ÁNGELES
MORA. PREMIO NACIONAL DE POESÍA 2016
Aunque nació en Rute (Córdoba),
el trayecto literario de Ángeles Mora se vincula con la ciudad de Granada. Allí
llegó a comienzos de los años ochenta, cuando la ciudad vivía una auténtica
eclosión creadora con los poetas de la otra sentimentalidad, y allí obtuvo su
licenciatura en Filología Hispánica. La poeta ha conseguido el Premio Nacional
de Poesía por su poemario Ficciones para
una autobiografía (Bartleby, 2015) y ahora publica su quehacer lírico en el volumen Quién anda aquí. Poesía reunida (1982-2024)
-El premio Nacional de Poesía invita a recorrer de nuevo el dilatado pasillo del recuerdo.
¿Cuándo comienza su escritura?
Comencé a escribir cuando era una adolescente, después de mis primeras
lecturas. Escribía ingenuos poemas que poco a poco fui reuniendo en dos
primeros cuadernos de aprendizaje, De ellos surgió un primerísimo libro ya muy
olvidado y otro de canciones, que no llegaron a publicarse. Más tarde trabajé
un poco más y recuperé parte de esos poemas en un libro titulado Caligrafía de ayer, que se publicó en mi
pueblo natal, Rute (Córdoba), en el año 2000. Pero, en serio, comencé a
escribir a finales de los años 70, después de que pasaran mis años que llamo de
“vida oculta”, tras mi primer matrimonio y mis tres hijos que nacieron
rápidamente. Durante un tiempo me dediqué únicamente a ellos. Cuando llegué a
Granada, en el año 79, tenía muy avanzado ya mi primer libro: Pensando que el camino iba derecho, un
libro donde empecé a romper con mi inconsciente poético esencialista juvenil,
porque ya había comenzado a leer a poetas como Eliot, Gil de Biedma, Ángel
González, Brecht, Emily Dickinson, aunque aún no había comprendido bien el
lugar donde, poéticamente hablando, me hallaba. Por eso en ese libro a veces
los poemas se me escapaban, se me iban por las ramas… Con lo que también empecé
a romper en ese libro fue, desde luego, con mi inconsciente vital, porque ya me
había dado cuenta de que la vida no era como me la habían pintado. No lo era
para nadie, pero mucho menos para una mujer. Por eso el primer título que le
puse a ese libro era “Donde da la vuelta el corazón”. Y por eso en ese libro
hay poemas como “Claudicar y muriendo” donde ya hablo de algo que se cae
irremediablemente.
-A comienzos de los años 80, la poesía española vivía una amplia brecha
con la generación novísima. Granada se convirtió en epicentro de la Otra
sentimentalidad, alternativa estética que después dio origen a la poesía de la
experiencia. ¿Qué pervive de aquella etapa?
Cuando llegué a Granada y conocí a Álvaro Salvador, Luis García Montero
y Javier Egea y me hablaron de Juan Carlos Rodríguez, de “La otra
sentimentalidad”, etc. me sentí cerca de ellos, porque también yo traía una
herencia común a la que ellos habían recibido. Me refiero, como he dicho antes,
a la lectura de poetas que pensaban que la poesía no podía reducirse a ser una
mera expresión de la sensibilidad sino que había que tratar de “decir cosas” en
poesía. Eliot, Gil de Biedma, Brecht, Emily Dickinson son ejemplos de la
necesidad de decir “ideas poéticas”, de plantear en el poema el “yo ficticio” y
utilizar el lenguaje cotidiano, porque no tenemos otro. Así que yo me sentía
cercana a ellos. Luego vinieron las clases en la Universidad, las
conversaciones poéticas, el estudio…
Sí, Granada removió el ambiente poético del país. Aquella fue una etapa
importante, crucial, para el nuevo rumbo que había de tomar la poesía. La otra
sentimentalidad supuso un vuelco radical entonces a la manera de entender la
poesía y la literatura en general. Como muy bien sabemos nació de las
enseñanzas y la manera de analizar el hecho literario del profesor Juan Carlos
Rodríguez, que en la Universidad de Granada nos enseñó a leer los textos de
otra manera, a indagar en el inconsciente ideológico que los sostenía, los
producía. También a no dar el yo por presupuesto, a pensar que somos producto
de una determinada concepción histórica de las relaciones sociales, de una
ideología que nos entra desde que nacemos por la misma piel. En nuestra poesía
intentábamos romper con ese inconsciente ideológico que nos domina, que
aprendemos desde que tomamos la leche materna. Las mujeres lo intentábamos
desde nuestra particular condición, desde las circunstancias especiales que
vivimos. Nunca saldremos de la trampa ideológica en que vivimos si no rompemos
las dicotomías que plantea la burguesía capitalista: privado/ público, razón/
sensibilidad. Las mujeres lo teníamos peor porque siempre fuimos destinadas a
lo privado y a la sensibilidad, frente a lo público y la razón, que eran del
hombre. Si nos quedamos en el yo que nos construye el inconsciente ideológico
de la familia, las relaciones sociales, etc., nunca romperemos esta historia de
explotación en la que vivimos (más las mujeres, pero también los hombres)
-¿Se reconoce en aquella
fotografía de grupo de la poesía de la experiencia?
Esas fotografías de grupo en el fondo no existen. Son etiquetas que te
cuelgan, una manera de despersonalizarte. Yo sé lo que aprendí en mis estudios
y en la práctica poética de aquellos años. Sé lo que me proponía conseguir para
llegar a tener mi propia voz, para buscarme poética e ideológicamente. Después
de mi paso por la universidad de Granada, por supuesto hubo una ruptura en mi
posición poética, en el sentido de que yo no quería situar la palabra poética
en un lugar incontaminado ni sublime. La quería hacer terrenal, llevar al
espacio de la razón, también de la emoción, por supuesto. La poesía necesita
intensidad, emoción. Quería que la poesía me dijera cosas sobre la vida y no
que se convirtiera en un esteticismo vacío. Frente al esteticismo prefería una
especie de épica cotidiana.
-Tanto en lo personal como en lo literario, su vinculación con el
profesor Juan Carlos Rodríguez fue máxima. ¿Qué aportó el ensayista al discurso
poético de la lírica granadina?
Creo que esta pregunta ya te la he ido contestando en las anteriores.
En La canción del olvido, que fue el
primer libro que publiqué, después de conocer a Juan Carlos Rodríguez, primero
como profesor y después en un aspecto más personal, quise olvidar muchas cosas,
empezando por mi educación sentimental. Las mujeres de mi época crecimos con un
inconsciente que nos situaba como objetos de los demás, más que como sujetos de
nuestra historia. Las mujeres pertenecíamos al ámbito de lo privado (como la
poesía, por otra parte) y los hombres al ámbito de lo público. Esa dicotomía
privado/ público fue una de las cuestiones ideológicas que “La otra
sentimentalidad” pretendía derribar en su práctica. Ni el amor, ni la mujer ni
la poesía pertenecen exclusivamente al ámbito de lo privado. Tal vez convenga,
pensábamos, sacar nuestro amor a la plaza pública y tal vez se convierta así en
el espacio de las preguntas, de la reflexión y el encuentro.
-En muchos de sus versos, ¿es la memoria el punto de partida?
Lo que yo creo es que un poema siempre surge de una imagen, de una idea,
siempre tiene que ver con nuestra vida, con la manera personal de ver la vida y
reflexionar sobre ella. Mi poesía siempre ha ido hacia donde ha querido mi
conciencia. La conciencia que tengo del mundo y de mí. Nunca he escrito poesía
como consuelo sino como búsqueda, como quien tiene necesidad de saber o de
“saberse”, porque la poesía es una forma de buscar el sentido de la vida. No
importa tanto de dónde arranca un poema sino hacia dónde te lleva. Siempre digo
que el poeta se interna en el poema como quien se abre camino en un bosque con
la luz y el cuchillo de la palabra. Cada paso es un verso. Importa el final,
pero también el camino.
-¿Puede interpretarse Fcciones para una autobiografía como una fusión entre sujeto verbal y yo real?
Este libro tomó la forma de una autobiografía fictiva (aunque no en
un sentido lineal), hurgando en los rincones de la memoria, del presente o del
pasado para reflexionar, una vez más, sobre nuestra vida y adónde nos lleva el
ambiente en que vivimos, la educación que recibimos, el “yo” que nos construye
el inconsciente ideológico de que hablaba al principio. Este libro comienza con
un poema que se refiere a mi nacimiento (mal puede nadie recordar su nacimiento),
pero ahí comienza la autobiografía fictiva que propongo, partiendo de imágenes
de mi vida (en realidad podrían ser de cualquier vida) para que me lleven a una
reflexión sobre el mundo en que viví de niña y en el que vivo de mujer. Cada
poema de este libro supone una elaboración poética que trata de reflexionar
sobre nuestra vida y nuestras contradicciones. Como bien dice la cita del
principio, de Philippe Lejeune, “Toda autobiografía implica un pacto con el
lector”. Esta autobiografía también supone ese pacto con el lector, pero el
añadido de “Ficciones” da otro giro al asunto: bajo la apariencia
autobiográfica lo que busca es la verdad que crea cada poema. Finalmente como
dice la cita de Blas de Otero con que se cierra el libro: “Esta es la historia
de mi vida, / dije, y tampoco era”.
-Otro elemento central de su poesía es la identidad femenina, el
continuo debate sobre su rol social. ¿Hay margen en el poema para la cuestión
de género?
Naturalmente que sí, y en este libro yo trato esa cuestión en varios poemas.
Unas poetas han abordado este tema de una manera y otras lo han hecho de otra.
Históricamente, podríamos decir que la mujer tuvo que hacer un doble
distanciamiento para entrar en ese universo poético que parecía reservado solo
para el hombre (las llamadas románticas del XIX fueron pioneras. Y no digamos
Rosalía de Castro, que pasó ampliamente de ese “terreno acotado” que se
concedía a las poetisas): la mujer tuvo que distanciarse primero de su propio
inconsciente que le decía que ella pertenecía al mismo ámbito –el del
sentimiento, la sensibilidad, lo sublime- que la poesía. Es decir, distanciarse
primero de su educación sentimental para entrar en el ámbito de la razón, el
mismo que el hombre siempre se reservó para sí, desde que se consideró sujeto.
Pero las mujeres, a veces, utilizamos ese lugar femenino para deconstruirlo con
distanciamiento y con ironía. Por ejemplo, es lo que yo hice –o intenté hacer,
al menos- en mi poema “Gastos fijos”, del libro La dama errante
-¿Todavía hay factores que condicionan la historia de la participación
femenina en el campo literario?
Sí, todavía, al menos en el asunto de la visibilidad y la consideración
social, a las mujeres que escribimos nos cuesta más cualquier logro. Aunque yo,
realmente, este año no me puedo quejar, porque recibir el Premio Nacional de
Poesía es un honor que me ha hecho muy feliz y me ha recompensado del poco eco
que otras veces han obtenido mis libros. Este logro, desde luego, lo dedico a
la lucha de las mujeres por la igualdad, también en este terreno, ese campo
literario de que me hablas.
-El entorno digital es signo de identidad de nuestro tiempo. ¿Cómo
afecta a su escritura?
Creo que no afecta a mi escritura. Tal vez puede ayudar a la
visibilidad. Eso sí. Pero tampoco tanto.
-Respiramos una etapa histórica compleja, que ha introducido en el
discurrir existencial los titulares de la actualidad, esa respiración
entrecortada de un tiempo social en conflicto. ¿Se puede o se debe reivindicar
la poesía desde lo público?
Yo diría que se puede y se debe. Dentro del deber de un intelectual
está cuestionar lo que existe, si no está de acuerdo con el sistema de
dominación en el que vivimos. Hubo un tiempo en que se habló de “poesía
comprometida” y otra que consideraba ese compromiso como rebajarse, porque creía
que la poesía pertenecía a un terreno superior, incontaminado por lo público. Pero
nada existe hoy “incontaminado” por lo público. En el fondo, comprometidos
estamos todos. Por acción u omisión. Creo que la poesía puede y debe implicarse
en esa lucha ideológica. Creo que debe intentar, al menos, “crear saber”, por
así decirlo, para ayudar a cambiar el mundo.
JOSÉ LUIS MORANTE
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