Gloria Díez Fotografía de Manu Ridocci |
Entrevista con GLORIA DÍEZ
Hace unas semanas asistí a una lectura poética de Gloria Díez
(Asturias, 1949). Percibí en ese evento en la Biblioteca Mario Vargas Llosa una
sensibilidad aguda y el escribir a trasmano de quien sabe que el tiempo rescata
la palabra exacta, que hay que moverse con lucidez y pasión, sin más brújula
que ser coherente con la propia obra. Me acerco de nuevo a la poeta y
periodista para abordar su itinerario lírico, un dominio abierto que sigue
caminando.
Su andadura comienza a principios de los años
ochenta con Mujer de aire, mujer de agua
(Rialp, 1982). ¿Qué supuso publicar en una colección tan emblemática?
Fue un regalo del destino. Y vino de la mano de Luis Jiménez Martos. Yo
escribo desde los catorce años. Cuando Jiménez Martos me “descubrió”, tenía ya
cinco libros “en el cajón”. Lo que ocurre es que estaba en un momento de
pujanza profesional. Y el periodismo activo puede ser arrollador.
El silencio posterior convirtió la escritura en espera. ¿Fueron
incompatibles quehacer laboral y taller literario?
Mi silencio solo fue hacia el exterior. No tenía tiempo para frecuentar
los ambientes literarios, para unirme a lo que entonces se llamaba irónicamente
“una cuadra”, en alusión a los hipódromos, pero la poesía es mi forma de
entender el mundo, literalmente, y a eso no se le puede poner freno. Seguí
escribiendo. ¿Cómo podría no hacerlo?
Sin embargo, la poesía sigue fluyendo hasta componer una segunda
estación, Dominio de la noche,
trabajo ilustrado con los inquietantes grabados de Piranesi (1720-1778) cuya
fantasía constructiva deja una sensación de enclaustramiento y desolación. ¿Son
rasgos que la palabra poética de Dominio
de la noche también asume?
Es una buena apreciación. Creo que eres una de las personas que mejor
han entendido ese libro. Refleja mi particular “noche oscura”. Y en contra de
lo que podría pensarse, creo que no es una etapa agradable, pero si la
atraviesas…el grano que no cae en la tierra no puede florecer. Así están hechas
las cosas.
En el prólogo de Dominio de la
noche Victoria Lafora habla de su poesía como una puerta abierta a la
incertidumbre, como crónica de un tiempo de batallas perdidas…
Victoria Lafora es una extraordinaria compañera de profesión, una
entrañable amiga, otro regalo de la vida…juntas vivimos momentos convulsos de
este país, cuando cada día parecía que iba a ser el último, que todo podía
venirse abajo. Se pueden perder batallas, y ganar otras “a los puntos”, pero yo
nunca me entregué. Y ese fue mi triunfo.
A pesar de que el libro contiene las estrías del dolor también es
evidente el esfuerzo regenerativo de una voluntad que intenta remontar vuelo.
Qué hermosa definición del quehacer creador contienen estos versos: “Poesía, un
farol diminuto / para cruzar abismos”
Eso es exacto. La poesía es luz en lo más profundo de la tempestad. Luz
diminuta, reflejo de una intuición que no sirve para “entender” el paisaje
completo, pero que te susurra “sigue”, “vive”.
La
eficacia estética de sus libros procede de una dicción cuidada e intimista. Son
texturas también presenten en Inocente
ceniza, tercera entrega, donde la elaboración lingüística es sobresaliente:
musicalidad, dicción precisa…¿No cree que en la actualidad hay un desmesurado
prosaísmo que se hace pasar como poesía?
Tengo un profundo respeto por la prosa poética y por la poesía llamada
“prosaica”. Lo que me importa es que sea una escritura honesta, dispuesta a
crecer. No es muy inteligente creer que has llegado a la meta cuando has
recorrido los primeros cincuenta metros. Eso no te ayudará a seguir.
Pese al título, los poemas de Inocente
ceniza concluyen con un mensaje de esperanza; la ceniza no será ceniza sino
vuelo, renacer, abono, sementera. ¿La poesía es también una manera de percibir
rendijas de luz?
Para mí, la única manera de percibir esas rendijas, y la única manera
de acercarse a ellas. Los “grandes” incluso se bañan en luz.
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