Haciendo planes Karmelo C. Iribarren Editorial Renacimiento Sevilla, 2016 |
RUMOR DE VIDA
Leo Haciendo planes de Karmelo
C. Iribarren (San Sebastián, 1959) como si fuese la primera vez que dialogo con
la voz del poeta. No quiero adentrarme en este callejero poético con juicios
previos, con esas miradas de autosuficiencia de los que especulan con lo
previsible. La sencillez es una tierra de nadie que suele alejar a los que
buscan ostentosos escaparates de naderías Y mantengo esta actitud porque quiero
recorrer los poemas de Karmelo C. Iribarren con el hedonismo satisfecho de
quien descubre una geografía literaria proclive al asombro y se siente en una
isla; en ella, como un náufrago privilegiado, reivindica en soledad un carpe
diem, reformulado con sereno intimismo por Luis Alberto de Cuenca en la cita de
inicio: “Vive la vida con sus alegrías / incomprensibles, con sus decepciones /
(casi siempre excesivas), con su vértigo”.
De este ideario llega, con cadencia de fruto antiguo, la lluvia que
resuena en el primer poema. Es un repicar suave, tangencial, que hace temblar
el epitelio del tambor con el tacto personal y rutinario de lo cotidiano. Así
nace el poema, un texto que tiene en su materia menguante el tono menor de la
cercanía y que no inventa excusas para sentarse a una mesa común y compartir
luces y sombras, ese rumor de vida de un destino sin secretos ni estridencias,
formulado en la barra del bar, que mantiene la claridad del agua.
De esa proximidad nace la certidumbre de que el entorno –lugar con
grietas que tiende a la grisura y repite trajes laborales- está repleto de versos,
una poesía que se ajusta a la media voz y que parece definirse con brillo
precario. Karmelo C. Iribarren se sienta con ella para descubrir sus líneas
esenciales, con una formulación escueta y despojada, pero capaz de transmitir
(no encuentro otra perífrasis para mi asentimiento) la emoción de lo auténtico.
El poeta no niega que toda biografía bosqueja una labor de tramas
conocidas y que su cumplimiento genera un punto de decepción. Por tanto es
necesario que la existencia remonte vuelo, al menos en el poema. La vida casi
nunca ofrece nada a cambio, obliga a acodarse en el escepticismo y hace que la
ironía muestre al tiempo un itinerario continuo en el que los pasos marcados no
tienen mucha trascendencia. Así va tejiendo en su progresión temporal su tapiz de erosiones.
Tras la lectura, queda claro el punto de partida del poema: el
ahondamiento en la expresión concisa, sin márgenes florecidos, solo una trocha
central en la que van amaneciendo sensaciones que se ciñen de inmediato al
discurso narrativo con una continuidad natural. Una poesía donde suena la
escala armónica de quien se sienta a observar el momento revelador de tres o
cuatro callejuelas que resumen el mundo
y nos acercan las paradojas de una realidad compartida, que depara
emoción y certidumbres. Lírica de focalización intimista que pone luz en el discurrir de los relojes con la humilde voluntad de una cerilla.
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