firmes del lenguaje para que habiten juntos el olvido y la luz, el paso emocional de la belleza.
Desvestir el cuerpo ilumina la conciencia de una voz a solas. Fusiona intimidad y desamparo en las expectativas de la costumbre. Los poemas taponan las grietas de un paisaje afectivo que percibe la aurora del amor como consoladora evidencia. La realidad emerge y nos desnuda, mientras la mirada se posa en los espejos para ratificar que en su lisura acecha siempre el fondo sin contornos del vacío. Lejos del abandono y la carencia, sólo el amor nos salva.
JOSÉ LUIS MORANTE
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