Cuentos Julio Ramón Ribeyro Edición y estudio de María Teresa Pérez Cátedra, Letras Hispánicas |
MARGINALIA
Siempre
he percibido, como lector, una asociación natural entre devenir vital y
escritura. Esta situación de entreverados derroteros es evidente en la autobiografía, donde el tránsito cotidiano se convierte en
materia prima de la página en blanco. Conocer el latido del hombre ayuda a
entender los paramentos sustentadores del itinerario creador, revela propósitos
y rincones poco iluminados y aporta significados entre líneas.
Julio Ramón Ribeyro nació en Lima en 1929;
perteneció a una familia de clase media en fase de declive, en un momento
crepuscular que determina una perenne situación de inestabilidad. En 1952,
becado para formarse como periodista, viaja a España. Tras una breve estancia
en Madrid comienza su peregrinaje por varias capitales europeas, como si fuera
un desarraigado al que el medio propio le provoca fobia. Desempeña oficios
escasamente compatibles con el trabajo intelectual y prolonga una singular
vocación creadora, ejercida en las más precarias condiciones, como si la
literatura fuera su forma de conjurar una realidad hostil. El peruano titula su diario personal La
tentación del fracaso. Es un
autorretrato formado por anotaciones que abarcan desde 1950 a 1978, etapa de
gran actividad literaria donde escribe
los relatos reunidos más tarde en La palabra del mudo, La juventud en
la otra ribera y Cuentos completos.
En esa época además escribe novelas, ensayos, artículos literarios, una
colección de aforismos que pone en boca de un heterónimo y varias piezas
teatrales. Aunque padeció la soledad del exiliado, la crítica le adscribe a la
generación del cincuenta, a la que también pertenecería Mario Vargas Llosa.
Pero es la narrativa breve el género más
celebrado del peruano y desde sus primeras ficciones, Los gallinazos sin
plumas, obtuvo un notable éxito popular. Casi todas las piezas comparten
esta filosofía expuesta en el diario: “seres imperfectos que viven en un mundo
imperfecto”. Sujetos marginales que
deambulan por los barrios más pobres de la ciudad limeña con escasas esperanzas
y con un desaliñado instinto de supervivencia en el que queman los últimos
cartuchos.
También comparten estética: frente a los
escritores que se prestan a la magia menor del experimento formal, Julio Ramón
Ribeyro prefiere una expresión directa, a menudo cuajada de localismos, la
exactitud psicológica que evita el empleo de una retórica descriptiva y la condensación
dramática que en unos pocos folios resuelve la trama argumental. Radiografía la
realidad; pero sus convicciones progresistas no dogmatizan. Cuentos de figurantes menores que afrontan
contratiempos sin pretensiones y asumen el fracaso como un largo monólogo.
La relectura convierte a un título en cita pactada; me acerco con frecuencia a los cuentos de Julio Ramón Ribeyro porque aseguran que la existencia es un ejercicio para perplejos. Así que en estos relatos está la medida justa de cada fracaso personal y la callada entereza de los supervivientes.
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