El último peldaño (miscelánea) Miguel Catalán Edición de María Picazo y José Luis Morante Editorial Verbum Madrid, 2022 |
A MODO DE PRÓLOGO: ENTRE NOSOTROS
José Luis Morante
Lúcido y pleno, Miguel Catalán (Valencia,
1958-2019) nos dejó cuando solo contaba sesenta y un años de edad. La
enfermedad apenas le impidió caminar libremente entre sus folios en blanco.
Estaba lleno de vitalismo y trabajó hasta la hora de ausencia. Tenía tanto por
hacer que su fertilidad creadora no se apagó; mantuvo, como recuerda con
emotivo temblor su compañera e incansable colaboradora María Picazo, la
sensibilidad en vela.
El espíritu humanista del escritor, profesor
universitario, filósofo y ensayista pone de relieve una obra diversa que
materializó distintas estrategias literarias. Son fragmentos del ser, teselas
que conforman una labor caleidoscópica. Espléndido testimonio de ese taller
plural es Seudología, una
profunda investigación filosófica, compuesta por trece volúmenes, que hace de
la mentira motivo de reflexión recurrente. Analiza la hondura de la falsedad en
terrenos conceptuales como la ética, la sociología, la política, la convivencia
interpersonal o la vida privada del sujeto. En su realización persistió durante
veinticinco años de trabajo. El resultado es una argumentada propuesta
filosófica, destinada a convertirse en un clásico temático. Ya lo es.
No se puede interpretar el perfil
intelectual del escritor sin asomarnos a la climatología variable de las
ficciones. El historial narrativo del valenciano integra tres compilaciones de
relatos y cinco novelas, la última de las cuales En estado de gracia fue publicada en 2021. En
los itinerarios narrativos encontramos enlaces evidentes con las propuestas
filosóficas, tanto en los esbozos de personajes como en los hilos argumentales.
Están relacionados con preocupaciones existenciales, y con vidas al paso
fortalecidas por el legado cultural y la búsqueda de sentido en el aleatorio
trazado del discurrir. Otros espacios fuertes del molde literario son dos
recopilaciones terminológicas, Diccionario
de falsas creencias (2001) y el Diccionario Lacónico (2019). Ambos textos dejan catálogos de
asombro; ratifican los equívocos del lenguaje y la tendencia a crear, más que
certezas, espejismos verbales. El baúl de palabras de Diccionario Lacónico, impulsado por Ediciones Sequitur, suma de
continuo; aglutina etimología, semántica, concisión poética, humorismo,
greguerías y filosofía. Las definiciones recurren al orden alfabético
tradicional para elaborar concentrados conceptuales, píldoras de pensamiento.
De este modo, el significado de las palabras enfoca el contacto sensorial con
el mundo y las cosas, con los ojos abiertos hacia dentro. En este sondeo, la
percepción remueve el granero del idioma para que se muestren magmas en
formación, sedimentaciones frente al lugar común. Cada definición postula una
identidad conceptual trascendida, un esfuerzo capaz de mostrar relieve, que
abre y convulsiona la imaginación. Nunca proclive al dogma, Miguel Catalán sospecha que el brote germinal
de Diccionario Lacónico está en el
estudio de algún tratado de lingüística, pero es difícil no encontrar las fuentes
primarias en Ambrose Bierce y en los autores epigramáticos del helenismo. No
pasan desapercibidas tampoco en la condición didáctica de estos diccionarios las
conexiones con el aula y la percepción de la docencia como una tarea de
intercambio y aprendizaje, un diáfano diálogo con la inteligencia humanista y
la humildad ética.
En la casa de encuentros que constituye la
obra de Miguel Catalán, el laconismo nunca está al margen. El corpus de la
abundante práctica concisa se reunió en Suma breve. Pensamiento breve reunido (2001-2018) (Trea, 2018). La
cosecha paremiológica abarca media docena de entregas escritas durante casi dos
décadas. Integra los títulos El sol de
medianoche (2001), La nada griega (2013),
La ventana invertida (2014) y el
aporte inédito que añaden tres conjuntos que anticiparon textos en revistas: Así es imposible, El altar del olvido y Paréntesis
vacío. El conjunto define el ser
ontológico del aforismo y su pautada senda como espacio de intersección entre
literatura y filosofía. Así lo recuerda la apertura de José Montoya Sáez, quien
también analiza el concepto de paradoja como implosión del lugar común. El
habla lacónica interpreta ángulos inéditos, capta la significación de la
experiencia en la condición de ser. Desde su inicio, la voz breve asume el
desvelo incansable del observador. Sabe que el comportamiento del yo es reflejo
de las actitudes aleatorias del otro; por tanto es necesario sondear su sentido
para que el aprendizaje surta efectos interiores. Nada de lo humano resulta
ajeno; de ahí que la ética sea relevante proceso reconstructivo, un ejercicio
de tanteo y búsqueda en el que hay que asumir, como Marcel Proust, aquel
buscador del tiempo perdido, que “cualquier idea clara tiene el mismo grado de
confusión que las nuestras”.
La cartografía meditativa añade aquí los
aforismos póstumos acogidos en Suma y
sigue (2019) y el material inédito rescatado por María Picazo, cuyo tallo argumental
está marcado por la enfermedad. La conciencia otea un paisaje crepuscular, se
enfrenta a las sombras de la última costa y siente próxima la gélida textura del
anochecer. Más allá del contraste y del juego de palabras, los dardos verbales
apuntan a una diana vertebradora que confirma la permanencia del ser frente a
realidades mudables, propicias al desmontaje. La lógica interna del yo resiste
la extrañeza, abre el paraguas frente a la intemperie y las contradicciones y
defiende la razón como brújula para buscar el norte del sentido.
En uno de sus aforismos inéditos, Miguel
Catalán escribe: “Solo puedo hacer poesía de lo que amo desmesuradamente”.
Aludía así a la intimidad del verso que identifica el fluir lírico con el cauce
limpio de la emoción. Los poemas versos no aspiran a resolver acuosos enigmas
del lenguaje; nacen a solas, del contacto físico y espiritual con una presencia
insustituible; el texto se hace testimonio y estado fundacional de una
convivencia compartida. Desde ese umbral abre sus versos por primera vez este
puñado de composiciones. Muestran un registro conversacional, un diálogo entre
el yo biográfico y los avatares del desdoblamiento amoroso. Amar nos hace
otros; sobrelleva el discurrir bajo un cielo informe de nubes y claros que
obliga a caminar bajo la introspección, siempre en asombro ante el misterio de
la existencia.
Cierra esta miscelánea una ronda de abrazos.
La escritura de Miguel Catalán y su actitud cívica y ética ante el cuerpo
social mantuvo un quehacer continuo de coherencia. Su actitud tuvo la claridad
del manantial, esa hondura que aleja la sed y empuja a sumar sin cansancio
pasos nuevos. Por eso han sido muchos los amigos que han colaborado en el aire
encendido de esta evocación, convocados por María Picazo. En el tiempo lento
del recuerdo, sus voces reunidas hablan de amistad, admiración y afecto. Y a
ellas me sumo para hacer de las palabras una amanecida de complicidad y
memoria. Miguel Catalán asiente desde lejos, con la misma sonrisa sosegada de
siempre, mientras busca en silencio los ojos de María y deja en las palabras un
último peldaño: “En la incertidumbre, se agradece el amor con caminos de largo
recorrido”.
JOSÉ LUIS MORANTE
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