Los nombres de la herida Juan Ignacio González Playa de Ákaba, nº 17 Getafe, Madrid 2016 |
LOS NOMBRES DE LA HERIDA
Profesor y editor, Juan Ignacio
González (Mieres, Asturias, 1960) ha
desarrollado una dilatada labor poética que inició en 1985 con la entrega Otros labios acaso. En aquellos versos dejaba sitio a un espacio de confluencia entre el sujeto biográfico y la
conciencia social, como si fuese ineludible en su escritura frecuentar los
desajustes de una cronología histórica e instalada en el presente que nunca
calla el rumor desapacible de las erosiones.
Así lo recuerda el prólogo “Los
poetas, la poesía y las heridas del tiempo” de Noemí Trujillo, al que pertenece
esta reflexión: “Este libro es pues una reflexión sobre el ejercicio de la
escritura de la poesía y quienes lo ejercen, los poetas, nosotros los que
deseamos llegar con nuestros versos por encima de las nubes y aún más allá,
para sobrevivir al paso del tiempo. El poemario es, a su vez, un ejercicio de
memoria poética, un ceremonial de adioses, un personalísimo manual de sombras y
un homenaje a la danza, la música, la pintura y otras artes.”
Los nombres de la herida sugiere que la existencia no es un sueño feliz
sino un itinerario de pérdidas y cicatrices que se van acumulando en la piel de
los días como una certeza de que, desde la amanecida hasta el ocaso: Corresponde habitar un tiempo de preguntas: “En ti se quedarán la sal y el
astrolabio, / y contar los sonidos de la palabra / será el oficio entonces de
todos tus desvelos “. Queda claro en los versos la razón de ser de la
escritura: la palabra retiene la conciencia tenaz del aire respirado y ese
discurrir aleatorio se expone en el poema como un intento de objetivar la
experiencia y traducir las sensaciones que encontraron cauce en su
cumplimiento.
Juan Ignacio González emplea en
sus poemas un léxico conciso que huye de la sobrecarga de imágenes y que
asimila en su expresión el intimismo de la confidencia. Los poemas son pliegos
sueltos de una conversación con el lector, una memoria de datos de quien fue
anotando los apuntes dictados por el dolor y la ausencia. Existir postula
marcar pasos en los linderos de la decepción, pero el poeta no convierte su
lírica en un ejercicio de queja y lamentación, en una certidumbre de derrotas,
sino que reescribe la esperanza, busca el cumplimiento de los sueños y hace de
la palabra un destello de luz que deje en los relojes un poco de tibieza y
claridad: “Y sé que hay que incendiar de
nuevo el mundo / como el abecedario incendia la escritura, / que amar
urgentemente es necesario, que hay que prender las garras sobre el lomo / que
anuncia la insondable cordura de los locos, / y agitarse, / como se agita el
corazón cuando no hay esperanza “
El poema enunciativo sirve para
dar voz a otras identidades. De esas bifurcaciones del yo que asume el sujeto
se nutren composiciones como “Memorias de un campesino polaco “, que sirve para
recrear la barbarie de Treblinka en 1942, cuando las botas nazis asolaban la
llanura europea y dispersaban las cenizas del odio en las páginas más tristes
del siglo XX. De esa conciencia que reparte migas de esperanza se hace también
el poema “Madres de mayo”, atado a la memoria de los desaparecidos argentinos
en la dictadura y a los pañuelos blancos que reclamaron su regreso.
La soledad y el dolor parecen
viajeros que acaban de concluir un largo itinerario por lugares extraños. Por
eso en sus rostros reflejan todavía el cansancio insomne de quien tuvo muchas
horas los ojos abiertos para retener en sus sentidos los nombres de la herida.
De esa sensación de pérdida y reconstrucción se hacen los poemas de Juan
Ignacio González. La poesía se vuelve entonces un piso de alquiler, una casa
ocupada donde dejar los sueños a resguardo.
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