La crepitación POESÍA REUNIDA (1991-2006 Rafael-José Díaz Epílogo de Mario Martín Gijón La Garúa Libros Santa Coloma de Gramenet, Barcelona, 2012 |
LA CREPITACIÓN
En un intervalo temporal muy breve, desde 1991 a 2006, Rafael-José Díaz
(Tenerife, 1971) dibuja un perfil poético de amplios trazos. Las entregas de
ese tramo inicial aparecen reunidas en el volumen La crepitación, dentro del catálogo La Garúa
libros. Conviene recordar que en el contexto de los años noventa alcanzó pleno
auge una estética ya asentada en los manuales literarios, “la poesía de la
experiencia”, que tuvo como representantes más reconocidos a Luis García Montero,
Felipe Benítez Reyes y Carlos Marzal. En ese ambiente figurativo Rafael-José Díaz explora otras circunvoluciones no contaminadas por el
gregarismo realista y por los habituales magisterios de la generación del 50.
Para evitar injerencias en el criterio lector, el comentario crítico de Mario Martín Gijón se ubica
como epílogo, así que la entrada de La
crepitación queda franqueada con los poemas de Detrás de tu nombre. Esta amanecida emplea el poema en prosa como
pretexto comunicativo de la voz versal; se postula con verbo
redundante e interrogativo que busca la implicación directa del interlocutor.
Así se inicia un trayecto, hecho lugar de encuentro, cuyas inflexiones sondean la ausencia, la proximidad afectiva y
el papel germinativo de las palabras, capaz de restaurar huellas borradas o
marcar los itinerarios del vacío. La segunda sección se abre con pausas más
descriptivas, donde caben la evocación y el sustrato anecdótico; los versos
proyectan imágenes del recuerdo o filtran rendijas de lo cotidiano.
Además del aserto global, La
crepitación, define una sección completa que germina a partir de una cita
de W. G. Sebald. El paratexto provoca semánticas nuevas, cruces de caminos en
la aventura existencial. Existir es forzar una crepitación hacia la ceniza,
caminar hacia un centro secreto donde hallan reposo el tamo volandero del vacío.
El título El canto en el umbral parece
aludir a lo metapoético. La identidad es una textura que solo encarna en las
palabras. Allí esparce su materia o se convierte en receptivo despliegue
de quietud. Un poema homónimo clarifica el sentido y concede al libro un latido
elegíaco; el entorno natural ofrece hospitalidad, propicia signos de una percepción visual que niega la ausencia y busca definirse en
el tiempo. También La azotea-Réquiem alude
a la mudanza del tránsito. Las secuencias dibujadas trazan las imágenes borrosas del acontecer, con una voz esencial que
requiere mínimo desarrollo y busca brevedad y una formulación escueta y
precisa.
Llamada a la primera nieve recubre
su textura con una sensación de epifanía. Tras los hilos de la amanecida se
despeja la niebla. Llega la claridad y rebrota un ciclo vital donde germinan
signos de pureza y estreno. En ese ámbito de lo matérico la voz
suena a canción; las palabras tienden itinerarios para abordar una percepción
introspectiva. La mirada se hace impregnación del respirar cotidiano. El estar
gesta un aprendizaje pendular entre la opacidad y la transparencia; como
sugiere el poeta, repite el etéreo volar de una libélula. Ya en el arranque del
nuevo siglo amanece Los párpados cautivos.
Persiste en él los elementos simbólicos, entre los que toman sitios centrales
la luz y la naturaleza. El dibujo verbal traza arabescos sobre la paradoja,
como si la semántica tuviese linde en la incertidumbre. Leemos en “Meses de
invierno”: “Mira la nieve: / está unida a la luz, cuerpo de luz / que irradia
desde el centro del invierno “. De esta
unión de lo dispar parece emanar un hilo discursivo que defiende la luz como
dorso de lo oscuro; una línea delgada entre el sueño y la amanecida que va
creciendo en los márgenes de la identidad.
Moradas del insomne emplea un título de honda fuerza connotativa.
La llegada de la luz no cesa el estado de desplegué perceptivo: “Despertar / es
desplegar los bordes de tu sueño / en la cárcel de luz de la mañana. “ La
amanecida deja en evidencia el estar ausente, los claros indicios de finitud y
ceniza en los que se recuesta el dolor. Así nace la evocación y el decir
elegíaco, las palabras donde la muerte toma cuerpo y rasgos propios. También la
habitación vacía se hace lugar para el recuerdo en el hueco sin fondo del
pretérito o los distintos elementos del paisaje que van tomando conciencia del
declinar hasta ser mudos testigos de un sendero que no deja huellas.
Casi premonitorio, con el
velado son de una certeza, resulta el aserto Antes del eclipse. El sujeto verbal se dispone a hacer balance;
parte de una situación donde la calma difunde un paréntesis
temporal para lo introspectivo. Espera el azar, la conjunción de un destino
enigmático, mientras compone un imaginario autorretrato cuyos trazos van
surgiendo desde un lejano trasfondo: “No es el viento esta noche, es
la memoria / que golpea las puertas de sí misma, / como un hambriento perro
herido / que regresa al hogar donde fue amado “.
La muestra abarca hasta 2006, cuando se fecha la salida de Una ruta de junio. En sus páginas el
dibujo gráfico y la disposición verbal crean una sostenida sensación de
fragmentarismo y azar; los versos destellan, como si capturaran
mínimas visiones del entorno en el denso mirar de la calima. El aire diluye
formas cerradas; se acerca a los sentidos con la sensación de evanescente
transparencia en fuga, con la certeza, una vez más, del ser transitorio y nunca
apaciguado.
Se añaden como cierre dos textos en prosa. La mínima nota de autor
describe, en leves trazos, el proceso de gestación de esta poesía reunida para
que confluyera en un todo uniforme, sin
más reescritura que la imprescindible para solventar alguna errata o
eliminar algún poema fallido. El poeta lo ha dicho todo en sus versos y no
requiere más explicaciones. Mucho más calado tiene el sondeo crítico de Mario
Martín Gijón. En él, junto al contexto biográfico inicial, se revindica la
continuidad natural de un legado a partir del ideario estético de Andrés
Sánchez Robayna y la revista Paradiso,
y se hace de la condición insular un mirador de oteo: la isla es
palabra inaugural y paisaje naciente y la voz se convierte en búsqueda de lo
intangible.
La poesía inicial de Rafael-José Díaz encuentra en La crepitación
un espacio natural para la permanencia. Sus coordenadas son las
del poeta órfico, las de quien se asoma al poema, no para enunciar, sino para
descubrir, sin más elementos que la voz y el pensamiento, sin más caminos que
los pasos difusos de la incertidumbre.
Interesante todo lo que cuentas Buen dia desde Miami
ResponderEliminarRafael-José Díaz es un poeta singular que busca senda lejos del gregarismo y lo previsible. Esta edición ejemplar de La Garúa libros permite conocer al completo el primer tramo de su escritura y analizar formas expresivas y obsesiones temáticas. Un libro pleno y vigente que debe estar en las buenas bibliotecas de poesía contemporánea. Saludos hasta Miami, siempre cerca.
EliminarPues tu reseña me ha llevado a buscar el libro y en la web de la editorial permiten leer unas 150 páginas on-line. La verdad es que me ha gustado mucho lo que he leído suyo. Me ha resultado una poesía muy interesante. Apuntadísimo queda. Lástima no poder comprar con la frecuencia que quisiera... pero queda pendiente, sin duda.
ResponderEliminarGracias por compartir José Luis.
Feliz ya casi finde,
Sandra.
merece la pena comprar el libro porque es una poesía reunida que aglutina más de seis pomearios a un precio muy razonable. hacer biblioteca permite volver al libro mucho más a menudo. Tengo una biblioteca de poesía maravillosa... Sin ella no sé estar.
EliminarTambién he indagado yo sobre el poeta. Interesante, como lo es la reseña que has hecho de él. Lo tendré en cuenta. Un abrazo.
ResponderEliminarLa edición de una poesía reunida es siempre una oportunidad única de acercarse a una identidad poética. LA CREPITACIÓN deja un fresco completo de Rafael-José Díaz, un contemporáneo esencial, a trasmano de modas figurativas. Su lectura es muy recomendable. Un gran abrazo, Carmela.
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