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Plaza de la memoria Fotografía de Adela Sánchez Santana |
EL TIEMPO SIN VOZ
PARADOJAS
Los códigos cifrados.
El pájaro y la jaula.
La lluvia en los poemas.
El mar de tierra adentro.
La ceguera y los libros,
aquella afinidad entre mi padre y Borges.
La idea que cobija el borrador.
Esa ilusión etérea de las cosas reales.
Las rosas sin olor, las flores secas.
El tiempo y la quietud de cada instante.
La luz y el corazón de las tinieblas.
Los días que amanecen y no estoy.
He tenido un sueño muy extraño. Todo alrededor era un extenso espacio de silencio, un tiempo sin voz. Alzo los ojos y allí están mis carencias dinámicas y orondas, repletas de vida, con el mismo entusiasmo de siempre. Sí, soy yo, no hay duda.
Cuánto “no sé” en las respuestas de algunas amistades en retirada.
Me reconoció por la voz y me abrazó
con fuerza, pero había perdido su entusiasmo vital. No sé por qué me pidió
perdón mientras me comentaba que durante años había vivido en él un estúpido de
oficio, con una intensa vida laboral. Me dejó en las manos una inquietud
desconcertante que tardaré tiempo en enfriar.
Los impostores de identidades digitales se detectan de inmediato, como los falsos lectores que han leído todas las novelas de Borges.
No votar la candidatura a la Real Academia de Luis Alberto de Cuenca es un dislate más de la vida literaria , un error que advierte de que para obtener el dorado vellocino hay que estar y no ser.
Se preocupa tan poco de mí que siempre contesta con lugares comunes. Actos reflejos que significan lo mismo si viajo a Madrid o a Tokio. Pero su actitud no me pasa inadvertida; para mí hace muchos meses que es invisible y solo escribe libros sin palabras.
Diario de viaje
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