Fecha de caducidad Darío Márquez Reyeros XXIV Premio de poesía joven "Antonio Carvajal" |
AGUA DE LA MEMORIA
El espacio poético es un manantial fluido, en continua renovación, que
establece como núcleo central de su existencia la convivencia generacional y la
pluralidad de idearios. A ese cauce cambiante se incorpora Darío Márquez
Reyeros (Alcobendas, Madrid, 1998), estudiante de Lengua y Literatura,
colaborador en programas radiofónicos y Grado Superior de Producción Audiovisual
y Espectáculos. El perfil poético individual ha impulsado algunos proyectos
como “Alcalá perdía a gritos poesía” y ha quedado finalista de varios certámenes, pero la razón del poema encuentra su amanecida en Fecha de caducidad.
Esta primera entrega se divide en dos tramos expresivos. El primero, comienza
con una hermosa cita de Dylan Thomas que es, en esencia, una reivindicación de
lo imposible: “la pelota que arrojé cuando jugaba en el parque aún no ha tocado
el suelo”. Así se abre una poética intimista, que se acerca a las cosas como si
fueran espejismos transitorios, sobre los cuales se asoma siempre esa
percepción desvelada del final. A través de una dicción coloquial que convierte
al sujeto poético en una presencia cercana y dispuesta a la confidencia, se
entrelazan instantáneas al paso que parecen configurar el discurrir como un
horizonte de incertidumbre. Los versos reconstruyen instantáneas del itinerario
vital, al que se incorporan personajes secundarios. Adquieren el esplendor
gastado de antiguas sensaciones, donde se refugia el pulso diluido del pretérito.
Lo vivido traza un vago paisaje emotivo en el que se mueve el yo como
detonante de experiencias preservadas en la memoria; allí conviven en un orden
caótico el castañero, la sirena estridente que anunciaba el final de las
clases, aquellas excursiones que necesitaban la seguridad de la misma compañía
en el asiento o los hábitos diarios en los que suele aparecer un yo desdoblado
que se aleja de la realidad para construir espacios oníricos, donde todo es
distinto y germinal, como si estuviese impregnado por el celo indagatorio del
sueño.
Los recuerdos se empeñan en entender la
gramática de lo diario y su caligrafía en el papel ceniza del decurso
existencial. Llenan de imágenes la salida del sueño o esas perspectivas ilusas
del futuro que acercan los oficios de mayores a la calidez auroral de la
esperanza: “Soñadores o ilusos / sin saber que el futuro no existía, / que el
presente es pedir / un préstamo tras otro, sin parar, / y rechazar a fin de mes
los besos / de los hijos, llorando a solas, solos / o contigo, delante de una
noche incansable”. También en la memoria las primeras ausencias, el doloroso
hueco de esas identidades que cobijaron cuentos y caricias y que partieron
pronto a un lugar invisible, que exige a cada paso la evocación intacta y el
latido inquieto de la orfandad sentimental.
En la primera parte se cobija una idea prístina y colorista de la
infancia, cobijando pequeños gestos de complicidad y búsqueda, que un día concluyen,
como si se hubiera abierto una ventana a otro paisaje más frío y desconocido,
donde las cosas asumen la gravedad que pone las ilusiones a ras del
suelo.
El decurso temporal arrastra la educación sentimental hacia otros
andenes. En la segunda parte, quien se mira en el espejo ha crecido y son otras
las actitudes que genera el gregarismo diario. Ahí está la convivencia
de pareja frente al televisor y ese tiempo de hipotecas y préstamos que exige
el coche, el piso y los muebles, o las voces dubitativas de los hijos llenando
el aire de preguntas sin respuestas. El pulso de la vida, la discreta plenitud
de los ideales y la falta de utopías redentoras conforman los centros gravitatorios de los textos.
Darío
Márquez Reyeros evoca a Ángel González, uno de los grandes
maestros de la generación del 50, para fijar el advenimiento de una mañana
nueva, sin esperanza, con convencimiento, que apenas deja unas señales en el
vuelo del aire “violín, muchacha triste…”, antes de perderse de nuevo en el
itinerario del día regresando a la nada. Solo el amor convulsiona las fibras
interiores, como alumbra el poema celebratorio del deseo “Al ritmo de las
cuerdas de Paco de Lucía”. Como una autobiografía fragmentaria, los momentos
hilvanan una crónica descarnada y minimalista, sin épica, un viaje que consume los
trechos del camino, sin apenas vislumbres de horizonte, en el que solo la
insistencia del deseo o esos enamoramientos al paso trastocan el decurso
existencial y lo convierten en un imaginario renacido de espacios y tiempos; un espejismo que alumbra la sensación de estar viviendo de forma transitoria,
sin saber demasiado de nortes y esperanzas.
El apartado final se convierte en representación simbólica del fracaso.
El poema “Separación de bienes” refleja esa derrota de la convivencia, donde los sentimientos quedan en un segundo plano, inadvertidos, mansos, como
aguardando turno en las tinieblas de la disolución. Comienza entonces una
cuenta atrás, esas parcas que acechan nuestros pasos y dormitan en la sombra
para capturarnos. Su fuerza concita la azarosa presencia del final.
Con el fluir cadencioso de la confidencia, Fecha de caducidad dibuja un encuadre existencial convertido en un trayecto de huellas. La palabra poética de Darío Márquez Reyeros se
moldea, cercana y habitable, como un punto de fuga del yo aislado en sus
preguntas y en sus emociones, mientras percibe un entorno mudable. Lo que
sucede entrelaza el pasado, el presente y la solitaria postal del futuro; el
sujeto suele asomarse al conformismo de la memoria con sus escombreras de
ilusiones fallidas. Así se va definiendo un camino donde se descaman las
vivencias o se constata cómo lo transitorio va adquiriendo color crepuscular
mientras, indavertidos, se cortan los hilos invisibles del porvenir.
JOSÉ LUIS MORANTE
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