ALGA. Revista de Literatura Nº 91-92 Castelldefels, Barcelona, 2024 Dirección: Goya Gutiérrez Lanero |
EL
SUELO MOVEDIZO DEL POEMA
Para reflexionar sobre el misterioso encuentro con el poema resulta útil
una panorámica del trayecto. Una antología personal no es una aleatoria
colección de poemas sino un libro unitario, orgánico, con meditada articulación
formal, contenidos selectos y un deambular marcado. Alude Ahora que es tarde. Poesía 1990-2020 (La Garúa, 2020) al recorrido
de tres décadas de escritura. Diez poemarios que mantiene un orden cronológico,
con el añadido de inéditos de la obra en marcha Nadar en seco que se publicaría en 2022. Las composiciones asumen
esencialidad y despojamiento: ser claro es ser preciso.
En mi poesía prevalecen unos cuantos temas que imponen su presencia de
manera más o menos continua. La entidad del personaje y las variantes de su
dimensión existencial ya están en “Heterónomos”, poema que aporta Rotonda con estatuas, carta de amanecida,
editada en 1990; la fisonomía del sujeto inspira también composiciones de
entregas posteriores como “El otro” y “Autobiografía”.
No basta con existir; muchas veces ocupa la atención lo antagónico,
aquello que conspira contra las previsibles coordenadas del deambular
cotidiano. El enemigo está ahí, forma parte de nuestra soledad; su lucidez pone
en duda convencionalismos y contradicciones, descubre el suelo movedizo de los
dogmas. Son las pautas de Enemigo leal,
donde la ironía también es una forma de aceptar los hechos consumados.
La lógica utilitaria inspira el título de Población activa cuyo primer poema “El arte de vivir los lunes”
objetiva el tedio con un tono frío, acto para confirmar la sospecha de un
horizonte limitado: hoy como ayer, mañana como hoy. Las similitudes entre el yo
biográfico y el ser literario abundan en Población
activa, Causas y efectos y La noche en blanco, con referentes
sentimentales que hacen de la convivencia una indagación sostenida. En Causas y efectos el anecdotario
biográfico cobre mayor presencia: los días de infancia, la presencia del padre,
el aprendizaje sentimental y la fuerza de enlace con la realidad. Si
manipulamos la proclama de Rimbaud que convertía al yo en otro, el aserto es igualmente
válida: el otro es yo.
El espíritu romántico de Gustavo Adolfo Bécquer tuvo conciencia de que
el sueño es núcleo y actitud poética. No son pocos los momentos donde resulta
difícil discernir qué cosas sucedieron o cuáles son fragmentos oníricos. Creo
en una sensibilidad sutil y etérea que saca a la realidad de su letargo para
explorar interiores.
Fernando Pessoa añadió una nueva dimensión al viaje; el supuesto
enriquecimiento que depara el camino se convierte en copioso inventario de
pérdidas; desde este registro escribí los poemas de Largo recorrido que emplea como único metro versal el endecasílabo
para subrayar la monotonía.
En la poesía realista el empleo frecuente de la primera persona, tan
apropiado para el tono meditativo, tiende a confundir el ser poemático y el
biográfico. Son entidades distintas, aunque emparentadas: el primero se nutre
del fondo de experiencias vivido o imaginario de quien escribe. En La
noche en blanco el yo poético se enfrenta a un estado temporal de vigilia.
Fármacos y relajación para conciliar el sueño han fracasado y anida en las
papilas ese sabor acre en el que los relojes laten con obstinada pereza. En ese
lapso el sujeto se aplica en la construcción de otra presencia, crea un ser con
el que accede a desiguales estratos emocionales. Asistimos al despliegue hacia
un ideal que hace suyo un aserto de Julio Cortázar: “creo que soy porque te
invento”. Ese conocimiento se inicia junto al mar, siempre símbolo de plenitud
y apertura. Los entornos naturales tienen algo de verdad que existe frente a
las mudanzas; en ellos percibimos un ritmo sosegado, vivificador, que se
transmite al espíritu. El poema no se atiene a las exigencias de la
descripción; busca intersecciones, hay una identificación con el paisaje físico.
Es una presencia necesaria que impregna los tejidos; alrededor están los
objetos domésticos, el ámbito cercano que nos pertenece. También otras
circunstancias que, en apariencia, no nos rozan pero que representan ámbitos
amargos de la existencia, donde la mirada incide en la desposesión y el vacío.
Cada proyecto personal está condicionado por la creciente jerarquía social que
condiciona el libre albedrío. A la tesis de Jean Paul Sastre “estamos
condenados a ser libres” hay que añadir que tal destino no habla de condiciones
sombrías.
Mis poemas no están exentos de ironía, acaso por los efectos lectores
del verbo nihilista de José María Fonollosa. El pacto de convivencia, casi de
modo inadvertido, va perdiendo su capacidad de asombro y, poco a poco, el
espejo refleja rasgos de soledad. Cuando la incomunicación se evidencia, el
diálogo con el otro enmudece. La creación es una estrategia para superar ese
estado de islas.
Llega la amanecida; vuelve el ahora y el tedio, la rutina de lo
laborable: el análisis de la realidad. Hemos buceado en los interiores de un
espejismo y corresponde el repliegue en lo individual. El final de la historia
tiene el regusto de la melancolía, un sentido agónico, como este delicado haiku
de Bashô: “Habiendo enfermado en el camino, / mis sueños / merodean por páramos
yermos”.
En el balance Ahora que es tarde una trama argumental,
un hilo invisible que reordena el discurrir de los poemas: el aprendizaje de la
decepción. Más que desánimo individual, se habla de un estado vital. Joan
Margarit ha definido este andén con precisión demoledora: ”Llega el tiempo de
no esperar a nadie”, de saber que ya, cuando parpadea la amanecida, es tarde. Nos
queda la palabra, la tos convulsa del poema, y dispuesto a alzarse sobre los
derrumbes el andamiaje artesanal de la esperanza.
José Luis Morante
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