viernes, 12 de febrero de 2021

ISABEL BONO. ME MUERO

Me muero
Isabel Bono
Prólogo de Juan Marqués
Bartleby Editores
Madrid, 2021

 

TACTO DEL FRÍO

 
   Isabel Bono (Málaga, 1964) ejerce como escritora plural desde hace muchos años. En la originalidad de su voz conviven la poesía, el relato, la novela y el decir despojado y lacónico del aforismo. Tras los tanteos aurorales de las plaquettes Mensajes, El intruso y Contra todo pronóstico, su amanecer poético se fecha en 2003, cuando se publicó el poemario Los días felices, ganador del I Premio de Poesía León Felipe. Aquella entrega abrió cauce a Poemas reunidos Geyper (2009), Pan comido (2011), Cahier (2014) y Lo seco (2018). Su itinerario narrativo integra  la novela corta Ciego Montero ¿dónde te metes?, publicada en 2002, Una casa en Bleturge, ficción ganadora en 2016 del Premio de novela Café Gijón y Diario del asco (2020). El pórtico aforístico Hielo seco se publicó en la Isla de Siltolá en 2015. En suma, una notable cosecha literaria que ahora prosigue con la salida poética Me muero.
  La compilación de poemas integra un digresivo liminar de Juan Marqués en el que arraigan numerosas preguntas que no buscan respuesta. Al cabo, cada poeta emprende un viaje circular en torno a unas cuantas obsesiones, donde se acogen mutaciones del ánimo, incisiones de la propia experiencia y esa búsqueda eficaz de la palabra justa. La escritura busca airear, con fuerza, que el existir va dejando una zona de sombras en la que se postulan el vacío, la disgregación y la carencia. El tejado a dos aguas del latido diario cobija desamparo; esa sensación de finitud despliega el poema de apertura “alguien dice”. La reflexión lleva consigo el tránsito hacia la ceniza que recuerda al interminable incendio del verano. Todo cruje y se corrompe. El yo poemático es consciente de esta contingencia y asume los indicios del vacío: “no hacer nada, solo rendirse“. Solo el amor cobija, y deja sueltos sus hilos de luz; como si fuera necesario volver a la casilla de salida y retomar el paso: “tus ojos ahí, / tus manos, ahí, quietas / y el viento barriendo las hojas amarillas / tal como habías deseado”.
   En el incontinente aprendizaje vivencial las sombras toman la palabra, se diluyen entre lo cotidiano para airear su amorfa solidez cubriendo la esperanza. Nada contiene el perfil limpio de la amanecida. Se agiganta el dolor y la renuncia, un estar en el cansancio que solo vislumbra las opacas grietas de la pared.
  La extensa composición que da título al libro “Me muero” se convierte en columna vertebral del poemario. El sujeto verbal ubica la derrota en la propia conciencia como una condición inevitable del existir, que excede la posibilidad de huida. El ser transitorio avanza en lo diario; suma gestos y etapas vitales, sin pensar que la muerte mientras tanto vela y somete a cada identidad al severo desgaste de lo cotidiano y mientras nadie escucha el estar inadvertido de los muertos, sus invisibles hábitos, su carencia de luz.
   Las composiciones refrendar una atmósfera nocturnal hecha silencio y niebla, como si la casa habitable del yo sufriera un desalojo permanente del que se contagia el entorno. La desolación mide el tiempo y convulsiona sentidos y conciencia, como si buscase alejar la cordura y depositar los miedos como en una larga cinta de Moevius. A veces las composiciones desprenden un aliento áspero, de resignación y fatalismo; por ejemplo en el poema “nada que ver con la entropía”: “tantas veces el azar / con los brazos en cruz / impidiéndome el paso / / y tú a mi lado, repitiéndome al oído / que no podemos escapar de lo que somos”. Desde ese tacto del frío encuentran su cadencia expresiva muchas composiciones de Me muero como si prevaleciera en el itinerario vivencial la luz menguante de la angustia. Habla una voz que lleva el invierno dentro; que siente entre las manos un frío que desmorona las paredes del sueño.

JOSÉ LUIS MORANTE



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