Luciérnagas Carmen Canet Renacimiento, Colección A la mínima Sevilla, 2018 |
GOLPES DE LUZ
Pocos géneros captan con la lucidez del aforismo las telarañas de
afinidades que van creciendo entre periplo biográfico, entorno social y
quehacer literario. Las tres geografías semánticas conviven con naturalidad, se
complementan y dan pie al inacabable fluir de argumentos que salpica las
páginas.
Por su altura verbal, pese a su disonante ausencia en alguna antología
reciente, Carmen Canet (Almería, 1955), Doctora en Filología Hispánica y
Profesora de Lengua y Literatura con décadas de práctica docente, se ha
convertido en uno de los referentes esenciales de la práctica aforística
actual. Aunque su periplo creador estuvo, durante años, ligado a la escritura
didáctica y a la crítica, desde los años ochenta cultiva el conciso aporte de
la escritura breve, aunque su primera entrega, Malabarismos, aparece en
Valparaíso Ediciones en 2016. No tarda mucho en firmar un segundo aporte en la
misma editorial, Él mide las palabras y nos
tiende la mano, una selección aforística extraída de la obra de Luis García
Montero. Completa el quehacer de la escritora la entrega Luciérnagas, trabajo que se suma al excelente momento que atraviesa
el aforismo en castellano, con una sorprendente proliferación de autores y
títulos.
Creo necesaria, antes de recorrer las páginas de Luciérnagas, un apunte reflexivo. Manuel Neila, investigador del
género y director de la colección A la mínima, sostiene que estamos en una
etapa nuclear, de codificación estructural del aforismo. Yo comparto esta
afirmación, pero es imprescindible recurrir al recorrido de la tradición en
castellano. La máxima de Gracián “Lo bueno, si breve, dos veces bueno” pone la
clave central del formato e inicia una estale que en el primer tramo del siglo
XX encuentra cultivadores y magisterios como Miguel de Unamuno, Antonio
Machado, Juan Ramón Jiménez, José Bergamín o Ramón Gómez de la Serna. Todos
ellos trascienden el solemne enunciado de la Academia sobre el aforismo y
aportan al suelo argumental nuevos matices.
Para Carmen Canet el aforismo es un golpe de luz, el cuerpo diminuto y
luminoso de una luciérnaga. Del maravilloso acierto estético nacen los hilos
sueltos de esta compilación, cuyos caracteres encuentran breve enunciado en el
liminar: “Los aforismos deben tener una dosis necesaria para dialogar, ser esos
instantes terapéuticos de carga amable, elegante, irónica y comprometida, con
los que te sientes muchas veces identificado porque dicen verdades, que no te
preguntan ni responden, que ofrecen pensamientos y sentimientos, y que muchas
veces ofrecen bienestar. “ El
significativo párrafo constata el interés de la autora en resaltar el esquema
conciso, la pauta reflexiva y la presencia del humor, que no es sino un
esfuerzo inadvertido para mostrar el primer plano de una sensibilidad
convivencial.
La escritora resalta mediante citas la
conexión entre chispazo aforístico y luciérnaga. Cada apartado focaliza un
paisaje afectivo de incertidumbres, sensaciones y apuntes visuales. Así se
manifiesta una percepción inteligente que muestra un carácter versátil, aunque
siempre marcado por la temporalidad y la lectura ética. Quien habla, da cauce a
una identidad permeable que va ajustando sus relieves al devenir: “Apagaba sus
silencios con el interruptor del diálogo”, “para recordar quien eres es
necesario olvidar lo que otros dijeron que eras”, “A cierta edad algunas cosas
están menos firmes, pero están más relajadas”. Son textos que dejan entre las
manos una fuerte pulsión lírica, que reitera en su avance un amanecer de
claridad emotiva: “Los silencios que se mojan con la lluvia, enmohecen”, “La
piel de la tristeza necesita crema hidratante”.
Un entorno de amplio tratamiento en Luciérnagas
es el amor y la caligrafía que traza en el cuaderno relacional. Sus líneas
postulan renglones afectivos que tienden a crear un ambiente sentimental
diáfano. Pero la voz de la escritora pone en cuarentena cualquier romanticismo
exaltado y no duda en marcar distancias con estrategias irónicas: “Era una
mujer tan dulce que siempre usaba extensiones de cabello de ángel”; “A la
antepenúltima etapa de una relación hay que entrar ya con el abogado”
El buen libro de aforismos es siempre un poblado recuento de intereses.
casi ningún asunto se diluye en lo marginal. Van emergiendo como archipiélagos
las preocupaciones que definen nuestro tiempo: la sensibilidad femenina y su
perenne lucha por dar solidez al estar cívico igualitario, el arte y sus
bifurcaciones, la lectura metaliteraria que busca la razón de ser de la
escritura breve o el pacto entre sujeto y sociedad como si fuesen territorios
polares que se atraen o repelen…
De esta atinada riqueza, propiciada por la psicología de una presencia
implicada en la travesía existencial nace entre los breves fragmentos un decir cálido, una voz dialogal que se mira en el espejo gastado de lo
diario y hace suya la imagen de esos versos lapidarios de Giconda Belli: “Soy la mujer que
piensa. / Algún día / mis ojos / encenderán luciérnagas”.
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