Gloria Díez y José Luis Morante Biblioteca Mario Vargas Llosa (Madrid) |
Gloria Díez, poeta, periodista y gestora cultural, conversa con José Luis Morante sobre la antología Ahora que es tarde (La Garúa, 2020), una selección de poemas que integra treinta años de creación, desde 1990 hasta 2020.
- Al leer los títulos de tus libros, Rotonda con estatuas,
Población activa, Largo recorrido, llama la atención lo cotidiano del lenguaje.
Definitivamente ¿tu reino es de este mundo?
Sí, suelo vivir en la periferia de la solemnidad, en ese
barrio de gente que busca en el lenguaje sustratos comunicativos y zonas de
intersección; sé que a veces esa media voz puede confundirse con la pobreza
expresiva o con el vuelo bajo; pero asumo el riesgo; me gustan los
poetas que se visten con ropa de calle.
- ¿Cómo Karmelo C. Iribarren?
Claro,
como Iribarren, Comendador, Antonio Jiménez Millán, Luis García Montero, Joan Margarit, Juan Gelman, Parra, Carver, Ángel González o
Wislawa Szymborska…
- Pero también admiras a Juan
Ramón…
La casa de
la poesía es hospitalaria por naturaleza y hace de cada itinerario lector un
espacio transitable, un magisterio, una claridad por descubrir… Sí, me encanta
la poesía de Juan Ramón, y de Antonio Machado, Cernuda, Borges u Octavio Paz;
creo que la lectura debe ser plural y continua y esas condiciones han gestado en mí un cofre de deudas que ya querría para sí la mismísima Pandora…
- Dices: “Al piso regresaba cabizbajo, enfundado en un traje
de preguntas”. ¿Esa es la función del poeta, preguntarse, preguntar?
Toda tarea creadora es indagatoria, por naturaleza; recorre
líneas de sombra y rincones que suelen cobijar más sombras; y en esos sitios el
poeta siempre inventa cruces, reiteraciones y retornos al punto de partida; la escritura es desandar.
- ¿Qué te llama la atención de las estatuas? Hay “sonrisas
cinceladas en mármol”. Y están tan quietas….
Son la certeza firme del pasado, me gusta su simbología y su
afán por hacer perdurable la finitud; es tiempo inquisitorial y muchas estatuas
han bajado de sus pedestales; yo sigo conversando con ellas; son encomiables
interlocutores.
- ¿Te gustaría que te hicieran una…? Una estatua. ¿Y cómo
sería? Danos una pista.
No me había planteado esa celebración matérica de la
identidad; hace muchos años un amigo me sorprendió en una lectura recordando
que yo había definido una papelera como un cielo para despojos... Así que
parques, estatuas y papeleras suelen crear espacios apacibles de soledad y
melancolía, de lecturas al sol.
-Tu imagen en el espejo, los heterónimos… ¿Te inquieta la
dualidad? ¿O son las contradicciones?
Vivo con ellas desde siempre: hablo mucho porque soy muy
tímido; me gusta la soledad porque estoy lleno de extraños, soy frágil porque
creo en la fortaleza de la voluntad, y estoy conmigo cuando estoy solo... Los
heterónimos son posibilidades del yo; es saludable ser cobijo de tantas
mutaciones.
- En tus criticas hablas del “protagonista lírico” que
construyen los poetas. ¿Y cuál construyes tú?
Creo que en mis poemas se perciben claras afinidades entre el
trayecto autobiográfico y las contingencias del sujeto verbal; así que entre
los dos hay un razonable aire de familia que se va haciendo con el tiempo más
intimista y reflexivo.
- Dices “todos cabemos
dentro de la especie enemigo”. ¿La vida
te ha puesto frente a grandes enemigos?
Como a todos, la vida me ha dejado abrazos inolvidables y
decepciones al paso; de los abrazos queda el calor intacto en la piel; de las
decepciones, las cicatrices... No sé si mis enemigos eran grandes, tengo la
sospecha de que su talla era liliputiense y mezquina porque se han ido
diluyendo en la memoria...
- ¿Y para qué sirve un enemigo? ¿Se le puede encontrar alguna
utilidad? Aunque sea residual.
Sirve para recordar que él tiene de nosotros la misma
teoría; para saber que la dificultad está inserta en cualquier relación humana
y, desde luego, para cobijar nuestras sensaciones en poemas, libros o en
mínimos aforismos que callan su destinatario, pero que hablan con voz firme...
Aquella teoría de la otra mejilla contradice la sensación de justicia que
requieren algunas actitudes.
- Escribes: “me sonaban los pasos a verso en asonante” ¿En
qué métrica te sientes más cómodo?
Todos mis poemas, salvo una minoría, usan el verso libre; y
dentro de ese verso libre creo que hay un predominio de dos medidas versales,
el endecasílabo y el heptasílabo... Sé que son precisiones un poco insulsas,
pero ese ritmo es el más frecuente en mi cabeza en el tiempo de composición que
suele ser muy asimétrico; tardo mucho en escribir un poema, días, meses; o el
poema llega casi completo y solo lo modifico en la segunda o tercera lectura.
- Y la música del verso… ¿de dónde viene? Porque tus versos
son musicales: (…) este presente es sórdido y conviene/ descerrajar el tiro a
quemarropa”.
La cadencia musical es columna vertebradora; en casa hay una fuerte
inclinación a la música y al ritmo; además está la lectura; me gustan los
poetas que hacen de su poesía una canción que puede leerse en voz alta.
- Una de tus tareas literarias es la crítica. ¿Qué aporta?
¿Qué exige?
Aporta un dominio expresivo mucho mayor, una exigencia de
sencillez y una continua voluntad de seguir aprendiendo. Tengo una incansable
voluntad lectora, una huida de los juicios de valor y un compromiso de escribir
la reseña con estilo, lejos del aire desmadejado que suele tener un artículo de
prensa.
- ¿Algunos de tus enemigos se han fraguado ahí? La tarea de
desechar es ingrata.
No me gustaría dejar la impresión de que mis enemigos son
multitud, ejerzo en lo posible de buena gente, y lamento que ese título
“Enemigo leal” pueda dar esa imagen; como dije en su día; mis enemigos leales
son conceptos, no son presencias sigilosas en un callejón... Es verdad que
dos o tres críticos me dieron un buen palo en algún libro; pero solo uno me
hizo daño de verdad, porque su crítica contradecía sus propios consejos
anteriores; así que reitero que mi porcentaje de enemigos está a años luz de
los amigos.
- Háblame de tus antologías. ¿El antólogo disfruta, sufre,
acaba impregnado del perfume del autor?
Sí, es una posición de espectador privilegiado; se disfruta
mucho de esa sensación de ir completando un paisaje que solo al final
adquiere forma completa; la antología más gratificante fue una de poesía joven,
“Re-Generación” (Valparaíso ediciones, 2016). Y sigo manteniendo aquella
sensación de proximidad con los elegidos.
- ¿Hay muchos “demonios sueltos entre los papeles”? ¿Entre
tus papeles también?
Sí, en ellos forman algarabías permanentes las dudas, las
prisas, las ideas en blanco, los materiales inútiles, los proyectos que se
quedaron a medias...
- ¿Como crítico,
¿qué evolución adviertes en tu poesía?
Creo que un caminar pautado, sin giros ni estridencias que
desemboca en el presente de forma natural; como un trayecto reglado; nunca he
creído en el poeta acróbata, que hace malabarismos sin red.
- ¿Se mantiene tu “terca voluntad de estilo”? ¿Y qué estilo
sería ese?
Una de las cualidades más definitorias en mi manera de
entender el hecho literario es la voluntad; procuro mantener un tono de voz
natural y creíble, sin imposturas, que deje la imagen de un protagonista
implicado y fiable.
- Cultivas el haiku y el aforismo. ¿Qué te ofrecen esas
formas breves?
Concisión, brevedad e ingenio, la certeza feliz de Juan Ramón
de que “menos es más”.
- Ahora que es tarde, ¿es el momento de mirar atrás?
Sí, es un balance de treinta años que requiere abordar el
sendero cumplido para saber qué queda lejos y qué se mantiene a la vista
todavía; el título de esta antología, que ha prologado con tanto acierto el
poeta y profesor Antonio Jiménez Millán, niega la separación entre pasado y
presente; o mejor: los unifica en un mismo instante como si sus latitudes fuesen espacios complementarios. Creo que el profesor, poeta y crítico acierta plenamente; la escritura es una toma de conciencia del discurrir ; es palabra en el tiempo, como escribió Antonio Machado.
- ¿Esta es una antología provisional? ¿Queda mucha obra en el
tintero?
No lo sé, sigo trabajando el poemario Nadar en seco, pero
no tengo la sensación de estar en el final de ninguna ruta; soy un náufrago que
sigue buscando costa. Sigo dispersando pasos en los géneros habituales; no sé separarme de la escritura; es piel y abrigo.
Después de caminar 30 años es un buen momento para que
el viajero se detenga y eche la vista atrás. Eso ha hecho José Luis Morante, poeta, crítico y aforista, en esta antología titulada “Ahora que es
tarde”, que hace el número 86 de la colección de poesía de La Garúa. Nueve
libros de poemas vierten en estas páginas lo mejor de un autor que habita en la
periferia de la solemnidad, viste ropa de calle y es capaz de nadar en seco. La
entrevista ha sido realizada guardando todas las medidas de seguridad.
Julio de 2020
Entrevista muy interesante la que haces a Gloria Díez. Confieso mi ignorancia: no conocía a la escritora. Gracias al diálogo que mantienes con ella me entero de muchas cosas y consigues que me interese por su obra.
ResponderEliminarAl mirar la columna derecha de tu blog veo que has realizado no pocas antologías poéticas y que tu producción literaria es amplia.
se aprende mucho paseando por tu blog.
Un abrazo
Muchas gracias por tu confianza lectora, Juan Carlos, y por acercarte a estos puentes de papel; ya sabes que la buena conversación literaria está llena de rincones por descubrir y la escritura es siempre un aprendizaje continuo, se aprende siempre. Un enorme abrazo agradecido.
EliminarMuy bonita la entrevista e ingente todo tu trabajo poético. Muchas gracias.
EliminarMuchas gracias por tus palabras querida Cristina; la eficacia periodística de Gloria Díez, tras tantas décadas laborales, es manifiesta; no pregunta, solo crea una conversación de amigos, así que todo es más sencillo y confidencial. Un fuerte abrazo agradecido.
Eliminar