Diarios (2012-2013) Hilario Barrero Ediciones de La Isla de Siltolá, Levante Sevilla, 2015 |
TALLER DEL YO
La tensión narrativa del diario
–suena a principio elemental y recordatorio de las convenciones del género,
pero se vela con frecuencia- es el impulso para recrear lo vivido. Su
verosimilitud se basa en la calurosa presencia de la primera persona que vivió
el relato en tiempo real, soportó el frío posterior del olvido e inició más
tarde el sendero de la reconstrucción para compartir sus confidencias.
En la autobiografía resulta clave el análisis emocional del narrador y los rasgos principales creados
por el personaje que comparte pertrechos descriptivos de su historia. El buen
diario se mueve en círculos concéntricos; es un catalizador de intereses que
propician atención minuciosa y una sostenida evocación.
El taller del yo aglutina
diferentes estratos. Los hay superficiales y aleatorios; están ahí para dejar
constancia de las variables azarosas de lo cotidiano. Las páginas de Hilario Barrero
llevan hasta el papel el núcleo humano en el que se mueve el escritor, los
latidos domésticos de Brooklyn y el devaneo de la enseñanza universitaria con
los temblores del escalafón docente y la apatía habitual de los poblados
pupitres. Esta caminata escrita por la rutina laboral tiene una bifurcación muy
conocida del poeta: el ser literario. En su doble faceta de creador y
traductor; asoman lecturas y afanes en torno al libro que deparan encuentros
con otros autores, viajes, o secuencias al paso con los nombres propios del
ahora poético, algunos esporádicos y tangenciales, y otros reiterados en
salidas anteriores de esta obra en marcha que es el diario.
Pero los estratos más sólidos,
esos que sujetan las pisadas más definitorias del yo son fáciles de descubrir. Nadie
está solo cuando tiene el corazón en compañía. Qué hermosa definición nos deja
de su convivencia de pareja en esta anotación de la página 22: “En amor todo lo
que no es imprescindible sobra. El problema es saber cuándo encender el fuego y
cuándo apagarlo. Cuando dar a la pasión una silla para que descanse, cómo dejar
que las sábanas se enfríen. No permitir que el tiempo sea la lluvia que apague
el fuego, que la rutina sea quien planche las arrugas de la entrega. Que al ir
muriendo el amor no se entere, que crea que dormimos porque el amor está
siempre ahí, perro fiel, navaja afilada, mordisco animal, vendaval salvaje. El
amor nace cada vez que respiramos y sigue vivo después de que morimos”. El
lector sabrá disculpar la longitud de tan hermoso párrafo.
Otro elemento esencial de la
sensibilidad del yo biográfico es la música clásica. El disfrute de la ópera es
una de las actividades culturales básicas del ocio neoyorkino. Una y otra vez
insiste en el repertorio musical con una atinada información de directores,
orquestas y características interpretativas. Esa melomanía me hace recordar al
poeta asturiano Javier Almuzara y a su hermoso libro Catálogo de asombros, donde la sabiduría auditiva contagia pasión e
inteligencia, complicidad entre música y poesía.
El poeta Joan Margarit suele
comentar en sus lecturas que cada ser biográfico aporta a la escritura un
puñado de estaciones imprescindibles. Son los lugares de la identidad. En ellos
se guarda el tiempo del asombro y son siempre refugio abierto contra la
intemperie. En Hilario Barrero hay dos estaciones imprescindibles: Toledo y
Nueva York. Toledo es la luz clara de la amanecida, la primera raíz, el árbol
de familia que cobija una incansable fronda sentimental que va acumulando vivencias
y recuerdos. Una realidad hecha imaginario sentimental para la evocación y los
regresos. El perfil de Manhattan y la armonía vertical de Nueva York apareció
ante los ojos del poeta hace treinta y ocho años. En la ciudad de los
rascacielos, en Brooklyn, se quedó para trabajar como profesor titular de la
Universidad y allí sigue con el legado de varias décadas de docencia y
con el patrimonio afectivo de haber hecho de la ciudad una residencia estable y
repleta de vida. No sé si podría sumarse a estos dos rincones de la existencia
la presencia de Asturias, un paisaje geográfico y sentimental que invita
siempre a los regresos, donde amigos como José Luis García Martín tienen casa
abierta para el encuentro esporádico. Las anotaciones del paisaje están llenas
de poesía, cumplen sus ciclos estacionales con la cadencia de un reloj
rutinario que va dejando en cada contemplación señales de muda y de
permanencia, sobrios contrastes en los que el ánimo del poeta encuentra
calidez.
Decía Cioran – y lo recuerda
casi con las mismas palabras otro espectador de interiores, Iñaki Uriarte- que
una semblanza solo es interesante si se consignan las ridiculeces, porque
humanizan al personaje. Es sabido que hay también autobiografías sin autor, que
hablan como autómatas, como si asistieran desde un palco al paso de su propia
vida.
En este diario se percibe con trazo definido la silueta clara del personaje, las
huellas marcadas de una identidad real, de un hombre con memoria. Así que nada sobra
en esta miscelánea. Todo se engarza para convertir la mirada fugaz en
escritura, para dejar ante el espectador una lectura fragmentaria en la que
encajan actitudes y gestos, sensibilidad y gustos, sentimientos y silencios, el
reflejo exacto del yo ante el espejo.
Lo volveré a leer por la noche, tiene mucha miga, usted la sabes sacar... Lo que voy a aprender con usted. Gracias.
ResponderEliminarNo debo quitarte demasiado tiempo, Miguel Ángel, las bibliotecas están llenas de libros maravillosos que tú debes ir descubriendo. Agradezco de veras tu interés, pero recuerda que mis opiniones son solo eso: opiniones de un lector. Y hay otras. Un abrazo de afecto.
EliminarRecuerdo a todos los lectores de Madrid que esta tarde a las 19,30, en la calle Tutor 57, sede de la Librería Alberti, presenta Hilario Barrero esta nueva entrega de sus diarios. Acompañaremos al autor, el profesor y ensayista José Muñoz Millanes y yo. Así que sería un placer encontrarnos bien acompañados. Osesperamos.
ResponderEliminarCreo que estaré con vosotros, José Luis, aunque no pueda quedarme. Me esperan en otro sitio. Disfrutaré, seguro.
ResponderEliminarQuerido Paco, me das una alegría, por el afecto que siempre muestras y por esa felicidad de saber que eres testigo firme en tu blog de este encuentro con dos maestros. Eres profesor, como yo, y sabes que Hilario Barrero Y José Muñoz Millanes forman parte de esa avanzadilla incansable que ha sembrano poesía en castellano en el corazón de Nueva York. Una labor hermosa que hay que valorar en su justa medida. te lo agradezco de veras.
EliminarEscribi un comentario de agradecimiento en cuanto salió la reseña. He vuelto ahora a releerla para sacar unos párrafos que voy a leer en la presentación de Gijón, y veo que el comentario no salió. Ay¡ Escribía agradecido y el emocionado. Han pasado unos días y el agradecimiento y la emoción se han multiplicado. Un abrazo.
ResponderEliminarMe sucede lo mismo, Hilario, y esa emoción se extiende sobre la mesa de trabajo, donde los cuentos diminutos han crecido y donde estás cerquita con ese sitio grande que siempre buscan la amistad y el itinerario común. Gracias por todo , Hilario. Cuando pueda te daré los libros pendientes. Suerte con las presentaciones.
Eliminar