lunes, 13 de agosto de 2018

BRUNO MONTANÉ KREBS. EL FUTURO

El futuro
Poesía reunida (1979-2016)
Bruno Montané Krebs
Prólogo de Ignacio Echevarría
Editorial Candaya
Avinyonet del Penedés (Barcelona, 2018) 

FIGURACIONES

   Los discursos creadores están sometidos, desde el arranque de su recorrido, al campo acotado de las etiquetas críticas y al contexto de un estar colectivo que refuerza la realidad singular como elemento complementario, inserto en una dinámica grupal. Por eso resulta tan complejo analizar propuestas a trasmano, alejadas de la escenografía gregaria, que ponen en evidencia  que la arquitecturas críticas nunca son construcciones estables. Es una reflexión que conviene tener en cuenta al abordar la lectura de El futuro, volumen que compila la obra poética de Bruno Montané Krebs (Valparaíso, Chile, 1957), puesto en circulación con criterio oportuno por la Editorial Candaya.
  El futuro añade un umbral crítico de Ignacio Echevarría, quien aborda la andadura de casi cuatro décadas como un ejercicio tenaz que, sin embargo, preserva en la sombra su oculto sentido; Bruno Montané Krebs percibe la poesía como un modo de pensar el mundo a través de la palabra, como una búsqueda cognitiva que persigue hacer más inteligible la dialéctica establecida entre realidad y mundo.
  Tras completar un corto itinerario publicando composiciones de amanecida en revistas del momento, el poeta publica su libro de apertura, El maletín de Stevenson, fechado en 1979, tras concluir una estancia personal en México, donde su escritura más temprana se integra en la dinámica inquietud de la vanguardia. Estos poemas germinales postulan un ideario atento más a los elementos visuales que al enunciado argumental. El referente cultural, Stevenson, personifica el empeño creador, esa espera despojada de equipaje, que hace de la intuición amanecida. Las palabras resquebrajan su sentido para formar el humus del que nacerán otras palabras. Los poemas recuerdan instantáneas sin conexiones aparentes, puntos de interés que yuxtaponen su necesidad expresiva a través de fotogramas y sugerencias conceptuales.
   En sus apartados el libro muestra un activo dinamismo temático. Hay composiciones que se acercan al microrrelato, como “El silbato de los mares” y apartados que sorprenden por su carácter orgánico como “Las colinas interiores del planeta”, que aporta incisiones metaliterarias o dejan la estela siniestra de desasosiego y denuncia de la tortura policial.
   Con título paradójico, El cielo de los topos contiene composiciones fechadas entre 1987 y 1995, en torno a dos núcleos reflexivos: voz y cuerpo. El primero acoge composiciones empeñadas en oírla voz silenciosa del entorno, cuya naturaleza abriga un insólito pasadizo de imágenes. Las palabras perciben, rastrean, dan fe de lo vivido como si fuesen los latidos de una conciencia caótica que no oculta su cartografía de rarezas, pero que siempre contiene emoción y música, el melódico compás del tiempo con su desplegado onirismo.
   El sujeto verbal persigue la utopía, esas visiones que apuntan al futuro y preservan la ingenuidad con su perspectiva húmeda y luminosa, es caricia que da luz a los cuerpos; sin embargo el grito sigue horadando el cerebro, atraviesa la noche y colisiona con el sosiego.
   Aparecido en 2013, el libro Mapas de bolsillo alberga un ideario poético más descriptivo. En él las figuraciones imaginarias contraponen los límites de la realidad aparente para dejar sitio a un espacio onírico en el que prevalece lo nocturnal. Los poemas recrean sueños, dibujan formas y figuras en las que afloran las señales dispersas del asombro. La poesía refleja esas perspectivas nacidas al trasluz que transforman la mansa apariencia de lo diario. Son hallazgos de simbología compleja, como una sombra perdida en la oscuridad. Lo que contiene el poema son. “Fragmentos, esquejes, / pura vibración de la materia. /  Evidencias que niegan / la grandilocuencia de toda explicación. / Breves incisiones en una superficie, / breves luminiscencias sin traza”.
  El último libro de la compilación es El futuro, entrega de 2016. Desde el marco cercano de la contingencia, un cielo al revés, donde se acoge la carencia y el barro, se buscan respuestas sobre el quehacer escritural; los poemas prodigan trazos que desaparecerán en el silencio, pero constituyen la razón de ser que nos sostiene. Tras esa inquieta reflexión sobre el para qué del largo viaje de las palabras, la escritura profesa una voluntad de estar en el entorno más allá de la mudez, para penetrar en los significados: “La realidad escribe y las emociones / riman y unen escena tras escena”. Y en ese respirar incertidumbre, borrando la paciencia del silencio la música callada del futuro, su temblor desasido e incomprensible.
   Bruno Montané Krebs aborda el quehacer lírico sin especulaciones formales o semánticas, como si la escritura compusiera un largo poema inacabado que deja su sombra en el tiempo y que no es necesario entender. Confía en las sensaciones y en las perspectivas exentas de intencionalidad, deja en tierra una luminosa semilla dispuesta en el silencio para dar crecida fronda en el camino. Las palabras graban lo que se vacía, conceden  ese “imperceptible vuelo que / te impulsa hacia adelante”. 





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