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sábado, 16 de noviembre de 2024

PEDRO LÓPEZ LARA. EXPIACIÓN

Expiación
Pedro López Lara
Huerga y Fierro Editores
Colección  Graffiti
Madrid, 2024

CULPAS

  
   La amanecida poética de Pedro López Lara (Madrid, 1963), Licenciado en Filología Hispánica, queda lejos de cualquier apresuramiento juvenil. Se fecha en 2020, cuando su libro Destiempo es reconocido con el Premio Rafael Morales, convocado por el Ayuntamiento toledano de Talavera de la Reina, para conmemorar la memoria del inolvidable autor de Poemas del Toro, libro con el que se inauguraba la colección Adonais, sin duda el sello más emblemático de nuestra historia poética. Comenzaba a  ser celebrado un manantial poético, muchos años inédito, que sigue manteniendo un cauce fuerte, como ratifican las entregas Meandros (2021), Dársenas (20222), Escombros (2022), Filacterias (2023), Iconos (2023), Singladura (2023), Muestrario (2023), Incisiones (2024), Cancionero (2024) y Expiación (2024). Son rutas expresivas que comparten en sus títulos la querencia natural del sustantivo explícito, como si esa palabra guareciera el lugar sensitivo, el eje orbital que debe organizar la senda básica del poema.
   El movimiento de la pulsión poética está ligado al trayecto vital, ese cúmulo de pasos que buscan la claridad del mediodía y el ocaso cansado del atardecer y más tarde la línea difusa del vacío; por tanto el tiempo, en su semántica general, constituye la razón del libro. Las palabras rastrean nuestra condición transitoria, sondean el sentido existencial del ser, meditan sobre la superficie del discurrir, remansado en la superficie transparente de los días. La poesía es voz convulsionada por los guijarros del pensamiento. La incertidumbre del yo toma conciencia, sabe, como en la hermosa cita de Fernando Pessoa que  el polvo y la ceniza están cerca: “No soy nada. / Nunca seré nada. / No puedo querer ser nada. /  Aparte de eso, tengo en mí todos los sueños del mundo”. 
   El poeta une en Expiación el recorrido por cuatro secciones, muy bien definidas por el propio autor en la solapilla interior de cierre: La primera sección del libro “Sentina” hace de la introspección una enumeración de la infamia; explora ese entorno de desolación que acumula escombros, inmundicias y malos olores. La experiencia vital desazona. Descubre que la verdad está lejos del ideal, que la mentira coloniza campos enteros de la vida social y afecta a los trazos del propio sujeto que habita nuestros espejos. Las convicciones no pasan de ser una heterogénea amalgama de remiendos y la fiel compañía de los afectos, con frecuencia, se ve contaminada por la traición o la silueta entre la sombra de los que nos vendieron. La nada parece ser el destino final y sus efectos secundarios dañan la claridad de la memoria del sujeto poético. El ser hace un ominoso balance del transitar por el tiempo que justifica la decepción y la necesidad de decir “No”.
   El enunciado “Introspección” descarga en el sujeto la capacidad de ser testigo y buscar resolver por sí mismo los interrogantes existenciales con la única herramienta que tiene a su alcance: el lenguaje. El patrimonio del decir es la primera forma de objetivar el conocimiento del ser y del mundo. Como producto cultural, la actividad lingüística moldea la fisionomía del cosmos y la propia identidad. Pero nuestras capacidades cognitivas son limitadas y nuestro entendimiento insuficiente. El poeta, con una humilde poética muestra su empeño en poner luz a la incertidumbre:“Unas pocas palabras / colocadas en orden, / a manera de escolios que anotasen la vida. / Un conjuro pequeño, / ubicado en un margen, / de alcance limitado y voluntad sedante “. Quien escribe empuja su vocación descubridora para explorar la naturaleza del sujeto poético, las condiciones del poema, aun sabiendo que las variantes del texto original son infinitas.
  El tercer apartado “Exterminio” hace del precipicio un andén de llegada. La noche se repliega y expande una incontinente letanía de sombras. La voluntad de las palabras es estéril. No arraigan sus significados porque el transitar del tiempo transforma la voz en un estigma exhaustivo. Se percibe en el breve apartado un claro pesimismo, como si la presencia del sujeto verbal fuese zarandeada a cada instante por las convulsiones del desasosiego, o se viese sometida a una liquidación por derribo. Solo queda dar el último paso hacia el abismo y al imprevisible final de trayecto.
  La extensa oración de cierre “Kirie  toma su nombre de una plegaria de la liturgia cristiana. El sustantivo es una voz griega y su versión al castellano sería “Oh, Señor”; de este modo el aserto “Kirie Eleison” denominaría una frase implorativa que insta a la compasión” “Oh, Señor, ten piedad”. Con el formato de una letanía,  el poeta compone un largo monólogo sobre personajes, actitudes y secuencias de un corrosivo valle de lágrimas. La escenografía de la infamia necesita expiación y penitencia para tantos desahuciados de la felicidad. Vivir es una floración de frustraciones, un cúmulo de estaciones de paso que esperan el traquear de ese tren que no lleva a ninguna parte, salvo a los trampantojos de la esperanza, esas oquedades ilusorias de lo temporal.
  En Expiación convergen la sombra y el aullido, la  áspera sensación de que no hay regreso y además es tarde para la esperanza porque la existencia no es sino un caminar marcado por la ausencia, por esa nube cenicienta que explora un cielo turbio. 
 
JOSÉ LUIS MORANTE 


 
 
 
  

jueves, 26 de noviembre de 2020

BEATRIZ RUSSO. LA LLAMA INVERSA

La llama inversa
Beatriz Russo
Huerta y Fierro Editores
Colección Rayo Azul
Madrid, 2020

 

OLOR DE LA MEMORIA

  

  El relevantes trascurso literario de Beatriz Russo congrega diversidad. Su trabajo integra un paisaje plural, con itinerarios  por la poesía, los guiones cinematográficos, la traducción y la novela, aunque las tres ficciones narrativas escritas hasta la fecha permanecen inéditas. Como itinerario central, ha construido un corpus lírico que deja como andenes En la salud y en la enfermedad (2004), La prisión delicada (007),  Aprendizaje (2010), Universos paralelos, (10), Los huecos de la lluvia (2010), Nocturno intenso (2014), Perfil anónimo (2017) y Naobá y los pájaros (2018); en suma, una sólida producción en un lapso temporal que apenas sobrepasa los quince años.
   Los poemas acogidos en su entrega más reciente, La llama inversa, optan por un título simbólico. La densa carga semántica aglutina claridad, refugio y cercanía, pero también intimismo confidencial y camino. Con el epígrafe como referente cobra sentido orgánico un poemario que se organiza sus instantáneas verbales en dos grandes apartados, “La edad de los incendios” y “Lo efímero humano”, a los que sigue una emotiva coda final de agradecimientos.
   Beatriz Russo traza las líneas cromáticas de su visión estética empleando como única estrategia expresiva el poema en prosa. Es una caligrafía que acentúa la cadencia narrativa y el sentido unitario de La llama inversa, como si los textos hilvanaran en su conjunto un perfil autobiográfico, entrelazando palabra confidencial existencial y onirismo. Así sucede en el nutrido apartado inicial que lleva como citas de apertura versos de Vicente Aleixandre, Juan Larrea y Vicente Huidobro; son nombres de la tradición literaria con una relación directa con el ideario surrealista y en aleatorio fluir de la conciencia; sus citas comparten la inmersión temática en el fuego y sus matices. El poema de apertura postula una situación de partida: “Todo se inicia en la cantera.”; desde esa materia germinal amanece un propósito de construcción en el que la voz poemática está frente a sí misma, buscado sentido al deambular del pensamiento por lo transitorio. La llama entonces aparece como mínima lumbre que perdura intacta entre los muros de la reflexión.
  Existir es caminar sin tregua, hacer memoria de un cúmulo de secuencias vitales que delimitan el paréntesis de la infancia en un contexto en permanente construcción. El pasado se evoca como un magma que fusiona elementos sensoriales, destellos emotivos y las abiertas costuras del subconsciente. La voz del sujeto poético se hace también testigo de los pasos que comparten senda y contingencia, que van apurando los signos de identidad de una época; así se gestan mínimos homenajes a presencias que un día desaparecieron, dejando entre las manos un recuerdo tenaz, casi lleno de sombras.
   Cada texto conjuga un territorio introspectivo: “La tierra es un camposanto repleto de lamparillas”. La hoguera es el consenso fuerte de lo colectivo que a la vez concita el amanecer cálido y la sombra furtiva del pirómano que aspira a cumplir su rastro de inflamable destrucción. El apartado inicial está marcado por las coordenadas del fuego y por su  callado afán de acumular “cenizas a las puertas de las casas con su olor de memoria chamuscada” pero también por ese impulso de soledad que lleva a alejarse de la multitud para vagar por las asperezas de la intemperie, lejos de los códigos gregarios del grupo.
   En el apartado, algunas instantáneas cobran una gran fuerza emotiva; por ejemplo, las que describen el accidente físico y el rastro de la recuperación hospitalaria que obliga a erigir nuevos cimientos; la luz se vuelve amarga y se clausura el estar diáfano de la infancia para abordar  una nueva forma de caminar, de estar en el desamparo. Otras situaciones como el deseo, el desamor, la soledad o la muerte son estelas fuertes que marcan “la edad de los incendios”, ese tiempo en el que lo vivido se desvanece y se convierte en cenizas.
   El apartado “Lo efímero humano” define la naturaleza del ser en las palabras. La evidencia de la maternidad concede un nuevo papel  y disgrega una parte de la propia identidad, como si adquiriese vida un apéndice autónomo. El poema entonces se hace más indagatorio, como si necesitara buscar las claves del devenir temporal que da sentido al deambular de los náufragos. Se hace complejo caminar por una maraña de rutas sin que existe una luz que ponga un signo auroral en el horizonte; el terco fluir de los días invita a subsistir, como un mar en blanco que borra la necesidad de hacer preguntas.
   En La llama inversa  el poema en prosa se hace testigo de una voz herida por la evocación y la distancia. Con una dicción de máximo pulimiento formal se alza un techado de imágenes en las que resuena las vibraciones contradictorias de la percepción. Lo que se desvanece debe abordarse con elementos objetivos que confirmen las vibraciones iniciales y el hecho natural del crecimiento, sin connotaciones sombrías: “Ver nacer produce nostalgia. Ver morir es el principio del vértigo”.

JOSÉ LUIS MORANTE


 


jueves, 12 de noviembre de 2020

IDOIA ARBILLAGA. CREACIÓN Y VACÍO

Creación y vacío
Idoia Arbillaga
Huerga y Fierro Editores / Rayo Azul Poesía
Madrid, 2020  

 

ESTRATOS DE  OQUEDAD

 

    En una lejana entrevista, realizada en su casa del Barrio de las Letras en Madrid, al poeta novísimo Marcos Ricardo Barnatán, experto conocedor de la Kábala y aplicado biógrafo de Borges, se quejaba con argumentada amargura de la falta de continuidad de la tradición judía en el cauce poético contemporáneo. Este análisis, todavía vigente, del escritor hispano-argentino me sirve ahora para subrayar la originalidad sustancial de Creación y vacío y el valor intrínseco de su hilatura temática. Tras Pecios sin nombre (2012) y Los márgenes del agua (2014), con su nueva ventana poética, Idoia Arbillaga (Cartagena, 1974) reclama el arraigo del legado hebreo y entrelaza, con título paradójico, la plenitud inasible del vacío y el  pulso germinal de lo que aflora.
   En la introducción, el profesor  Francisco Javier Fernández Vallina, acredita los signos vitales de un ideario poético que se acerca a lo inefable y ambiciona una dicción singular en sus intersecciones expresivas. La meditación aporta claves  sobre la voluntad creadora y sobre el esqueleto orgánico de Creación y vacío. La entrega yuxtapone cinco libros que despliegan en sus breves poemas  imágenes cuajadas de simbología, evocaciones de la memoria y pensamientos que asumen la materia conceptual cabalística, siempre moldeada desde la incertidumbre y la extrañeza.
   Por su parte, Esther Bendahan deja un epígrafe referencial, “Leer lo blanco”, que podría servir de poética nuclear de la escritura hermética, impregnada de quietud, despojamiento y búsqueda. Quien busca amanecida en las palabras no lo hace impulsado por la necesidad de hallar respuestas, sino por el empeño en descubrir estratos de oquedad, fugas de la digresión realista. Esa semilla alienta los poemas de Creación y vacío en torno a un recorrido cuyos meandros enuncian los epígrafes expresivos.
   En el primero, “La Gran creación universo y poesía” destaca el paratexto de  El Zóhar, hito central de la corriente cabalística, y de Azriel de Girona. Las citas son fuentes de materialización del pensamiento desde la palabra. Así llega el poema como inasible vector de certeza que persigue la ontología de “ser nada en la nada”. Por ello, en este andén inicial el vacío se convierte en espacio central; es un útero donde se confunden la percepción onírica y la realidad. En ese entorno todo empieza; se alumbra la ausencia como centro medular de la palabra.
 El tramo que configura el segundo libro lleva por título “La creación humana: Nákel, la no concepción”. Se vislumbra la génesis de una presencia nominal, Nákel, como una crepitación interior. Es un misterio que unifica muerte y vida. Desde esa intersección cada texto tiene la fuerza de un fogonazo cuyo sentido se oscurece para romper la esterilidad y dar vida en el largo sueño de los muertos: “Lo que brilla hacia dentro se hace visible”, es contemplación que niega la materia y espera.
   La parquedad contextual recupera en el apartado tercero una calma presencia bajo el título “La creación artificial: la ciudad y sus perfiles”. La percepción define la relación sensitiva con un entorno ajeno que llega limpio en la amanecida. Se abre la ciudad como contexto asimétrico que unifica centro y suburbios y que nunca acaba de superar la idea de flotación e irrealidad en la mirada, casi siempre desde un enfoque místico. Queda el amor, tan presente en el poema “Vertical en la intemperie”, o la evocación de algunos lugares geográficos concretos como Toledo, marco de la memoria donde resuenan las voces del pasado, que ubica el poema “Puente de San Martín. Toledo”. Pero también en ese recorrido por las aceras habitables de lo real, la estela lírica preserva su función esencial. Con verbo lacónico y dicción severa, lo escribe el poema XVII: “Abrir márgenes. / Violentar límites. / Escribir poesía”
  Integrado en el misticismo exotérico judío, el término “guilgul” alude al balanceo transmigratorio de las almas y al concepto de reencarnación. Sobre él versan los poemas del Libro IV. Los hilos temáticos alertan de que el renacer requiere como umbral la finitud y la muerte; hay que disolverse para atravesar el páramo del frío; para alcanzar la claridad del regreso y concretar esa rueda de almas que busca la oquedad interior de un nuevo cuerpo. En esa búsqueda de otra envoltura, aflora para el alma un molde nuevo. Así concluye el poema X: “El hielo de la verdad ha mojado tus ganas / y extiendes tu fulgor sobre las piedras del río. / El mar absorberá tu sombra. / No debes cerrar las alas, padre, / otro cuerpo te espera”. El referente cabalístico adquiere con la ausencia del padre un significado más cercano y personal, como si resurgiera un dolor próximo cuya herida sigue manando fuerte en el silencio.
   Como si abarcara un círculo completo, Creación y vacío hace del Libro V una línea curva bajo el epígrafe “La creación desde dentro”. El yo verbal cultiva una quietud extrema para escuchar las voces interiores. Son signos invisibles que alientan un proceso de retorno al origen. Con él se libera el alma y desata sus nudos con lo visible y lo externo para fortalecer la ascesis.
   Idoia Arbillaga añade como epígrafe en prosa una aproximación teórica al pensamiento místico judío en la Historia y al papel primordial de la Kábala, en la literatura rabínica, como forjadora de las ideas esenciales. Lo mismo sucede con El Zóhar, aportación de densa profundidad teológica. Con el abrazo de ambas guías intelectuales, Idoia Arbillaga escribe un poemario singular, elíptico y repleto de imágenes y símbolos. Recompone con valiosos hallazgos una tradición de pensamiento que exalta la espiritualidad y reconduce al centro introspectivo. Cada texto sugiere que hay que frenar el paso a la materia para oír al sedentario oráculo interno. Para abrir un sueño que entra en otro y retorna, como un hijo pródigo, al origen, esa luz interna donde el día comienza.


 

jueves, 10 de enero de 2019

ALBERTO ÁVILA MORALES. ATENTAMENTE VUESTRO

Atentamente vuestro
Alberto Ávila Morales
Ediciones Libros del Mississippi
Madrid, 2019


LA MANO DEL TIEMPO

   La personalidad creadora del madrileño Alberto Ávila Morales mantiene en el tiempo un quehacer plural. Aglutina un largo trayecto de cantautor, con hitos personales como la participación en el escenario sonoro del festival de Benidorm de 1980, en el que consiguió el Premio a la Mejor Letra de Canción y un papel muy actIvo en homenajes, como el promovido por el Ateneo de Madrid a la figura de Miguel Hernández, en el centenario. El cauce poético integra las entregas Para Isabel. Gritos de amor contra el alzhéimer (2011), La muerte de Dios (2015) y Del Humor al Amor, al Horror (2016). Son estelas que proyectan una voz directa, con fuerte acento coloquial, que identifica en el ejercicio literario la textura sentimental del sujeto poético. La poesía evoca un recorrido existencial, sortea sombras en sus afectos e ilusiones; y no olvida los efectos de las duras circunstancias biográficas de la enfermedad, claro condicionante de su primera entrega, que se convierte en un grito desesperado contra la impotencia y el derrumbre mental, sumido en el silencio tenaz de la memoria..
  La última labor literaria del escritor se integra en el recién nacido catálogo de Libros del Mississippi, un sello coordinado por Antonio  Benicio Huerga, quien tras muchos años de quehacer editorial en la imprescindible Huerga & Fierro, continúa el rastro de sus progenitores de forma independiente, alentado poesía y narrativa breve.
  El aserto Atentamente vuestro se apropia de la forma adverbial para recordar la mente despierta, el afán de mantenerse en vela frente a las sensaciones cotidianas y el sentido solidario, no exento de ironía, de formar parte de un estado social que habita el hombro con hombro de lo colectivo. Una nota de autor advierte que los textos no eluden las connotaciones personales. El poemario es un aviso para navegantes; todos estamos en el último viaje, somos inocente ceniza que aventará el viento del olvido, así que conviene advertir que en nuestras manos solo se contiene el billete de ida, y es bueno caminar en compañía.
  En los poemas emerge una escritura incisiva e irónica que, tras un aparente confesionalismo, hace un balance despojado de trascendencia. Habitamos una realidad anodina, alzada con materiales humildes. Vivir es ir sumando pasos y propósitos, muchas veces baldíos. Leemos en el poema “Lo que me queda por hacer”: “Comerme una excusa. / Diez improperios. / Multiplicar por uno  lo que me dieron, / por diez lo que me quitaron. / Gritar en silencio. / Asentir a voz en grito / y poner el reloj de la vida a menos cuarto. “
  El libro desenvuelve un hilo argumental compartido: el sustrato existencial. En él se dibujan los trazos de un yo poético que, recordando las páginas autobiográficas de Pablo Neruda, confiesa que ha vivido. Las palabras conforman un largo soliloquio fragmentado en el que predomina la sombra del vacío. La realidad decepciona; la calma que forma la inercia de lo cotidiano es solo el umbral que aguarda la tormenta. La expresión prosaica da voz al caos organizado de lo doméstico, a los azarosos relieves que encuentra quien pone los pies sobre el suelo. Del poema que da título al libro proceden estos versos: "Inspiro levemente y como puedo / ese aire tal vez emponzoñado / de aquellos que a mi lado subyacentes / lo espiraron sin saber del todo “  En el poema se oye el murmullo mental desnudo de quien es consciente de ser  una pieza de barro cuya fragilidad busca un refugio contra el tiempo.
   Tras dos años silencio aparece Atentamente vuestro, cuarta salida del quehacer escritural de Alberto Ávila Morales. Reanuda tarea con un verso reflexivo, sin digresiones, con frecuencia impregnado de una austera tristeza que recuerda las cosas diluidas en la memoria, que asume con entereza y lucidez el limitado sustrato del discurrir. Caligrafía intimista para la acera gris que abre una estrecha calle sin salida.


jueves, 22 de marzo de 2018

ÁNGEL MANUEL GÓMEZ ESPADA. VENTANA DE EMERGENCIAS

Ventana de emergencias
Ángel Manuel Gómez Espada
Huerga y Fierro Editores, Poesía
Madrid, 2018


SIEMPRE ES LUNES

   Codirector de la revista digital El coloquio de los perros y opositor activo para integrarse en la docencia, Ángel Manuel Gómez Espada (Murcia, 1972) se incorporó a la poesía en la amanecida del nuevo siglo con Melodías en la otra orilla. Casi tres lustros más tardes aparece Cocinar el loto, que sirve de apertura a una etapa creadora en la que se suceden plaquettes y libros como Postales en un cajón de galletas, todavía inédito, la reedición de Los hijos de Ulises y el cuaderno  Hotel Baudelaire. Son entregas en las que emana una perspectiva existencial marcada por la circunstancia histórica, que podría integrarse en el marbete crítico, siempre difuso en sus límites, “poesía de la conciencia”, o, con mucha más precisión conceptual, en los esteros del  neorrealismo social, cuyos temas básicos son la habitable frialdad de lo contemporáneo, tan necesitada de ventanas de emergencia, la objetividad de un entorno que ha perdido el asombro y marca un tiempo donde siempre es lunes y el poblado laberinto interior, repleto de sombras e incertidumbres, casi nunca contagiado por las coordenadas sentimentales.
  Ángel Manuel Gómez Espada descubre de inmediato su manera de entender el hecho literario. Así lo muestran con lapidaria objetividad los dos poemas-pórtico que sirven como destructores de tópicos. En “visita inesperada” se recupera un asunto jaleado por la historiografía ensayística: el concepto de inspiración. Frente al ideal romántico del poeta perdido en la ensoñación y en las nubes de lo trascendente, el enfoque neoclásico postulaba una escritura que hace de la razón principio cardinal para regular el vuelo creativo con itinerarios de sencillez y contención. El poeta murciano concibe el término como una noción íntima en la que habita el concepto de resistencia personal; la voluntad del sujeto es capaz de mudar las circunstancias individuales en emoción estética, en un oficio capaz de “desnudar las dudas”.
   El espacio urbano y sus mutaciones se convierte en el líquido amniótico del poema, pero no para dispersar elementos formales sino para propiciar un espacio existencial en el que se expande el oxígeno de lo personal. Es un lugar de encuentro en el que se entrelazan la umbría, los afectos, y ese espejismo esperanzado que hace del futuro semilla y certidumbre. Pero en él caben también los desahucios de tantas utopías y los daños colaterales de la crisis que convirtió a muchas identidades en náufragos incapaces de hallar la tierra prometida: Nunca busques supervivientes / entre las ruinas. / Podrías encontrar / a quien menos te lo esperes. / A ti mismo, / por poner un ejemplo”
   El profundo surco de lo cotidiano obliga a diseñar algunas estrategias de supervivencia. En ellas juegan papeles esenciales la evocación, aunque nunca idealice esos latidos del tiempo pasado, o las presencias afectivas que dejan en el hombro con hombro un lugar habitable. La amistad sabe el color del silencio. Así lo refleja el poema “Reencuentro con amigos” que aborda con acierto la necesidad de una textura sentimental que propicie anclajes en la fragmentación de una realidad absorbida por lo erosivo.
   El poemario se cierra con una serie ambientada en ese perfil laborable de la derrota personal en el que van tomando cuerpo incisiones y cortes. Son las arritmias del existir que tanto contribuyen a cegar los ventanales de la amanecida.
   Concluyo. Una cuestión esencial de la poesía contemporánea es la construcción del personaje poético. Su moldeo marca el punto del salida del poema y concede a los versos una naturaleza congruente. En el hablante verbal de Ángel Manuel Gómez Espada, más allá de las afinidades especulativas entre biografía y escritura, resalta su mirada crítica y su sentido desmitificador de la realidad. Alguien mira por la ventana, pero el porvenir no llega nunca.