Joan de la Vega (Santa Coloma de Gramenet, Barcelona, 1975) LA SENDA INACABADA |
La buena poesía suprime la
indiferencia; tiende a establecer nexos sentimentales, porque la escritura se concibe como una
propuesta dialogal que supera distancias cognitivas para compartir el terreno
movedizo de los significados. Este planteamiento obliga a fortalecer itinerarios
singulares a partir de unos parámetros estéticos, que deben ser variados y
complementarios. Dentro del quehacer de búsqueda hay quien opta por la repetición
formularia de temas y símbolos coloquiales y quien sondea zonas de riesgo para
hacer sondeos sin hollar o para buscar facetas más experimentales. Las
características del discurso lírico de Joan de la Vega (Santa Coloma de
Gramenet, 1975) se inclinan hacia el
segundo enunciado. Así lo resaltan, con perspectiva objetivista, Eduardo Moga,
Lluís Calvo o Jordi Doce y así lo constata la propuesta indagatoria En manos del aire, (Libros en su tinta, 2017), un corpus que integra
composiciones de Y tú, Pirene, Una luz que viene de fuera, Via Ferrata, Flores del Dharma y La
montaña efímera.
El primer tramo de esta muestra, Y tú, Pirene nacía bajo el signo de la evocación. El ahora como tiempo verbal se vuelve un espacio de resolución donde el sujeto sale a descubierta. Deja la puerta franca a una conciencia en tránsito que va acumulando percepciones y sensaciones del yo frente al paisaje. La naturaleza acumula signos explícitos. Habla con viva voz mientras el horizonte define una copiosa suma de elementos visuales cuya captación convierte al sujeto testigo en un poblador de laberintos tratando de descifrar ese idioma de signos.
Esa lectura de las grafías del paisaje se interioriza en el apartado “Bajo tierra” que recurre a la estrategia formal del poema en prosa. El cauce versal adquiere un carácter interrogativo. Recrea un escenario sombrío y nocturnal, que expande un tacto frío de silencio y ausencia. Todo es quietud.
Cuerpo central en la escritura de Joan de la Vega es el inevitable sondeo en lo transitorio. Un verso de Wallace Stevens - “La luz vino de fuera”- sirve de pautada sincronía para el reconocimiento de lo temporal, percibido en la realidad más cercana; alrededor ese hilar de atardeceres y auroras, que regulan el devenir existencial donde todo sucede, como un viento invisible que impulsara el vaivén de las olas y rompiese la calma litoral; leves signos que marcan desapariciones y ocasos.
En Via ferrata, un término de uso del montañero, la pasión por el relieve geológico de Joan de la vega transforma la aridez de la altura en espacio simbólico. El protagonista se empeña en escalar esos itinerarios, verticales u horizontales, entre grietas y paredes que requieren equipación minuciosa y un ánimo dispuesto al acceso imposible. Caminar es remontar, buscar el hilo leve del origen, perderse en la angostura del primer paso para quedar al margen del mundo, ensimismado y pleno, en abrazo fraterno con el estar. Ese intimismo del paisaje, hecho interior habitable, también encuentra atinada expresión en los haikus de Flores del Dharma. El esquema estrófico, más allá de su sentido estacional primigenio, se ha aclimatado con nuevas variables que traducen aceptación, soledad, percepción del paisaje o leves trazos sentimentales.
En manos del aire se cierra con los poemas en prosa y verso libre de La montaña efímera. El entorno no es un espacio ajeno sino una cadencia que impulsa a ser. La andadura es un nítido recorrido existencial, un viaje donde se rememora un tiempo trascendido. El poema en prosa, siempre proclive al enfoque descriptivo, convierte al cauce versal en un entrelazado de emociones y vivencias, como si fuesen reflejos dictados por la contemplación. Lejos de la estridencia urbana y de su grisura de monotonía y desolación que erosiona cualquier dogma, el paisaje se convierte en un interlocutor afectivo, en una propuesta de itinerarios “donde se desmenuza el prodigio de la fugacidad”.
En la obra En torno a Issa y otros difuntos se hace evidente el homenaje explícito a uno de los magisterios luminosos del haiku clásico: Kobayashi Issa (1763-1824), quien personifica la humanización y la plena incorporación de la subjetividad en la estrofa. Frente a los que entienden el haiku como expresión concisa del instante, mientras desaparece la presencia del testigo para refrendar solo la sensación visual, Issa aloja en los versos los estados y sensaciones de la vida al paso, la experiencia que moldea la senda existencial, como azarosa línea marcada por los signos de la contingencia. Su legado refuerza la idea de que el trayecto personal es un recorrido brumoso, en manos del tiempo y sus alegaciones.
El bagaje de Joan de la Vega integra una decena de títulos en castellano y tres entregas en catalán. Es, por tanto, un poeta de obra abundante y sin fracturas, con un pensamiento estético marcado por la experimentación lingüística, la reflexión semántica y la búsqueda de una propuesta singular. En su bibliografía, la estrofa japonesa ha sido una estrategia expresiva cercana, a la que ha dedicado libros al completo como 365 haikus y un jisey.
Sirve como umbral de En torno a Issa y otros difuntos un haiku muy celebrado del japonés, hecho refrendo de la amanecida. Constata la importancia de la epifanía en el moldear de la identidad; el propósito de ser otro tras la demolición y la carencia: “Es primavera… / Atrás quedó Yataro / y nació Issa“. La voluntad renace y su semántica marca una sensibilidad auroral, capaz de superar soledad y extrañeza. El tantear dubitativo transforma el cansancio en plenitud y conocimiento; proporciona la fuerza germinal de quien acepta la condición del ser como curso transitorio y búsqueda.
Ese clima poético propicia una crónica fragmentaria en la que una voz omnisciente va reconstruyendo un relato vital: “Issa avistó la soledad de los gorriones. / De los jirones del hambre hizo un nido / de palabras, que aún hoy nos da cobijo”. La geografía argumental suma percepciones, elementos al paso y pensamiento. Se escucha el fluir de la conciencia en el revuelo de las estaciones, reconstruyendo un horizonte de esperanza: “A mis cincuenta años de edad / abro y reabro las sílabas / de esta nueva primavera”. El periplo biográfico de Issa sirve de ruta expresiva al reencuentro con la memoria. La situación familiar, los viajes, la presencia cercana de la muerte que nunca diluye sus huellas, los indicios de permanencia y las grafías de lo exterior conforman un tiempo de incertidumbre que, poco a poco, se vuelve inaprensible.
Joan de la Vega no se limita a caligrafiar el trébol versal con su cadencia de pentasílabos y heptasílabo. Emplea con frecuencia variaciones que conforman una polifonía. El molde clásico suma sílabas “A vista de pájaro / las copas de los pinos / hablan entre sí”, o ensaya la inclusión de haikus encadenados en un poema breve, como si la libertad formal propiciara una ventana comunicativa a la contemplación, nunca exenta de simbología y estratos reflexivos.
Al amparo de la personalidad atemporal de Issa, se acoge también la misma identidad del autor dando aliento a un yo desgajado, que camina hacia adentro en su afán de esclarecer el sentido de lo real: “Tres líneas al azar / son suficientes / para sostener mi mundo”. Así lo ratifica, con pleno acierto, la última composición del libro “Cuenta pendiente”: “Todo lo escribí para mí, / para acercarme a mí / y saber medir la distancia / entre la carne y sus noches”.
La senda inacabada de Joan de la Vega nos invita a oír la oculta música que interpreta, con luz, el pentagrama de la creación. Encierra en sus poemas la soledad callada que aguarda siempre, intacta y auroral, en cada amanecida.
El primer tramo de esta muestra, Y tú, Pirene nacía bajo el signo de la evocación. El ahora como tiempo verbal se vuelve un espacio de resolución donde el sujeto sale a descubierta. Deja la puerta franca a una conciencia en tránsito que va acumulando percepciones y sensaciones del yo frente al paisaje. La naturaleza acumula signos explícitos. Habla con viva voz mientras el horizonte define una copiosa suma de elementos visuales cuya captación convierte al sujeto testigo en un poblador de laberintos tratando de descifrar ese idioma de signos.
Esa lectura de las grafías del paisaje se interioriza en el apartado “Bajo tierra” que recurre a la estrategia formal del poema en prosa. El cauce versal adquiere un carácter interrogativo. Recrea un escenario sombrío y nocturnal, que expande un tacto frío de silencio y ausencia. Todo es quietud.
Cuerpo central en la escritura de Joan de la Vega es el inevitable sondeo en lo transitorio. Un verso de Wallace Stevens - “La luz vino de fuera”- sirve de pautada sincronía para el reconocimiento de lo temporal, percibido en la realidad más cercana; alrededor ese hilar de atardeceres y auroras, que regulan el devenir existencial donde todo sucede, como un viento invisible que impulsara el vaivén de las olas y rompiese la calma litoral; leves signos que marcan desapariciones y ocasos.
En Via ferrata, un término de uso del montañero, la pasión por el relieve geológico de Joan de la vega transforma la aridez de la altura en espacio simbólico. El protagonista se empeña en escalar esos itinerarios, verticales u horizontales, entre grietas y paredes que requieren equipación minuciosa y un ánimo dispuesto al acceso imposible. Caminar es remontar, buscar el hilo leve del origen, perderse en la angostura del primer paso para quedar al margen del mundo, ensimismado y pleno, en abrazo fraterno con el estar. Ese intimismo del paisaje, hecho interior habitable, también encuentra atinada expresión en los haikus de Flores del Dharma. El esquema estrófico, más allá de su sentido estacional primigenio, se ha aclimatado con nuevas variables que traducen aceptación, soledad, percepción del paisaje o leves trazos sentimentales.
En manos del aire se cierra con los poemas en prosa y verso libre de La montaña efímera. El entorno no es un espacio ajeno sino una cadencia que impulsa a ser. La andadura es un nítido recorrido existencial, un viaje donde se rememora un tiempo trascendido. El poema en prosa, siempre proclive al enfoque descriptivo, convierte al cauce versal en un entrelazado de emociones y vivencias, como si fuesen reflejos dictados por la contemplación. Lejos de la estridencia urbana y de su grisura de monotonía y desolación que erosiona cualquier dogma, el paisaje se convierte en un interlocutor afectivo, en una propuesta de itinerarios “donde se desmenuza el prodigio de la fugacidad”.
En la obra En torno a Issa y otros difuntos se hace evidente el homenaje explícito a uno de los magisterios luminosos del haiku clásico: Kobayashi Issa (1763-1824), quien personifica la humanización y la plena incorporación de la subjetividad en la estrofa. Frente a los que entienden el haiku como expresión concisa del instante, mientras desaparece la presencia del testigo para refrendar solo la sensación visual, Issa aloja en los versos los estados y sensaciones de la vida al paso, la experiencia que moldea la senda existencial, como azarosa línea marcada por los signos de la contingencia. Su legado refuerza la idea de que el trayecto personal es un recorrido brumoso, en manos del tiempo y sus alegaciones.
El bagaje de Joan de la Vega integra una decena de títulos en castellano y tres entregas en catalán. Es, por tanto, un poeta de obra abundante y sin fracturas, con un pensamiento estético marcado por la experimentación lingüística, la reflexión semántica y la búsqueda de una propuesta singular. En su bibliografía, la estrofa japonesa ha sido una estrategia expresiva cercana, a la que ha dedicado libros al completo como 365 haikus y un jisey.
Sirve como umbral de En torno a Issa y otros difuntos un haiku muy celebrado del japonés, hecho refrendo de la amanecida. Constata la importancia de la epifanía en el moldear de la identidad; el propósito de ser otro tras la demolición y la carencia: “Es primavera… / Atrás quedó Yataro / y nació Issa“. La voluntad renace y su semántica marca una sensibilidad auroral, capaz de superar soledad y extrañeza. El tantear dubitativo transforma el cansancio en plenitud y conocimiento; proporciona la fuerza germinal de quien acepta la condición del ser como curso transitorio y búsqueda.
Ese clima poético propicia una crónica fragmentaria en la que una voz omnisciente va reconstruyendo un relato vital: “Issa avistó la soledad de los gorriones. / De los jirones del hambre hizo un nido / de palabras, que aún hoy nos da cobijo”. La geografía argumental suma percepciones, elementos al paso y pensamiento. Se escucha el fluir de la conciencia en el revuelo de las estaciones, reconstruyendo un horizonte de esperanza: “A mis cincuenta años de edad / abro y reabro las sílabas / de esta nueva primavera”. El periplo biográfico de Issa sirve de ruta expresiva al reencuentro con la memoria. La situación familiar, los viajes, la presencia cercana de la muerte que nunca diluye sus huellas, los indicios de permanencia y las grafías de lo exterior conforman un tiempo de incertidumbre que, poco a poco, se vuelve inaprensible.
Joan de la Vega no se limita a caligrafiar el trébol versal con su cadencia de pentasílabos y heptasílabo. Emplea con frecuencia variaciones que conforman una polifonía. El molde clásico suma sílabas “A vista de pájaro / las copas de los pinos / hablan entre sí”, o ensaya la inclusión de haikus encadenados en un poema breve, como si la libertad formal propiciara una ventana comunicativa a la contemplación, nunca exenta de simbología y estratos reflexivos.
Al amparo de la personalidad atemporal de Issa, se acoge también la misma identidad del autor dando aliento a un yo desgajado, que camina hacia adentro en su afán de esclarecer el sentido de lo real: “Tres líneas al azar / son suficientes / para sostener mi mundo”. Así lo ratifica, con pleno acierto, la última composición del libro “Cuenta pendiente”: “Todo lo escribí para mí, / para acercarme a mí / y saber medir la distancia / entre la carne y sus noches”.
La senda inacabada de Joan de la Vega nos invita a oír la oculta música que interpreta, con luz, el pentagrama de la creación. Encierra en sus poemas la soledad callada que aguarda siempre, intacta y auroral, en cada amanecida.
José Luis Morante
Es, sin duda, un análisis desde el conocimiento poético, un mostrar lo que el lector puede encontrar sin entrar en el peligroso ejercicio de la disección. Lo que debe hacer una buena reseña.En este caso no solo de un libro sino de una trayectoria.
ResponderEliminarMuy agradecido por tu generosidad lectora; volver a la poesía de Joan de la Vega es un privilegio, como su amistad. Feliz fin de semana.
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