Un fragmento de eternidad Gregorio Muelas Bermúdez Ediciones Germanía Alzira, Valencia, 2014 |
FRAGMENTO DE ETERNIDAD
Con título reflexivo y
temporalista, Un fragmento de eternidad, compila sus últimas composiciones Gregorio
Muelas Bermúdez (Sagunto, 1977). El escritor, licenciado en Historia por la
Universidad de Valencia, ha explorado sendas creadoras dispares como el guión
cinematográfico, la crítica literaria y la poesía, con entregas como Aunque me borre el tiempo y el cuaderno Rosas y espigas.
Rafael Coloma firma las líneas de
introducción de esta propuesta que regresa a uno de los sustratos
básicos del verso: el tiempo, y expone una de las cualidades más significativas de
esta poesía: la estética directa, sincera, despojada, en la que es inevitable el
poso de melancolía por su profunda significación existencial.
Con ese afán de transcender lo
efímero se articula un poemario que arranca desde el escueto umbral donde el
sujeto poético se enfrenta a la inevitable condición del existir: marcar pasos
en lo diario es buscar sitio en la ceniza; la escritura no es sino un modo de
sortear lo transitorio y hallar en las palabras la compensación de una mínima
brisa, la posibilidad de estar: “Pero sé que todo es final / que todo acaba /
que solo existen los instantes / y que cada instante, / cíngulo del tiempo / es
un fragmento de eternidad”.
De oír, desde el comienzo, el nítido
rumor de la agonía nace un pensamiento abocado a la paradoja, una cronología
pendular entre la aurora y la noche en el que percibimos los elementos de una
epifanía de materia oscura, un espacio de sombras en el que encuentra sentido
la imagen infernal de un paraíso tenebroso, como si el viejo marco de la
tradición católica, recuperara su simbología y se hiciese imagen de un páramo
sombrío.
De esa condición marginal del ser
para la nada, la conciencia dicta un pensamiento de rebeldía y entereza, un tono de voz firme para afrontar el
invierno y salir a flote de la
desolación, desde la poesía o desde la música: “Sólo la música ilumina oscuras
estancias / por donde el alma transita silenciosamente. / Es como oír el
corazón latir nuevamente / en un lejano reino plagado de distancias”
Nunca cómodo por asumir ese
destino marcado por la intemperie, el sujeto despliega en cada gesto un afán de
eternidad; perdurar es al mismo tiempo anhelo y esperanza, incansable
labor de la voluntad para borrar heridas y descubrir agarraderos vitales a través de la voz y la palabra. Los versos se hacen testimonio y
razón de ser, así nace una sentida refutación del olvido que trasciende lo
personal para incidir también en el tiempo histórico y contradecir el aserto de Adorno, a raíz de la barbarie nazi: “Después de Auschwitz / se
escribe poesía / para decir con eco inextinguible / que la muerte no es la
única salida”
También la visión del paisaje
concede a los sentidos el equilibrio necesario de la belleza. En la sección
final “Apuntes de paisaje”, que incorpora una cita del poeta elegíaco Francisco
Brines, la voz meditativa dirige sus ojos al entorno en el que también respira
un tiempo cíclico y mudable en el que emerge lo finito de un acontecer mesurado
que pone flores entre la ceniza.
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