Cincuenta poemas Antología personal (1989-2014) José Luis Piquero La Isla de Siltolá, Colección Arrecifes Sevilla, 2014 |
ANTOLOGÍA PERSONAL
En el umbral de Cincuenta poemas (Antología personal (1989-2014) José Luis Piquero
se sitúa frente al espejo. Desde ese cristal gris hace balance y comparte los
trazos de unas cuantas certezas: escribe una poesía de ritmo lento cuya
cimentación nunca abandona los materiales autobiográficos para insistir en los análisis
indagatorios de una realidad proclive a la erosión. En sus poemas, cada verso
nace de la necesidad y no del taller de autor forjado con la rutinaria pericia
de los años. En esta muestra está menos representado el tramo inicial, un
paréntesis que integra las dos primeras salidas, y se compilan más poemas de
los libros recientes, afines a la sensibilidad del ahora, donde la voz realista
habitual incorpora matices de un coloquio moral proclive al objetivismo que precisa
una lectura sosegada.
El amanecer de José Luis Piquero, Las
ruinas, fechado en 1989, mostraba la fuerza y el impulso de un poeta joven,
formado en la tertulia Oliver, bajo el foco exigente del poeta y crítico José
Luis García Martín. Apenas tenía veinte años y su voz directa, reflexiva y
adscrita a la línea figurativa, ya evidenciaba una mirada sobre lo real nada
complaciente, en la línea de Luis Cernuda, Jaime Gil de Biedma, Víctor Botas y
Juan Luis Panero. Esta genealogía perduraba en su segunda entrega, El buen discípulo. De nuevo el estilete
de la inteligencia comparte la sensación de
angustia ante las distorsiones de la intimidad, o al evocar emotivos
rescoldos de la memoria.
Aquel joven, que trataba de conferir sentido al
contexto como espacio de representación y adecuada escenografía, no encuentra
respuestas.
Es en Monstruos perfectos donde
la poesía del asturiano configura su estética más definitoria. Lírica
contundente que explora vetas de paos gastados para que afloren luces y sombras. El
poema se hace un inventario de destellos donde se definen las relaciones del
sujeto verbal con los interlocutores más próximos, esas presencias que, no pocas
veces, resultan imágenes especulares; comparten una similar sensación de
extravío en el recorrido de una senda cuyo trazado parece perderse en ninguna parte.
Gente a solas con los propios fantasmas, que nunca faltan en los días de
desolación.
Enraizada en el estar, como un callejón que convocara a solitarios,
perdedores y malditos, está la última entrega, El fin de semana perdido. En ella se suceden alter egos verbales
que toman la palabra en lo sombrío. Así, en “Mensajes a los adolescentes” –un
eco cercano a Ángel González- un yo moralista sube al púlpito para hacer el
panegírico de lo maldito y de la trasgresión, con un fondo de ironía que nunca
mitiga el reproche o el ajuste de cuentas intergeneracional. El empleo del
monólogo dramático permite habitar la memoria de Judas, Caín, Lázaro, Rimbaud…
Representativas identidades que hicieron de la soledad, el dolor y la herida
rasgos propios. La razón de ser de la existencia no va más allá de ir formando
un inacabable catálogo de demoliciones.
Sirve de epílogo una muestra de inéditos. Al concluir su lectura,
resaltamos el grado de asentimiento y coherencia por el trayecto lírico
conocido, como si la superficie del poema fuera un incansable dibujo de
círculos concéntricos.
En esta antología personal encontramos cincuenta
poemas confesionales, compactos, meditativos, donde las palabras propician el
ajuste de cuentas con el magro bagaje de los días comunes. El tiempo llega
tarde casi siempre y hay que buscar a su torpeza expresionista una salida
digna: el espacio habitable del poema.
Interesante propuesta.
ResponderEliminarMuchas gracias.
En la filosofía del pesimismo, me parece la propuesta de José Luis Piquero una de las más sugerentes: por su ausencia de sensiblería retórica, por la originalidad de sus enfoques y por la obsesiva manera de estar solo frente al mundo. Un gran poeta, Chisme, del todo recomendable.
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