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Templo Todaiji (Nara, mayo de 2025) Fotografía de Adela Sánchez Santana |
EXIGENCIAS LITERARIAS
El yo escritor es el mismo que el yo viajero. Los dos viajan con la espalda ocupada por la mochila de las exigencias. No basta la buena intención. Para
que el itinerario personal cruce
el umbral de lo permanente y busque pronto la silueta de fondo del lector debe
cumplir de forma imprescindible algunas exigencias. Cuánto emociona escuchar la voz dubitativa en el taller. La literatura es un encuentro pactado entre dos
comensales: el autor y las palabras. Son dos caminos que se juntan en un punto
de cruce, ajenos al invierno, para firmar acuerdos y pactos comunes. Igual que cada gota, los dos preguntan donde deben guardar su transparencia. Como pagodas con elegantes techos inclinados cada género asciende para depositar en el aire su techado y su altar: el ensayo precisa el sentido cartesiano, a
salvo de cualquier disgregación; el aforismo la persuasión pedagógica, el epitelio lírico y la
prolongación del pensamiento; el relato la complicidad y la pequeña magia del
final; la novela, el paso libre de los argumentos y la inteligencia ordenadora en el rumbo de los
personajes; y la poesía, el misterio vespertino de la insinuación, el no sé qué
que queda balbuciendo. El escritor sigue buscando en cada viaje la intuición creadora, la riqueza emocional
y la mano azul de un camino sin nadie, laborioso, que consume recorrido en un instante.
José Luis Morante
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