Los ojos fríos del vals Marina Casado Prólogo de Andrés París BajAmar Editores Gijón, Asturias, 2022 |
OLAS Y ADELFAS
Como sucediera en De las horas sin sol, el liminar lo firma el poeta Andrés París, uno de los lectores que mejor conocen el trayecto creador de la poeta. El título ”Orgullo modernista” focaliza un ideario canónico que, por inclinación natural, remite a Rubén Darío. No viene mal recordar que el cuerpo troncal del modernismo, gestado a finales del siglo XIX, impulsa una vigorosa renovación literaria. Nace en su seno una conciencia del arte vinculada a la exaltación de la creatividad y la belleza, al refinamiento de la forma artística y al cultivo de la percepción singular y subjetiva, capaz de traducir desde el ensueño y la fantasía la esencia de la naturaleza y el íntimo paisaje del sujeto interior. El análisis de Andrés París recuerda los orígenes del movimiento y la crecida conservadora ubicada al otro lado de la trinchera. Desde esta situación histórica, que ya es página de manual, entronca con la apuesta de Marina Casado concebida como un gesto de hondura filosófica; augura una estela de continuidad, un neomodernismo capaz de integrar refugios oníricos para la evocación introspectiva y el destello esperanzado de quien contempla la aurora con ojos de cisne; es decir, sin prejuicios de fundamentos filosóficos, dejándose arrastrar por el simple discurrir de la belleza.
La sensación de habitar el margen justifica la hermosa concisión lacónica de André Gide: “Aquello que te critiquen, cultívalo, porque eso eres tú”, y dicta también los enunciados de “Una confesión previa”, empeñados en resucitar al cisne, devolverlo a la vida para olvidar el ensimismamiento y la orfandad de la noche. De este modo, Marina Casado abre la voz a un sujeto verbal que hace recuento del discurrir de la memoria y que somete al cauce expresivo de las composiciones a una persistente acumulación metafórica, como constatan los versos de “Deus ex machina”: “la libertad nace en los ojos de las adelfas. / El mar, en cambio, es una lenta sucesión / de ataúdes vacíos”. El presente contamina el legado inmarchitable de los sueños y es preciso habitar un corazón de niña, impulsar la arquitectura de mundos imposibles, capaces de burlar un tiempo, prisionero del tedio.
Los intereses del poema se multiplican, no hilvanan una línea recta sino que entrelazan diversidad: los recuerdos del sur, la prístina claridad de los cuentos, el territorio umbrío de la historia, tan presente en el poema “1936” o el cúmulo de sensaciones de esa vigilia en “Museo del Prado”.
En el conjunto central “Estampas para Odile” la poeta recurre a los personajes de “El lago de los cisnes” para abordar la dualidad entre el bien y el mal, el cisne negro Odile, frente a la inocencia de Odette; ese conflicto entre luz y sombra trastoca lo real y convulsiona la marcha inerte del lenguaje. La poeta busca la verdad del personaje, tantea los relieves de su identidad y trasciende la máscara de Odile para asumir las dermis aparienciales que cubren nuestras contradicciones; al cabo “Odile viaje por debajo de todas las pupilas”. Otros poemas testifican la soledad diaria, la fuerza del cine, en la imaginación de Billy Wilder o el espacio compartido con los gatos, esas presencias cálidas hechas de ternura y silencio.
En el apartado final “Historia de la noche” sobresale la textura escénica; la escritura introduce un subtítulo orientador “Poema representable en cuatro actos” que estructura los movimientos enunciativos en el marco de representación temporal. Como un proceso marcado por el tiempo, se vislumbra la existencia como un viaje onírico, un movimiento de piezas en el mundo de la laguna que permite al sujeto recuperar protagonistas y materiales del sueño. La muerte del cisne, el ocaso de la noche y el canto de las aves son elementos simbólicos que trastocan el sentido del tiempo y dejan en escena otros personajes como el dragón, también anclado en ese escenario atemporal de lo ficticio que, poco a poco, se va diluyendo, como si aquel entorno borrara sus formas para siempre, encerrado en un mundo secreto, sin regreso.
Los ojos fríos del vals supone un entreacto en el espacio lírico de Marina Casado por su rescate de una estética a trasmano. Las composiciones alientan una dicción que engarza con los espejismos de la imaginación, como si la realidad estuviese sumida en una larga noche, donde todavía es posible habitar el otro lado del espejo. Mirar el día con el hilo de luz de la inocencia.
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