La voz ausente José Antonio Santano Prólogo de José María Muñoz Quirós Editorial Alhulia, Granada, 2017 |
CARTA AL PADRE
La poesía de José Antonio Santano (Baena, Córdoba, 1957) está hecha con
el lenguaje sobrio de la madurez, como si su pupila abarcadora sobre los
repliegues interiores del ser y sus destellos en lo cotidiano buscase un
voluntario despojamiento. Así lo constata el poeta abulense José María Muñoz
Quirós al escribir el introito de La voz
ausente: “El libro se abisma en una curvatura de luz y de extraña claridad,
y se nos arranca la emoción en un desbocado vuelo hacia la intensidad de lo
expresado. La voz ausente es un
regalo de inmensa eclosión lírica. “
Nos hallamos ante la solidez poética de un itinerario macerando en el
tiempo que ha ido dejando pasos como Profecía
en otoño, Exilio en Caridemo, Íntima heredad, Suerte de alquimia, Razón de
ser y otros trabajos que ahora suman las composiciones de La voz ausente. El título convoca de
inmediato una semántica crepuscular de finitud y vacío, refrendada por las
citas prologales de Juan Ramón Jiménez y Antonio Enrique.
José Antonio Santano opta por la prosa lírica como formato de comienzo;
es sabido que solo escasos poetas –como Juan Ramón Jiménez o Luis Cernuda, y en
nuestros días Luis García Montero- dan a su cauce versal el discurso reflexivo
de la prosa, acaso porque se emparenta de entrada con el ensayo y alude, por
tanto, a una mayor carga pensativa en detrimento del sustrato emocional de las
palabras. Pero constatamos de inmediato que José Antonio Santano en esta
evocadora carta al padre cuida al máximo el mensaje comunicativo para crear una
telaraña afectiva que captura al lector: “…sólo el silencio, lento y armonioso,
avanza camino del ciprés sobre las alas del tiempo, confinado en la extensa
umbría de la tarde que va muriendo en las cancelas del sueño”. La fuerza
expresiva de las imágenes logra trasmitir esa estela que deja cualquier
material perecedero que consume latidos en su continuo andar hacia el vacío. La
voz ausente no es otra que la del padre que en el tiempo germinal de la
infancia dejó su ausencia para no regresar nunca a la casa blanca de la
inocencia. Todo se hizo oscuridad y silencio. Todo languideció en una umbría
interior que contagió su melancolía y fue marcando el latido pesaroso del
reloj.
En esta crecida de la sombra que hilvana el devenir el recuerdo va
perdiendo contornos. Sus líneas de fuerza se diluyen como si las vivencias
prolongadas desde los días infantiles fuesen vagos espejismos que la memoria
cobija como sueños rotos: “De regreso a la casa, olivar todo / es la tierra, el
abismo dibujado / sobre la piel dorada de la tarde, / una extraña presencia
aniquila / los sueños de aquel niño que fue olvido, / misterio primigenio,
soledad “
Con el acento crepuscular de la elegía, la lírica de José Antonio
Santano nos sitúa ante el incesante devenir para que percibamos las cenizas que
vamos depositando en lo real, esas que nutren un olvido voraz donde se apaga
el lenguaje de la vida en continua mutación. Solo queda entonces escribir con
trazo firme un epitafio, dar fe de que también en el silencio permanece,
desnuda y yerma, la voz de la memoria.
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