El frío de los días Viejos tangos encontrados en una maleta Rodolfo Serrano Prólogo de José María Sanz, Loquillo Ediciones Hoy es siempre Madrid, 2021 |
EL FULGOR DEL TIEMPO
Se me permitirá que retarde un
instante la mirada crítica sobre el quehacer poético de Rodolfo Serrano (Villamanta,
Madrid, 1947) con un mínimo anecdotario personal. A pesar de los muchos amigos comunes,
de mi admiración por su trabajo periodístico en El País, en la etapa más sobresaliente del medio de comunicación, y
de la presencia de sus letras en la voz de cantautores que escucho con
frecuencia, conocí al poeta en persona hace muy pocos meses. Coincidimos en
Madrid, en un encuentro gastronómico organizado por Juan Antonio Mora Ruano que
resultó, como suponía, un relato enunciativo, pleno de afecto y complicidad. En él normalizamos, con la incansable generosidad de Juan Antonio, las muchas afinidades que enlazan nuestras maneras de entender las
cosas.
Poco a poco, he ido hilvanando el perfil poético de Rodolfo Serrano. Sumo lecturas hasta llegar a su última ventana al sol, El frío de los días, subtitulado con un explícito aserto de
orientación “Viejos tangos encontrados en una maleta”, que arranca con un texto introductorio de José María Sanz
(Loquillo).
El músico firma “El incendio en Lisboa”, un texto introspectivo que
tiene el aire de un relato de serie B, esos que integran las ideas con un deje
de perdonavidas, con el son canalla de quien habita la esquina del
escepticismo, tras haber regresado de todos los viajes, y que siente una
nostalgia crepuscular de lo no vivido. Loquillo habla del amigo, de su estar
afectivo, de su devoción por una poesía habitable que comparte recuerdos y
melancolías y que hace de la rutina una dulce derrota.
El recorrido poético, con ese trasfondo musical del tango que tanta
cadencia melancólica deposita sobre las aceras del presente, comienza con una composición con ecos de Blas de Otero, titulada “Testimonio vital”. Sus versos están ligados
a una estética realista, comunicativa y experiencial que amalgama intimidad y
reflejos colectivos. La escritura moldea el personaje verbal como una presencia
hecha de sueños frustrados, pero capaz siempre de hacer del corazón el último
refugio inexpugnable. La evocación del discurrir pretérito por la infancia
configura abundantes composiciones que dan al poemario un subrayado
autobiográfico. La sobria reflexión sobre el tempus fugit va modulando los pasos en la edad de la inocencia y el
despertar de los sentidos, cuando todo era comienzo y senda abierta, junto a
nítidas vigas sentimentales: el padre, el abuelo “con su olor a vejez y
retama” y esa gente del barrio con la que compartir la callada solidaridad de
la pobreza.
En la
generación del poeta tiene una manifiesta connotación histórica la posguerra;
ese ambiente sombrío del régimen vencedor y su estela de derrotados. Una
sensación de fragilidad y penumbra alienta poemas como “Los comunistas” o “Miedos
antiguos”. Persiste en las palabras la gratitud, a los que lucharon para mantener viva la
llama de esperanza, o ese terror antiguo a la autoridad oficial, siempre
ejercida sobre los más desvalidos. Las composiciones van naciendo en los
ángulos muertos de la vida cotidiana que, de pronto, dejan la estela luminosa de
persistente evocación en la que regresan el pueblo, los veranos, o los viajes
entrañables como el que se cobija, con la figura de Antonio Machado en la
retina, en el poema “Soria fría, Soria pura”. No es el único itinerario que
recorren los pasos de la escritura, cuya cartografía aloja nombres propios como
Lisboa, Ushuaia, Moscú, o ese Madrid con lluvia que deja en primer plano el
afecto literario a la poesía de Karmelo C. Iribarren (una de las afinidades
expuestas en el inicio de esta crónica lectora).
El extraño ámbito creado por la pandemia es otro territorio semántico de
El frío de los días en el que el poeta
profundiza para reflexionar en las conexiones de sus significados con la
conciencia. “Ante la fotografía de portada de El mundo“ denuncia con meridiana solvencia el amarillismo y la
manipulación política de los efectos del
coronavirus. El contexto de ensimismamiento y soledad no se ha borra en otras
composiciones, como tampoco se borran los efectos erosivos en el propio cuerpo
de la enfermedad y sus grietas. De esa llegada a otro tiempo que obliga a
mantener en guardia viejos hábitos y a tomar la senda diaria con más sosiego.
En El frío de los días,
Rodolfo Serrano convierte el poema en territorio de posibilidad y
reconocimiento del paisaje sentimental. Retornan instantes del álbum de la
memoria, hechos de añoranza y luz dorada, cuyo color guarda de lo vivido un
dibujo lejano, y con un vago gesto de extrañeza. Los pasos del yo que se mira a sí mismo, con la piel desnuda de la introspección, en la calle
abierta del tiempo.
JOSÉ LUIS MORANTE
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