La estación azul Javier Lostalé Renacimiento, Los Cuatro Vientos Sevilla, 2016 |
GOTAS DE LUZ
Fue el poeta nicaragüense Rubén Darío quien subió a los estantes
literarios la palabra azul. Convirtió
al sustantivo en mercurio poético, en estrato valioso, en una conmoción sentimental que fomentó la
singularidad estética del Modernismo. Con él amanecía un propósito persuasivo
que buscaba en cada verso el asombro, que caracteriza el lenguaje como un ámbito
de concordia y revelación. De esta poética que hace de las palabras infusión
estimulante y no funcional estrategia comunicativa se fraguan las teselas en
prosa de La estación azul, quinta
entrega de Javier Lostalé, editada por primera vez en 2003, pocos meses después
de que se reuniera su corpus en La rosa inclinada.
Tras esa compilación, han ido manando de forma natural otras salidas como Tormenta transparente y El pulso de las nubes, y el perfil
literario añade trazos nuevos, como antólogo de poetas jóvenes andaluces en Edad presente. Poesía cordobesa para el
siglo XXI, como agradecido discípulo de Vicente Aleixandre, uno de sus
magisterios tutelares, y como animador cultural del siempre maltrecho paisaje
de la lectura con Quien lee vive más,
título que adquiere la contundencia de un lema publicitario.
Los textos poéticos de La estación
azul tienen una naturaleza paradójica, velan los ángulos intimistas del yo
biográfico para argumentar reflexiones sobre un entorno próximo, habitado por
la contingencia, que emerge entre la emoción y el sentimiento, envuelto en su
propia sustancia. El poema se convierte en mirador y observatorio, da cuenta de
matices y alteraciones. Una breve nota prologal comparte la gestación de esta
entrega: los textos nacieron como fragmentos destinados a la publicación en las
páginas del diario ABC por encargo del desaparecido poeta Santiago Castelo.
Por su carácter lírico pasaron a formar parte del material compilado en La rosa inclinada, y regresó a las
estanterías como libro autónomo, tras recibir el Premio Francisco de Quevedo,
certamen convocado por el Ayuntamiento de Madrid. Se han añadido tres teselas
inéditas y no hay otras modificaciones en la nueva edición de Renacimiento; por
tanto, el acercamiento a la prosa lírica de La
estación azul mantiene su cálida temperatura estival.
El punto de salida de la palabra
es la mirada hacia el espejo del otro. Un propósito manifiesto de superar el
ensimismamiento biográfico de lo personal para recorrer los puentes que
conducen al entendimiento claro de otras identidades. Son presencias convocadas
en el espacio onírico de una estación azul, un andén habitable donde se
entrecruzan pasos y sentimientos, donde las palabras despliegan su mapa
comunicativo y convierten al pensamiento en sustrato germinal. El lugar del poema se caracteriza por su condición atemporal, por
localizar su espacio en una dimensión etérea en la que andan a trasmano
ilusiones y sueños. De ahí, su mediodía continuo y el carácter simbólico de
cada uno de sus rincones. Las fronteras de esa estación azul mantienen una
distancia ambigua, con tramos azarosos que se expanden hacia la felicidad o el
desamparo, entre las palabras y el silencio, como si fuesen partícipes de que
la existencia se va moldeando entre mutaciones y cambios inadvertidos.
La estación azul, desde su mirada fragmentaria, contiene
una intensa narratividad lírica; sus piezas conforman un árbol de luz, una
realidad con epitelio onírico, que aporta a quien se acerca la claridad gozosa
del encuentro, esa propuesta de la palabra hecha refugio, indagación y búsqueda.
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