Intervalo Ricardo Virtanen Premio de Poesía José Luis Hidalgo 2018 Libros del Aire/ Poesía Torrelavega, Cantabria, 2019 |
LO EFÍMERO
La exploración creadora de Ricardo Virtanen (Madrid, 1964) enriquece su
itinerario con trabajos de investigación, literatura didáctica para el aula,
aforismos, ediciones críticas, antologías, páginas autobiográficas y una senda
poética que recurre al haiku como estrategia expresiva. Ahora se añade Intervalo, poemario reconocido con el
Premio de Poesía José Luis Hidalgo 2018.
Las coordenadas iniciales de Joseph
Brodsky y Juan Boscán aportan destellos ordenadores que no viene mal
señalar aquí. Son posibles ventanas del enfoque general del libro: el destino
del sujeto recorre aguas brumosas; siempre está marcado por quiebros
inesperados, lo que fortalece la idea de una esperanza mudable que exige una
respiración en vigilia; en esa voluntad existencial de salir al día para
percibir las líneas presentidas de lo material, el amor es núcleo central de la
identidad.
Desde la contemplación reflexiva del sujeto de las formas que ocupan la
escena, arranca un espacio poético que enuncia esa extraña autopsia que el
discurrir muestra ante los sentidos. Todo está ahí, como teselas insertas en un
gran mosaico, completo y vulnerable al mismo tiempo. Se trata de entender ese
golpe de dados que el trayecto vital arroja sobre lo diario, y no se puede
anticipar. La soledad no es sino búsqueda y espera; pauta para formulas
incisiones que aporten la cadencia del paso, el habitar la incertidumbre.
La enumeración de realidades y conceptos se convierte en actitud
existencial. Hace del protagonista de la contemplación un paciente testigo de
lo transitorio. Alrededor, el entorno despliega elementos enfrascados en una
mínima función presencial. La percepción se ralentiza mientras suena el corazón
del tiempo:“Vienen y van las moscas, / susurro de un motor / lleno de mil
metáforas, / atando sensatez y alegoría en mis ojos / cansados de rigor
estático del tiempo.”
Del estar en el territorio habitable del presente surge la indagación
metaliteraria, esas preguntas que plantea el poema, mientras la realidad se
desgaja en fotografías que poco a poco adquieren el desgaste amarillo del
discurrir. La metáfora cobra vida como expresión del desconcierto, como
estallido de imágenes que derrama formas invisibles entre las palabras: “He
cortado el poema, / como mirando una sandía abierta, / y encuentro dentro / los
fragmentos de su esqueleto”.
En quien mira las convergencias de la disparidad, hay una actitud de
despojamiento y esencialización. Se trata de aprehender, no de llenar los
sentidos; de sentir el resplandor instantáneo que restalla un segundo para
perderse de inmediato en la profundidad de la conciencia: “Las plumas del
recuerdo / encogen en la luz / pero se hacen visibles a mi tacto”. Esos brotes
efímeros alzan una arquitectura de verdad y extrañeza, de pureza presencial que
hace habitable la nada del sujeto. Asocian los sustratos de la materia con
estados emocionales.
Toda la sección está marcada por las cuerdas vocales del desasosiego.
Quien habla toma el pulso a una realidad casi inasible, que parece contener la
textura lejana de la imagen especular. El tiempo discurre en la grisura de un
fondo de ceniza. Así se justifica en el segundo apartado la necesidad de
amanecida y luz que requiere el estar: “Hay que inventar de nuevo la belleza /
con la presunción del transeúnte / y el hipo del que espera”. Es una estrategia
contra el desvarío; la posibilidad de estrenar un cromatismo nuevo que forme la
epidermis de lo cotidiano. Que retorne al sueño la alegría y se apague el estar
melancólico con la sutil delicadeza de los sentimientos. Que suene fuerte otra
vez la voz del personaje huérfano.
Repleto de sugerencias, el poema “Pop” intuye el apunte biográfico, casi
una constante del tercer apartado. El sólido trayecto musical de Ricardo
Virtanen ha ido fortaleciendo un caladero vivencial que alienta un copioso
anecdotario nocturno. Alerta sobre la fragilidad del amor y sobre su tendencia
a construir espejismos orbitales. Contienen un realismo existencial proclive a
la impostura. En la amanecida se percibe de otra manera, como fragmentos
marchitos en las aceras. Esta incertidumbre marca el comienzo de “Por qué un
poema en diciembre”: “Nada tiene una forma. Ni sus ojos / ni mi voz. Nada
ocurre / dos veces en el mismo pulso. Todo / es nuevo para mí. Las hojas
muertas / que alguna vez cayeron / donde pisan mis párpados, mi sed /
cuadriculada en círculos”. El devenir refleja la identidad mudable del estar; se
vuelve paradoja y tránsito, confusión y miedo, encarna un horizonte lejano que
se concibe inalcanzable, como un punto de fuga.
Pero también el tiempo es amanecida y esperanza, una inercia pactada con
los hábitos que recobra la pureza en lo percibido. El yo renacido sale al día
para volver a moldear los gestos del estar, esas ventanas que
ilumina la prisa y “el vómito desnudo de la luz”. Se presenta así un mundo fragmentario
en el que confluyen elementos dispares y significados como en una cadena
aleatoria que exige pausas a cada instante para que el pensamiento clarifique y
escriba su “Antielegía”:“El mar amaneció con tos extraña. / Vine para tocarlo
con mis manos / y despedirme para siempre / de lo que alumbra su belleza
mínima”.
En los poemas de Intervalo Ricardo
Virtanen deja las trazas distintivas de un excelente libro. Poesía que nace de
la observación minuciosa, la autenticidad de la experiencia. Ceñida
esencialización de un lenguaje que bebe de las vanguardias y recupera signos
cubistas y creacionistas para hacer de la escritura un trayecto habitable, de claridad
simbólica.
JOSÉ LUIS MORANTE
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.