Los tres pies del gato Miguel Ángel Arcas Prólogo de Carlos Marzal Ediciones Trea, Aforismo Somonte Cenedo, Gijón, Asturias, 2019 |
VIVIR AL PASO
En el afianzamiento y divulgación del aforismo como género de plena
vigencia, es de justicia reconocer la geografía participativa de Miguel Ángel
Arcas (Granada, 1956) como impulsor de la editorial Los Cuadernos del Vigía y creador del Premio
internacional de aforismos inéditos José Bergamín. Este relato se completa con
un notable trayecto creador que aglutina las entregas Los sueños del realista, reconocida
con el Premio Nacional de poesía Miguel Hernández en 1998, El Baile (2002), Llueve horizontal,
ganador del XXII Premio de Poesía Ciudad de Córdoba “Ricardo Molina” en 2016 y Alevosía, conjunto aparecido en 2016.
Tan apreciable floración poética
convive, sin criterios de oposición, con una sostenida dedicación aforística
que integra tres salidas, Aforemas (2004),
Más realidad (2012) y la entrega
aparecida en 2019, Los tres pies del gato.
Son exploraciones del decir breve donde,
sin altisonancias ni moralinas, el escritor da voz al aforema, una cata
reflexiva que hace de sujeto y entorno un marco natural de circunvoluciones para
el pensamiento.
Este rótulo conceptual, “aforema”, esboza el sustrato del aforismo como
un material híbrido que aglutina poesía, pensamiento y filosofía en la concisa
fugacidad de su percepción. La voz formula su deambular
discursivo con la veracidad de tono de lo confesional; quien habla lo hace
desde la dicción transparente de un
idioma comunicativo, dispuesto a la confidencia. Es un interlocutor que ocupa
la distancia corta del diálogo, un espectador del ahora que entrelaza la historia subjetiva del personaje y un contexto social, como telón de fondo dispuesto a la representación.
De estos rasgos da cuenta en el prólogo Carlos Marzal. Es una introducción
tendida entre las pinzas amistosas del confesionalismo biográfico y la
experiencia de una literatura que ha hecho de lo fragmentario una manera de
mirar las cosas; Marzal descree del dogma para poner el paso en las
construcciones imaginativas de lo real. De este modo su umbral nos deja en el
cauce estético de Arcas que anticipa una cita de Elizabeth Bishop: “Es como
imaginamos el conocimiento: oscuro, salado, claro, móvil, plenamente libre…”.
Desde esta diversidad ensancha límites la retórica minimalista del texto,
siempre con una visión crítica despojada, que abre una larga vigilia reflexiva:
“No es pensar en silencio, sino pensar desde el silencio”; “La verdad: una luz
partida en dos oscuridades”; “La boca del silencio no siempre está cerrada”;
“El olvido es una geografía de la que no existen mapas”.
El aforismo no obedece a una cartografía previsible. Deambula. Tantea.
Busca formulaciones de la incertidumbre; se hace camino y regreso y guarda en
los espejos esa imagen mudable del sujeto que bracea en lo existencial. Así van
escribiéndose los destellos reflexivos de un tiempo de nubes y claros, de
melancolía y extrañeza. Así se va confeccionando el autorretrato de un sujeto
vuelto sobre si mismo, en cuyos rasgos siempre encuentra sitio la extrañeza,
esa pausada conversación sobre el silencio que bracea a contracorriente, que
pugna por hacer sitio en el sillón de lo diario a la elocuencia del silencio,
al rumor que dejan en el discurrir los tres pies del gato.
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