Inventario Carlos Roberto Gómez Beras Isla Negra Editores Colección Filo de Juego San Juan, Santo Domingo, 2022 |
SIGNOS DE VIDA
Creo necesario recordar, para comprender mejor el largo camino literario
de Carlos Roberto Gómez Beras, su nomadismo biográfico. Desde los primeros años
de la infancia se introduce en la extrañeza y la perplejidad de dos espacios
geográficos del Caribe: República Dominicana, país donde nació en 1959, y
Puerto Rico, patria de acogida donde se instaló la residencia familiar desde 1964.
Allí completa estudios, se vincula a la universidad como catedrático y docente y
realiza una intensa tarea cultural, con la fundación e impulso de la Editorial
Isla Negra, que refuerza y nunca impide el ejercicio de su viaje central: la
poesía. El trayecto poético ha sido reconocido hasta en cinco ocasiones con el
Premio Nacional de Poesía y ha fortalecido su traducción a otros idiomas y la ineludible presencia en excelentes muestrarios y compilaciones antológicas latinoamericanas.
No pasa inadvertido el subtítuto de Inventario en el que el poeta aglutina el contenido orgánico del
poemario bajo la consideración de Libro
póstumo; la escritura hace balance del después, como si la estela vivencial
hubiera concluido y fuera necesario alzar en el pensamiento una estructura
cerrada de la devastación, la intensidad de todo lo vivido. La identidad del yo
se somete a una reclusión introspectiva y se empeña en descubrir todos los
sedimentos de lo perdido. La senda interior comparte la intensidad final de aquellos versos de César Vallejo: “En suma no poseo para expresar mi vida
sino mi muerte”.
El
escritor comienza su mirada interior argumentando sus relaciones con la
realidad diaria, ese diálogo imprevisible, de contención y evocación serena, en
el que se pone en juego intuición, inteligencia y voluntad. Desde esa
observación se establece un pequeño inventario de logros y carencias; se mira a
un cielo “hecho de intentos, vuelos y caídas”, un sujeto que trata de
encontrarse con las esperanzas y decepciones.
Lo vivido aparece en el transitar del tiempo
como una escueta sucesión de migajas, dispuesta a ser materia prima del olvido.
Solo queda la conciencia de que el yo camina por un recorrido insondable, casi
diluido entre la niebla. Se nombra lo contingente en sus múltiples
manifestaciones, desde las voces en el tiempo de la historia colectiva, hasta
la memoria del cuerpo y esa textura que marca en lo sentimental el aprendizaje
de la vida al paso.
El peso que adquieren en los días las paradojas de lo cotidiano sirve de
contrapunto al afán del quehacer laboral. La vida laborable del poeta inspira
muchas composiciones que acercan la realidad y el sedentario declinar que anula
el escapismo de los sueños. El sentir conforma una intensa experiencia
cognitiva, y el tiempo deposita asperezas sobre la piel mudable de lo
cotidiano. La labor del editor deja en su desempeño decepción y extravíos, esa
queja de quien percibe que muchos consideran ese trabajo una tarea secundaria,
que no alcanza ningún reconocimiento generoso. En la aridez de esa tarea oscura, queda la
compensación de quien une en el espejo su condición de poeta, una voluntad de
indagación y búsqueda que busca respuestas en la amanecida.
La poesía se convierte en pretexto central y núcleo germinativo de
abundantes composiciones, como si la labor de la escritura fuera yuxtaponiendo
en el tiempo evocaciones y vivencias dormidas en la estela biográfica. Quien
escribe toma el pulso al poeta, al poeta joven, a la palabra crepuscular y a la
armonía de las palabras que da sentido, con su densidad de estratos, a las
sacudidas del pensamiento. Lo pasado se viste con un cálido simbolismo y las
viejas secuencias vitales se empeñan en una lenta navegación por los sentimientos
hasta completar en el presente un cálido viaje circular. En él se refugia la
introspección de quien rememora la complicidad de la escritura: LA POESÍA: “La poesía es un cuerpo resucitado
/ que habla en silencios y metáforas. / La poesía es un gesto ebrio / en medio
de la noche más clara. / La poesía es un camino no tomado / porque en el deseo
está la ruta y su alba. /La poesía es un caerse entre las cosas / para luego,
sin las alas, levantarse. / La poesía no existe, como existe el poema que nace,
estalla, alumbra y muere para darle vida a otras palabras. / La poesía no
muere, porque es la fe / de una herida que inaugura la mirada.”
Los poemas buscan la herida abierta de la amanecida, nombran las cosas y
llenan las manos de signos, deudas y reflejos, tercos materiales que ponen
lentitud en lo vivido y transforman el abrazo entre onirismo y realidad en un
único poema, ese texto que encierra el destino de cada identidad “como un
castillo que se deshace sin que logremos habitarlo”.
En el último tramo de Inventario, de Carlos Roberto Gómez Beras, conviven
textos reflexivos y estados de ánimo que abordan exploraciones sobre la
tristeza, el sueño, la fe o los sentimientos con la evocación de presencias
referenciales como la hija, la amante, la madre o esas identidades transitorias
y efímeras que ponen voz a la soledad y al encuentro. Así concluye esta
exploración poética de lo vivido, en la que el tiempo cobra una dimensión que
enlaza vida y muerte, el círculo de arena que da sentido a nuestros pasos.
JOSÉ LUIS MORANTE
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.