(Rivas, Parque del Sureste)
Aquí pierdo la voz, contemplo Rivas,
un nombre propio escrito en el asfalto,
un árbol que resguarda la memoria,
pulcra ciudad de espacios habitables,
igual y diferente a cualquier sitio.
Cada jornada intento sin demora
la gesta cotidiana de aventar
el cansancio de los días comunes,
mientras, bruñida y frágil, a lo lejos
una luna de plata abre la noche,
dibuja su contorno en el regazo
del cielo envejecido de Madrid.
Crece la sed aquí, varado en Rivas;
busco en vano la esencia de las cosas,
acumulo renuncias e inquietudes
y despide mi mano el tren vacío
de la vida que parte, no sé dónde.
(Mapa de ruta, pág. 96)
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