Manual de sombras Fernando Daniel Granado Imagen de cubierta de Hilario Barrero Prólogo: Manuel de la Fuente Vidal Editorial Visión Libros Madrid, 2022 |
GUARDAR LA LUZ
Desde el inicio de mi trabajo crítico, a primeros de los años noventa, sé
que una travesía poética nace con vocación minoritaria y vuelo libre. Abre
campo a labores creativas de difusión restringida, que apenas asoman a los
reiterativos titulares de lo cotidiano. El poeta es un resistente; no tiene
otra forma de defender las propias convicciones estéticas que con su escritura.
Al cabo, como escribiera Blas de Otero: “Nos queda la palabra”. Esa certeza,
maleable y difusa, va gestando el camino creador.
Fernando Daniel Granado (1956) es madrileño, estudió Teología y ha
trabajado como funcionario de instituciones penitenciarias, psicoterapeuta,
educador de la calle y trabajador sanitario, tareas que estarán en el sustrato
experiencial de su escritura. Aunque pertenece por edad a la generación de los
ochenta, una promoción que abrió rutas plurales, tras el monolitismo novísimo y
la estética veneciana, su corpus poético no sedimenta el paso hasta el libro Memoria de los días (2016), carta
auroral que tiene continuidad en la entrega Cuando
el aire quema (2017), aunque su trabajo creador tuviera como preliminar la plaquette “No he de morir” (1979) y sus
poemas se dispersen en colaboraciones y antologías.
Una nota del autor da cuenta de algunas circunstancias biográficas en el
inevitable capítulo de agradecimientos y define la sombra como finitud y
asunción de la condición transitoria de ser. Da cuenta también de la nítida
importancia que adquiere lo emotivo en el ahora escritural del poeta. El prólogo del poemario lo firma Manuel de la
Fuente Vidal y contextualiza, sobre
todo, el encuentro personal con el poeta en ese alboroto de activismo que la
poesía adquiere en la calle, con el micro abierto. Y acierta al definir la
poesía de Fernando Daniel Granado como una lírica de corte existencial, que se
asoman a los desajustes del entorno y a ese horizonte oscuro del porvenir.
Los versos de Manual de sombras conforman
cuatro apartados: “Palabra y silencio”, “Tiempo y muerte”, “Manual de sombras”
y “Queda por decir”. En apariencia son tramos que conceden a la modulación de la
voz propia el epitelio reflexivo de la madurez. Son textos que buscan la
objetividad de una lente de cámara. Ofrecen planos situacionales en los que se
insertan reflexiones sobre el estar y el ser. Así nace la idea de una ficción
autobiográfica que condensa, con prolijo aporte de detalles, la dialéctica entre
entorno y sujeto. El primero establece un punto de fuga, reajusta los pasos del
trayecto personal e inunda la retina con aristas cortantes. La escritura
acompaña, es terapia y espera, la voz tenue de una ilusión que improvisa un
nuevo marco de representación para que se liberen los sentimientos.
El poeta pone un especial cuidado en la elección de las citas de
apertura; si en el primer apartado eran los ecos de Ángel González y José
Hierro los que abrían la ventana del poema, ahora se integran versos de Luis
Felipe Vivanco y Alfonso Costafreda. Son referentes diversos del intimismo y trasladan
la idea de que cada texto busca en la textura de lo cotidiano la voz del
compromiso, la asunción de una historia personal que enlaza pasado y presente. El
sujeto se define por lo contingente, por lo que está abocado a desaparecer.
El apartado que da título al libro “Manual de sombra” prosigue en su
idea de trazar una crónica oscura de lo vivido. Las composiciones recuperan
instantáneas, crean diferentes ambientes que despiertan la sugerencia del
lector con los gozos y sombras que proyectan sobre la pared del tiempo las
peripecias sentimentales. Las palabras sirven de cobijo a pensamientos en torno
a lo existencial, una existencia en la que encuentra refugio un manual de
sombras; la escritura se convierte en razón de vida y en siembra continua de
nuevas preguntas en el vulnerable semillero de la conciencia.
El apartado final “Queda por decir”, con invocación a Luis Cernuda,
conforma una breve coda. La identidad recuerda sus raíces, esas fotografías del
ayer que conforman un álbum desvencijado por los dedos del tiempo; existir paga
el diezmo de la melancolía y constata que poco a poco se hace cada vez más
tangible el despertar de la noche y seguimos desentrañando el sentido de
nuestros sueños, ilusiones y afanes, mientras los versos alzan su andamiaje
emotivo. Ponen lumbre al frío de los días, para que ascienda al aire una leve
columna de esperanza.
JOSÉ LUIS MORANTE
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