Tienes que irte José Luis Piquero Siltolá, Poesía Sevilla, 2017 |
NUBE TÓXICA
El asturiano José Luis Piquero
(Mieres, 1967) protagoniza un quehacer de paso mesurado. Toda su obra poética
se reúne en el volumen Autopsia (Poesía
reunida, 1989-2004), reconocido con el Premio Ojo Crítico de RNE. Solo un
poemario ha publicado después, El fin de
semana perdido (2009), así que Tienes que irte, tras adelantar algunas
composiciones en la antología personal Cincuenta
poemas, es una amanecida esperada.
Estoy seguro de que esta
sensación de hospitalidad abierta frente a la obra literaria de José Luis Piquero no
es un mero asunto personal, sino un estado de ánimo colectivo; me sumo a la percepción
común sobre el valor de un aporte generacional que hace de la poesía una indagación en el
conflicto y una hendidura en la piel frágil de los desamparos.
Nada complaciente con el
conformismo establecido en el mapa gris de lo real, la poesía de José Luis
Piquero opta por la convulsión verbal. En Tienes
que irte, Piquero recurre con frecuencia al monólogo dramático para buscar
un desdoblamiento que trace distancias con el patetismo intimista. Así sucede
en el poema inicial de “Merma”, donde el personaje recreado usa la máscara de
Lázaro; pero esta reencarnación del sujeto histórico cobra un nuevo enfoque que
sorprende al lector: el ausente se encuentra bien en la quietud sin tiempo de
la ceniza; es un estado perfecto para liberarse por fin de las demoliciones
cotidianas; así pues, el personaje no quiere reiniciar una travesía existencial
que es más un paradigma de decepciones que una certidumbre de luz.
Casi todo el primer apartado, “Merma” hace de la muerte –y del campo
semántico que aporta como finitud, extrañeza o apagamiento- un sustrato común que aflora en la ironía
narrativa de “Insectos”, o en las contingencias de autopista que hilvanan los
versos de “Dummy”, en cuyo desarrollo se intuye una fuerte densidad biográfica;
o en la caligrafía verbal de “Elvis, reconocido”.
Como si cada sección explorase matices cercanos de la realidad, Piquero
distribuye las composiciones en núcleos complementarios. De este modo, el
segundo tramo opta en su apertura por el formato epistolar estableciendo una
propuesta dialogal entre interlocutores conectados en el tiempo. Oímos el
mensaje de náufrago que El Cíclope remite a Ulises; y también es un soliloquio
que busca destinatario el rumor convivencial de un marido que repasa los
gestos gastados de los días laborables, o el amante virtual… Son identidades a
mano alzada que buscan en el pozo del ensimismamiento las posibles respuestas a
su extraño papel en la existencia diaria sobre la que parece sobrevolar una
nube tóxica.
La sección “Quemaduras” comienza con
el recuerdo del poeta Rafael Suárez, amigo personal de José Luis
Piquero, cuya temprana muerte da pie a una reflexión sobre el estar y la
escritura; más que la elegía por el amigo ausente se hace notoria la caligrafía
de la coherencia, esa necesidad de empezar de nuevo desde otra identidad. la
biografía interior somete al yo a continuas mutaciones y es necesario un
despojamiento inadvertido, una fuerza que vaya dejando esas partes del yo en un
no lugar donde no existe el regreso.
El tiempo de escritura difumina el monolitismo argumental y va dejando
en cada sección un muestrario crecido de sondeos. Así sucede en los poemas
finales que hacen del extrañamiento, la incertidumbre y el insomnio nuevos
recorridos poemáticos Nunca sobreviven los matices de cualquier futuro, como si
fuese un mal sueño que se despeja tras la amanecida.
El poeta ha optado por una nota epilogal que aclara la contingencia de
algunas composiciones y distribuye afectos y dedicatorias. Pero siguen latiendo
las pulsaciones de un poeta que sabe que
la vida es un sueño roto; solo conserva en su discurrir suturas y cicatrices.
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