La casa a solas
A PUERTA CERRADA
Censores correctores y
taxidermistas verbales nunca desisten; siguen al pie de la letra los férreos
manuales del no.
La poesía fue escrita
para la lectura, no para llenar los tiempos inocuos del taxidermista.
Ese regodeo estruendoso
de quien descubre una errata escondida en el último recodo, como si fuese un
fenómeno insólito que muda el universo.
Para bandearse por el
discurrir existencial, qué necesaria la disposición sin tregua del censor. Como
el inodoro de una casa.
Agobiante sensación de
soledad … Y la necesidad de estar cerca de mí.
La pupila intolerante mira desde lejos.
El censor necesita el
magisterio de otro censor mayor, alguien que trace en sus opiniones epitelios
de tolerancia ecuánime.
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