El paisaje se hace poema Poemas 1951-2017 José Corredor-Matheos Prólogo de Jordi Doce Fundación Ortega Muñoz Cáceres, 2019 |
LA SOLEDAD DE SER
José Corredor Matheos nació en Alcázar de San Juan (Ciudad Real) en
1929. A los seis años, la familia se traslada por razones laborales a Vilanova
y la Geltrú y a los doce se instala definitivamente en Barcelona. La ciudad
será el lugar de formación y el sitio donde vive y desempeña su itinerario
creador hasta ahora. Por tanto, pertenece por edad a los llamados “niños de la
guerra” a quien los estudios literarios encuadran en la generación del 50, espacio
generador de una abrumadora bibliografía crítica por la calidad de sus
heterogéneos componentes. Pero el castellano-manchego, afincado durante tantos
años en Cataluña, es una voz solista. Su entorno literario no encaja en los
consabidos parámetros generacionales, por más que la entrega de amanecida, Ocasión donde amarte se edite en 1953, cuando
se gestan los hechos generacionales más conocidos de su generación: el homenaje
machadiano en Colliure, la culminación del ideario social-realista, los
quehaceres promocionales del grupo de Barcelona en antologías y nuevas
colecciones poéticas, o los encuentros que conexionaron las voces emergentes
del cincuenta con los autores del 27 que no habían partido hacia el exilio,
Vicente Aleixandre, Dámaso Alonso y Gerardo Diego.
Como otros estudiosos de la obra de José Corredor–Matheos, Jordi Doce es
consciente de esa falta de rasgos comunes generacionales. Aborda el itinerario
biográfico –tan magníficamente
evocado en la literatura de la memoria de Corredor
de fondo- con la conciencia de sondear un perfil a trasmano, que elige la
coherencia personal frente al gregarismo. El volumen Desolación y vuelo reunía en 2011 la obra poética, aunque pronto se
añadiría el libro Sin ruido,
publicado en 2013. Esta entrega no rompe la impresión de unidad y coherencia de
un itinerario remansado en el tempo y compuesto por una docena de títulos. De
ese corpus emanan los 86 textos integrados en El paisaje se hace en el poema con el mínimo añadido de tres poemas
inéditos.
El poeta y traductor deja en el prefacio las pautas referenciales que
argumentan la evolución en la mirada. Corredor-Matheos define su amanecida con
los claroscuros de la desolación existencial y el peso doloroso de la historia.
La primera posguerra muestra los efectos secundarios del conflicto fraticida y
el asentamiento de la dictadura tiñen el semblante de un país triste, que
reajusta la convivencia entre vencedores y vencidos. El sujeto poético se
encierra en los laberintos del yo ensimismado y aguarda en silencio la aurora:
“Como un árbol tengo vueltos / los ojos hacia mi entraña. / ¿Es el rumor de la
savia / o el silencio quien me habla? “. Ese estar callado deja oír con
claridad vital la voz del paisaje. La naturaleza se despliega como una
cartografía repleta de sensaciones que crean fuertes reflejos especulares en el
interior. La contemplación se hace conocimiento. Busca en los ciclos estacionales
un muestrario de verdad y belleza. En el recorrido del poeta se vislumbra
también un largo deambular por el temporalismo. La conciencia del transitar
deja en su última estación una voz despojada, si no de canto celebratorio sí de
aceptación de la condición de ser.
Los primeros poemas seleccionados confirman el abandono de la retórica
social, tan común en el Grupo de Barcelona, para abordar el poema con cierta
actitud intimista y con una poesía de severa precisión formal, refinada y
exacta, que hace del octosílabo la medida natural del verso. La efusión
individual sustituye a la denuncia del quehacer colectivo. La contemplación del
entorno se hace con mirada serena, con un espíritu delicado y ajeno a la
estridencia. Las formas se guardan intactas, dan respuestas a un estar
transitorio que enlaza vivencias y sensaciones: “Buscas en la corteza / las señales. / El árbol te ha
mirado / con los ojos profundos / de la infancia / y ha florecido luego / ante
tus ojos”.
Junto a la estela lírica, en el periplo escritural de Corredor-Matheos
el arte, la arquitectura y el diseño conforman embriones reflexivos de fuerte
proyección. Así que resulta muy atinado el muestrario de composiciones, casi
siempre con el esquema cerrado del soneto, dedicado a Benjamín Palencia,
Godofredo Ortega Muñoz, Mariano Gilaberte y otros artistas contemporáneos.
María Elena Rodríguez Ventura ha dedicado un iluminador estudio a la
poética oriental presente en la obra última. Alude a una tercera etapa
bautizada como “Poética del despojamiento”. La inaugura el libro Carta a Li Po (1975) y se hace
ostensible hasta la coda final, Sin ruido
(2013). En ella, los procedimientos expresivos recrean una brevedad básica,
que bebe de fuentes orientales como el haiku. Dan pie a una dicción transparente,
cuyos contenidos perciben la celebración y armonía del entorno y el brotar
solidario de lo compartido: “Pasear en la tarde / y detenerse / respirando muy
hondo. / Ver abrirse las flores / que aún estaban cerradas”.
La antología El paisaje se hace
poema esclarece una concepción poética en tránsito, que parte del
confesionalismo cotidiano y despliega en su madurez un entrelazado espiritual,
en el que resulta eje central el budismo zen. Su coherencia expositiva modula
una cosmovisión más intuitiva que racional, que concede a la conciencia del ser
un carácter trascendente y revelador donde todo se cumple. Es el abrazo pleno
del yo con la pureza primera del estar: “Hoja caída. / Salta ahora a la rama /
y reverdece”.
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