El mapa del tiempo
Félix J. Palma
Algaida, 2008
Tras su espectacular crecimiento demográfico por la Revolución industrial, Londres se convirtió en arquetipo de la metrópolis. Es una ciudad de contrastes donde bulle la multiplicidad de la vida; no muy lejos de los barrios señoriales, regidos por inmutables tradiciones, surgen infectos laberintos para la clase obrera. En esa geografía Félix J. Palma localiza la trama de El mapa del tiempo, una voluminosa entrega reconocida con el XL Premio de novela Ateneo de Sevilla.
Si el perfil más conocido del gaditano lo formaban sus excelentes colecciones de relatos, asistimos ahora al desarrollo de una fantasía histórica, un atinado homenaje a la ciencia ficción. En Viajes a la Luna el crítico y filólogo Carlos García Gual selecciona distintas expediciones imaginarias que tienen como meta nuestro satélite. Comprobamos que ha sido común en distintos periodos un prurito visionario empeñado en trastocar coordenadas espaciales y temporales. Luciano de Samósata sirve de precedente a Godwin, John Wilkins, Cyrano de Bergerac, Swift, Poe, Verne, o H. G. Wells. Félix J. Palma comenta que su libro es también un homenaje particular a la figura de H. G. Well, quien irrumpe en la trama como actor principal; se recuperan las peripecias biográficas más conocidas de una infancia que contagia desvalimiento y el renqueante caminar hacia una vocación literaria que logró excelentes frutos, casi siempre basados en el poder constructivo de la ciencia para cambiar la fisonomía del siglo.
Pero El mapa del tiempo es sobre todo una novela de aventuras. El arranque describe la zozobra sentimental de Andrew Harrington, un personaje desclasado por amor que se adentra en el naufragio afectivo de Marie Kelly, inquietante belleza dedicada a la prostitución en los antros de Whitechapel. Ambos transforman la sordidez en ternura. El encuentro no puede liberarse de lo contingente. Un rastro de asesinatos -es inevitable otro inquilino tétrico del sensacionalismo londinense- pone en escena a Jack el Destripador. El asesino en serie transforma el romanticismo en pesadilla. El deambular de Marie Kelly se sumerge en un fatalismo resignado que empuja a Andrew a buscar una alternativa en la que pone en juego su prestigio social y el aprecio de su familia.
Ya es tarde y la prostituta será la nueva víctima. De esa muerte se deriva un largo extravío. La única manera de recuperar a la amada es viajando en el tiempo en sentido inverso. Ese es el debate abierto por el libro de Wells; si hay un artilugio que hace posible el periplo al futuro, se puede cambiar el rumbo de los acontecimientos adentrándose en el pasado. De ahí la búsqueda necesaria del escritor emprendida por Andrew Harrington y su primo.
Otro huésped ilustre de El mapa del tiempo es el Hombre Elefante, cuya insólita fealdad ha sido rescatada de los escaparates cirquenses. Alojado en centros hospitalarios se ha convertido en cortertulio de una élite social que tras superar su aterradora deformación ha de descubrir la verdadera identidad del monstruo. La sensibilidad del Hombre Elefante es otro guiño a los lectores de Wells; coincide con la de Weena, una de las más logradas presencias de La máquina del tiempo, un ser primario y frágil, capaz de difundir los sentimientos más elevados, aunque esté condenado a un papel secundario.
En el tramo de cierre, junto a H. G. Wells, habitan los capítulos dos contertulios ilustres de las estanterías, Henry James y Bram Stoker. Es otra vuelta de tuerca; parece que la literatura es la única energía potencial capaz de resolver los cortocircuitos de la corriente temporal. El narrador omnisciente, que de vez en cuando regala opiniones propias, justifica estas presencias porque las bibliotecas son la memoria del mundo. Esta reflexión concede a la literatura carácter simbólico. El escritor es una autoridad moral por su compromiso social; es el muro contra el olvido.
La columna vertebral del género de aventuras es el escamoteo de lo previsible; se suprime por insulsa toda relación de causa-efecto; Palma hace suyo ese principio a través de una sucesión de acontecimientos siempre regidos por el factor sorpresa, respetando la verosimilitud de la lógica narrativa.
Para mantener la consistencia del interés Félix J. Palma emplea el recurso cervantino de engarzar historias subalternas en el progreso de la trama central. La autonomía de cada relato está dispuesta con morosa sabiduría, sin que en ningún caso parezca un aderezo forzado; de este modo la novela se convierte en una ficción utópica en la que se destacan imaginación, rigor constructivo y brillantez de estilo, cualidades propias de un excelente novelista.
Tuve la ocasión de leer este libro el verano pasado y coincido contigo en el aspecto muy curioso de ser catálogo de referencias y personajes que se resuelven en una novela muy entretenida.
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