Papel ceniza Trinidad Gan Ediciones Valparaíso Granada, 2014 |
ANDÉN VACÍO
Tras una primera entrega, Las
señas del pirata, en 1999, en el discurrir de los últimos años y en un tramo temporal muy
breve, han visto la luz pasos referenciales del camino creador de Trinidad Gan
(Granada, 1960), avalados por importantes premios literarios. El que ahora nos ocupa, Papel ceniza, editado en el sello
Valparaíso, es la quinta salida y da continuidad a un itinerario figurativo,
que busca materiales literarios en lo cotidiano y en los estados vivenciales del
hablante lírico, como si contempláramos el sosegado crecimiento de un diario íntimo en el
que se constata un azaroso registro de incidencias.
Versos de Luis Cernuda y de Javier Egea abren el horizonte del poema
inicial, “La secuencia”, un texto en el que hallamos indicios claros del
dictado estético de Trinidad Gan. En él prevalece un enfoque narrativo, las
confidencias sosegadas de una voz omnisciente que busca objetividad y
distancia frente al yo biográfico, y hace la crónica de un emplazamiento en el ahora.
Asistimos a un pautado encadenamiento de acciones, un hilo de
causas y efectos que articula la tensión y resuelve el conflicto. Cada sujeto es protagonista
obligado de un devenir temporal; ha de tener conciencia de su estar transitorio.
Su estela es fijada por las palabras con una caligrafía tenue, cuyos trazos se
amortiguan en la distancia.
Los versos nacen a partir de esa percepción del entorno que adquiere
sentido en el decir. La voz da cuenta del cúmulo de ausencias y de pérdidas,
suena a elegía, y preserva el retrato del pasado con signos escritos que lo
mantienen despierto. Con aire de amanecida, las imágenes retornan,
se asientan en nuestras pupilas y van reconstruyendo las formas al paso,
como apariencias cercanas y tangibles. Nunca despejan del todo la sensación de
soledad e intemperie. La luz parece ajena, como un rumor de pasos que resuena
lejano en la distancia de cualquier laberinto urbano.
Entre los poemas iniciales resalta por su calidad y autonomía “El
fugitivo”. En sus versos habita un yo superviviente, un viajero que llega desde
otro tiempo para olvidar la noche y despejar el frío que destila cualquier
andén abandonado, mientras evoca un tumulto de imágenes en fuga.
No es el único texto que hace de la soledad motivo para una reflexión
indagatoria. En las distintas secciones percibimos con frecuencia un hablante
lírico que guarda entre las manos una única certeza: la realidad nunca confirma
sueños, solo crea espejismos y obliga a guardar el equilibrio sobre la cuerda tensada
por la incertidumbre. Y el tiempo va acumulando en ese deambular una cosecha
reiterativa y maltrecha en la que suena
la voz del silencio. El avance titubea, como quien extiende las manos en la
oscuridad y busca un rumbo nuevo. También hay hueco para la esperanza y para
hacer del amor una orilla habitable. El deseo descubre un cuerpo por leer a
plena luz del día.
En Papel ceniza Trinidad Gan nos deja una articulada meditación sobre lo contingente. La poeta convierte la evocación en latido del verso; lúcida y emotiva sabe que cualquier interpretación de la realidad es cuestión de palabras. Los
sutiles efectos de lo vivido también, son simples hojas sueltas de un cuaderno
gastado, papel ceniza hecho precariedad, renglones desvaídos
donde el pasado deja constancia de que el yo es fragmentario y
está hecho de teselas sueltas.
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