La paz del abandono María Sanz Renacimiento, Sevilla, 2014 |
FE DE VIDA
El discurrir, como marco de pensamiento e introspección,
impulsa casi siempre una voz elegíaca, la inquietante impresión de que el trayecto
existencial está signado por lo transitorio. Al cabo, todo poema, con el
tiempo, como escribiera la voz sabia de
Jorge Luis Borges, es una elegía. Con ese registro se escriben las
composiciones de La paz del abandono,
obra de María Sanz (Sevilla, 1956) reconocida con el XII Premio de poesía Vicente Núñez.
Desde la amanecida, vislumbramos un viajero en tránsito que ha consumido
ya una larga senda y que camina solo, con la silenciosa compañía de un puñado
de convicciones: “Sólo quien ha sabido convertir su fracaso / en un suave paseo
a la luz de la duda, / puede cantar victoria entre las alambradas / que le
siguen brotando por ir contra corriente.” Atrás quedaron, entre la maltrecha hojarasca
de las horas gastadas, ilusiones y sueños, una raya de tiza que se borra con la
sensación de fracaso y convierte al ahora en un espacio de incertidumbre y
naufragio. Pero la voluntad prosigue senda, el itinerario se abre hacia la
claridad del mediodía y es necesario recuperar impulso. Hay que reconvertir la
sombra en luz, aunque en la última vuelta de tanto caminar fugitivo esperen
impacientes la nada y la ceniza. Cada gesto deviene
empeño inútil; solo es tangible la oscuridad del otro lado.
Persiste sonando en la conciencia la voz del tiempo, un personaje verbal
que vuelve los ojos hacia su propia identidad para clarificar señales e
indicios, como si fuese imagen de un lugar arqueológico, vencido por el
desgaste y la erosión, mostrando un trágico abandono, su memoria desfigurada. De la historia clásica de Roma
regresa el nombre de Iulia Felix, cuya casa en Pompeya, tras el terremoto del
año 62 d.C., fue reconvertida para albergar dependencias de uso público para
los más desfavorecidos; o la casa de los hermanos libertos Aulo Vettio, en cuyo
espacio persiste todavía el famoso fresco de Príapo; o el Huerto de los
Fugitivos, un espacio abierto que preserva las formas de los que huían de la
erupción. Los enclaves pompeyanos son huellas de otro tiempo que sirven a la
voz poemática para evocar el propio tránsito, la incierta historia de cada
conciencia en el terco aprendizaje del vivir, o la fugacidad del placer que acaba por
rendirse al silencio.
El aprovechamiento de Pompeya como marco reflexivo no es la única
apoyatura cultural del libro. También la biblioteca contemporánea está presente
en los préstamos de dos nombres propios, Andrés Mirón y Claudio Rodríguez,
cuyos versos son venero para extraer los títulos de sus
composiciones.
La paz del abandono dibuja el proceso de cada destino, ese camino a lo esencial en el
que la existencia se desdibuja, fragmenta su textura y se hace olvido; palabras
que remarcan con voz crepuscular la mirada al tiempo desde una ventana
solitaria que siempre descubre en su visión que cada pérdida es un
paso más.
Querido José Luis, mi más sincera gratitud por esta magnífica reseña, fruto de tu generosidad y buen hacer crítico. Me siento muy orgullosa por tenerte como buen amigo y lector. Abrazos.
ResponderEliminarGracias por el afecto, María, siempre es un placer acercarme a tu poesía. Enhorabuena por el premio y por la edición en Renacimiento, una editorial que es siempre un referente de poesía contemporánea. Un abrazo grande.
EliminarQué bien pinta. Me haré con él y lo leeré con verdadero placer, estoy seguro.
ResponderEliminarUn abrazo.
Querido Antonio, la palabra de María Sanz es un río muy claro que en sus temas centrales se parece a tu propia manera de entender el poema. Seguro que disfrutas con el poemario. Un fuerte abrazo.
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