Muros y vanos Fotografía de Javier Cabañero Valencia |
PUERTAS AL CAMPO
Hay gente que tiene el don de la
hojarasca. Aparece una temporada guiado por la experta brújula de un interés
concreto (un favor editorial, una reseña, un manuscrito para corregir, una
presentación, direcciones de críticos o medios de comunicación, poemas
inéditos, un acto literario…) Después, se pierde en la nada, como si nunca
hubiese existido, prescindible, muda, perfecta pobladora del último silencio.
Sobre la compleja actualidad del indulto a los impulsores del golpe constitucional, me defino de inmediato, claro. El indulto es en sí mismo una indecencia; supone el ejercicio de una omnipotencia del ejecutivo que borra la profesionalidad del Tribunal Supremo y enmienda la propia esencia de la democracia: la división e independencia de los tres poderes. Lejos de la estridencia, el patetismo y la sonoridad de coro griego de
los titulares de prensa, es un asunto menor, porque la verdadera cuestión es pactar con los representantes actuales de la Generalitat una actitud nueva y dialogal, constitucional y equitativa con las demás comunidades. Los berrinches independentistas solo son tormenta sonora.
Imposible borrar la terca
cercanía del fanatismo; siempre hay voces que transforman un mensaje en una bofetada verbal, como si la crispación estuviese en su tejido germinal. He oído catalogar la sentencia del Tribunal Supremo como repugnante y su justificación jurídica como una amenaza al gobierno. Qué forma de convertir el mediodía en noche y además conseguir el aplauso de gente normal, que ama la música, la escritura y no sabe que el prestigio institucional es tarea de todos.
Estas anotaciones sueltas remiten
a la memoria fragmentada del mar lleno de niños que bracean. No es una catástrofe sanitaria, ni una cuestión de salvapatrias. Es la indecencia de una monarquía totalitaria como la de Marruecos, que viola el derecho internacional, empleando como proyectiles los cuerpos maltrechos de la infancia. La indecencia de un país como hábito perpetuo.
Cada identidad contiene
hendiduras repletas de fantasmas larvarios. Me encantó descubrir el vitalismo ególatra de Felipe González y sus recuerdos históricos. Inteligencia plena y autonomía de pensamiento, a años luz del posibilismo profesional de Zapatero, que ha hecho de la política, desde los veintisiete años, un colchón donde asentar sus ocurrencias al paso. No me extraña que González caiga mal a la estridencia populista y Zapatero cuente con la benevolencia de la infantería ideológica... La sensatez tampoco puede poner puertas al campo.
(Apuntes del diario)
Este mundo cada vez me gusta menos.
ResponderEliminarNo entenderé nunca la gente que se mueve por conveniencias, "hojarasca que aparece y desaparece", tampoco entenderé y no quiero, el uso del poder político para fines propios y aunque hay decisiones y promesas de las que te puedes mover un poco para beneficio de muchos más que muchos, me resulta difícil comulgar con ruedas de Molinos cuando has confiado en un grupo de políticos y después en sus acciones se han vuelto del revés como.un calcetín, o peor, han cambiado del blanco al medio.
Así es, querida poeta, estas anotaciones son una crónica del desconcierto, las preguntas sin voz de quien no entiende. Así que, como decía Vallejo, perdona la tristeza. Un fuerte abrazo agradecido por tu lectura.
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