Antonio Porchia (Conflenti, Cantazaro, 1885-Vicente López, Buenos Aires, 1968) |
LA VOZ DE LO SECRETO
Voces
reunidas
Antonio
Porchia
Edición de Daniel González Dueñas y
Alejandro Toledo
Prólogo de Jorge Luis Borges
Epílogo de Roberto Juarroz
Universidad Nacional Autónoma de México
México, 1999
El esqueleto verbal del aforismo –tan proclive a convertirse en osamenta
invertebrada- es callado heredero de una tradición. Un fluir incesante que no
rompe el silencio y nunca deja solo. Ahí
está la cordial compañía del italo-argentino Antonio Porchia, sus voces compiladas
en 1999 por la Universidad nacional Autónoma de México, en la edición de Daniel
González Dueñas y Alejandro Toledo. Toda la obra lapidaria se expande en un
único volumen, precedida por un elogioso prólogo de Jorge Luis Borges, quien
certifica una certeza: los mínimos esquejes reflexivos no son una estación de
llegada sino un amanecer que abre ruta, el pensamiento activo “de un hombre
solitario, lúcido y consciente del singular misterio de cada instante". Borges escribe esas líneas en 1979
para la edición francesa de Fayard, integrada en la colección Documents
Spirituels, con traducción de Roger Munier. Porchia ya no está; había muerto en
1968, pero la presencia intelectiva de Voces
es el impacto de una vocación casi secreta con la que el maestro argentino se
siente hermanado. Entre ambos no hubo amistad. No llegaron a conocerse
personalmente, a pesar de algunos amigos comunes como el pintor Xul Solar. Pero
el lector incansable que es Borges sabe reconocer la maestría esencial de
Porchia, esa manera de dar voz al misterio.
La sólida presentación rastrea el periplo biográfico. Nacido en el
pueblo calabrés de Conflenti en 1886, es el mayor de una numerosa familia. La
muerte del padre provoca el traslado a Argentina, donde el joven debe asumir el
papel paterno desempeñando quehaceres que sostienen la economía familiar. Poco
a poco, se acrecienta su conciencia social y entra en pequeños círculos
socialistas. Su escritura también se va fortaleciendo, dedicada de forma
monotemática al decir breve. Sus fragmentos tienen un ritmo lento, elaborado, casi memorístico, que se vuelca
con extrema economía verbal. En el barrio La Boca, enclave habitual de la
inmigración italiana, frecuenta algunas tertulias artísticas. Y serán sus
amigos quienes lo animen a difundir sus esquejes reflexivos. El libro se
edita en 1943 y la tirada de mil ejemplares pasó inadvertida por completo. El
almacenamiento obliga a una distribución aleatoria solventada con la donación a
bibliotecas populares, un asunto azaroso que concluye de la mejor manera posible.
El crítico francés Roger Caillois, que pasa una temporada en Argentina y
colabora con la revista Sur, recibe
un ejemplar y su impacto es instantáneo. Se convertirá en el máximo valedor y es puerta franca para su traducción al francés. La posterior edición
en Hachette, en 1966, consolida el valor literario y añade en 1974 Voces nuevas. Aquel desconocido, de humildad ejemplar, con
mínimos antecedentes literarios, se convierte en presencia de culto que suscita
la admiración de escritores como Henry Miller, André Breton o Roberto Juarroz.
Este último frecuentó la amistad de Porchia en sus últimos años y escribió el
postfacio “Antonio Porchia o la profundidad recuperada”. El breve ensayo se
publicó por primera vez en México en 1975, integrado en las páginas de la
revista Plural como prólogo a un
muestreo aforístico. Después se recuperó para la versión francesa ya citada de
Roger Munier, la realizada por Fayard, y se ha utilizado con frecuencia como
fuente informativa por su anecdotario y por sus coordenadas indagatorias. Al
mismo tiempo aborda la textura interna del sujeto y los núcleos del pensamiento estético, siempre centrados en la profundidad de lo elemental.
En esa confluencia entre el ser humano y la obra se define una soledad buscada
que rompe límites entre el yo y los otros desde la contención y el
despojamiento.
El itinerario se cumple con Voces
abandonadas,una recuperación textual de Laura Cerrato, cuya razón de ser
comenta en el prefacio. Son aportes que se han ido perdiendo en el devenir
creador, o han sufrido variantes y modificaciones. Dormidas en el olvido,
fueron aflorando en la voz del mismo maestro o en apuntes individuales
dispersos. Por tanto, recuperar las voces abandonadas no traiciona el rigor
correctivo del escritor, sino que muestran las exploraciones para cimentar un
lenguaje lacónico. En él cabe la repetición, la síntesis o el rectificado
ortográfico más liviano; en suma, una incansable meditación sobre el lenguaje
que preservan el gesto conmiserativo de quien desea que lo valioso no se
desvanezca.
Las voces no nacen del libro, son chispazos interiores de un
místico independiente. Es el pensamiento de un estar solitario que busca amparo
en el propio interior. Y lo hace a través de un lenguaje confidencial, en
ocasiones reiterativo, con sus características formales, lo que convierte al
quehacer en un trabajo cerrado y sin herederos, según algunos críticos, algo
que contradice claramente la obra de Roberto Juarroz, Alejandra Pizarnik, o
Fabio Morábito. Su voz es una forma de escuchar lo profundo, lo casi
inexistente.
Así describe ese algo más de Voces
Roger Caillois, el primer fascinado por esta luz: “Esos pensamientos
no son ideas, y escasamente son pensamientos; no revelan lógica ni psicología,
sino más bien metafísica, y una metafísica donde hay que adivinar más bien que
comprender, y al adivinar, elegir entre las formas de adivinación la que da
mayor cabida a la simpatía, quiero decir al dejarse estar, al abandono de las
distintas rigideces o tensiones o estados de alerta de cualquier clase, que por
lo corriente son inseparables del esfuerzo intelectual”
En el escueto magma reflexivo habita la libertad de
pensar, ese contacto entre lo previsible y lo extraordinario que aprende las
cosas desde lo elemental. Antonio Porchia, humilde y sabio, se despoja
de sí mismo para habitar el vacío.
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