Testigos del asombro Beatriz Villacañas Ediciones Vitrubio Madrid, 2014 |
TESTIGOS DEL ASOMBRO
Tengo el convencimiento de que cada libro editado crea su propio
itinerario hacia la complicidad del lector. Por esta certeza, no percibí en su
día la entrega Testigos del asombro (Vitrubio,
2014) de la poeta y profesora
universitaria Beatriz Villacañas y me encontré con una nítida referencia a sus
haikus cuatro años después de la salida editorial, entre las anotaciones
autobiográficas de Hilario Barrero, contenidas en la entrega de su diario
Prospect Park. En el quehacer del yo
de Hilario Barrero, Beatriz Villacañas, doctora en Filología, profesora de
literatura inglesa e irlandesa en la Universidad complutense de Madrid, poeta y
ensayista, viaja a Nueva York para impartir una conferencia sobre la poesía de
Juan Antonio Villacañas, cuyas composiciones ha traducido al inglés, y entre
las contingencias del trayecto asoman sus haikus.
Es cierto que el haiku como estrategia expresiva vive un momento áureo,
desde principios de los años setenta, impulsado por los poetas novísimos, que
vieron en su exotismo y en su secuencia formal un signo más del culturalismo
que define a la generación del lenguaje. Pero la aclimatación del haiku al ámbito
lingüístico del castellano goza de una amplia tradición, en la que se insertan
nombres como Juan Ramón Jiménez, Antonio Machado y algunas de las voces del 27
como Rafael Alberti y Federico García Lorca. la misma Beatriz Villacañas
recuerda el impulso familiar de su padre, José Antonio Villacañas, que cultivó
la estrofa en el poemario La llama entre
los cerezos (1965) y que fueron la brisa creadora que alentó a la poeta a
utilizar el minimalismo verbal en su entrega Testigos del asombro, aserto de semántica evidente: la estrofa se
convierte en estación de asombro interrogante ante la pluralidad del entorno y
propicia un sentir que despliega en su sensibilidad claroscuros de ánimo,
carencia y plenitud.
La escritora se acerca a la estrofa respaldando la forma clásica, el
esquema versal, y la condición temporalista y estacional de sus versos. Y añade
la rima asonante, una cualidad poco transitada, que acerca el trébol japonés a
las cercanías de la oralidad y al lenguaje popular de la seguidilla y la soleá, pero también a poetas del canon como Juan José Domenchina.
Al cabo, cada poeta, como ya hiciera el introductor de la estrofa en nuestro
idioma, José Juan Tablada, abre singularidades y bifurcaciones.
Frente al monolitismo temático, que avanza por circunvoluciones
argumentales, en torno a un motivo central, Beatriz Villacañas aglutina un
centenar de haikus que se caracteriza por su variedad de enfoque y por la
mirada abierta a elementos aparentemente rutinarios e insulsos, que esconden
oquedades abiertas para el asombro y la belleza. Se trata de aceptar la vigilia
permanente de percepciones y pensamientos, de escuchar ese diálogo callado con
la naturaleza y de ser testigos de los latidos de la temporalidad: “Se acerca
el alba / caen los ojos del tiempo / sobre la almohada”, “Lento es el tiempo /
en la piedra que habla / desde el silencio” , “Arde la siesta / el canto de
cigarras / prende la mecha”. Desde esa pupila alerta se abre camino el
conocimiento de lo invisible y se trascienden elementos reales que así se
integran en la sensibilidad sosegada del yo: “En lo tangible / se adivina el
perfume / de lo invisible”, “Con la palabra / llegamos a las cosas / que nos
esperan”, “Eco en el alma / son las cosas hermosas / nunca olvidadas”.
En el recorrido creador de Beatriz Villacañas percibimos una clara
preocupación formal; así en el poemario El
tiempo del padre (2016) se emplea la lira como estrofa cerrada para
pergeñar un sentido homenaje al padre. Del mismo modo, en Testigos del asombro emplea el molde expresivo japonés
para dar cauce al verso. Su minimalismo nos deja la mirada limpia y la fuerza
expresiva de una realidad discontinua que sale al paso, sugerente y evocadora,
que integra en su silencioso diálogo las distintas maneras de ser en lo diario. La voluntad de ser figurantes contemplativos de la belleza, aunque se oiga el rumor de la erosión del tiempo y los efectos abrasivos de la intemperie.
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