jueves, 16 de junio de 2022

ARTURO TENDERO. EL PRINCIPIO DEL VUELO

El principio del vuelo
Arturo Tendero
Editorial Páramo, Poesía
Valladolid, 2022


UN TAPIZ DE LLUVIA

 
   Poeta, crítico literario y gestor cultural de eventos como las jornadas Poesía viva en la primavera manchega, Arturo Tendero (Albacete, 1961) cultiva la poesía desde hace más de treinta años, con un despliegue de títulos que arranca, en la epifanía de los años noventa, con el volumen Una senda de aldeas cotidianas (1991). Ahora suma al trayecto El principio del vuelo, entrega lírica que asienta como umbral una mínima reflexión existencial de Dante Alighieri: “Humano, ay, para volar naciste, ¿por qué con poco viento das en tierra?”. Tampoco pasa inadvertida la emotiva dedicatoria, que vale la pena reproducir por el entrelazado de gratitud, afecto y evocación y zarandea la memoria con la cercana ausencia del poeta filósofo: “Este libro está escrito desde la altura de un gorrión y dedicado a la memoria de Antonio Cabrera, el ornitólogo”.
  El poema inicial “Sortilegio” constata la persistencia de un ideario en el que se encuentran sujeto y entorno en una convergente percepción de los ciclos temporales y en una manera singular de moldear la sensibilidad cambiante de la identidad. La meditación viaja hacia dentro, impregna los versos y busca aprenderse. Interioriza los estratos aparentes de lo  real y transciende significados, como indicios de búsqueda y conocimiento. Este desempeño del estar como ejercicio de libertad y vuelo unifica la identidad del sujeto y el  ave, como si el afán de volar prodigara tareas necesarias. El poeta asume ese quehacer en el poema “El principio del vuelo”: “me agito entre las cosas / confundiendo el vivir con el pensar / y así todo transcurre más deprisa, / sin dejar asideros, o dejando / fugacidades, flecos”.
   Otra vez retorna lo cotidiano como marco auroral de la existencia. Las redes temáticas hacen del entorno cercano una argamasa para enlazar recuerdos y memoria, regreso a lo que fuimos, como se explora en los versos de “Adolescencia”: “Todo podemos soportarlo: / de tanto regresar aprendimos de sobra / que el vivir es rocío, / que la amistad, las grandes ilusiones / se van evaporando en cuanto el sol las toca, / que la magia es saberlo y resistir”: El yo se empeña en sentir el latido animoso de los días y hallar en los espacios que el mundo ubica frente a los sentidos un entorno abierto, los rincones poblados de una conciencia viva, un cálido inventario de certezas. Desde ese papel de persistente testigo nace el poema: “Oyéndolo / me lleno a manos llenas / de cosas intangibles, / siento que formo parte del tesoro, / como el grillo o el mirlo / intento intercalarme sin dañarlo / en este hechizo que está sobrevolándonos”.
   El orden azaroso del reloj bascula entre el recuerdo –qué hermoso homenaje confidencial al padre en el poema “Consultas”- y las sensaciones tangibles del ahora que se empeñan en llenar los instantes de inaplazables tareas. Desde la necesidad de fijar las coordenadas cambiantes del ahora nacen poemas como “Apagón” que ilumina el sentido de este caminar transitorio: “Qué segundos más largos los que tardas / en devolver el orden a tu vida, / y qué flecos de oscuridad arrastras / cuando vuelves al fuego haciendo esfuerzos / por poner en su sitio tu entereza”.
   El poema se empeña en reconstruir secuencias de lo vivido y lo soñado que  tienen el poder emocional de la experiencia. Rescatan ausencias, alabanzas de aldea y sosiego rural y los persistentes hábitos familiares que son capaces de preservar nuestra identidad más efectiva. Esa percepción construye puentes entre lo que fue y lo que es ahora y hace de la sensibilidad de quien recuerda un suelo movedizo, que no sabe muy bien qué coordenadas habita. Pero también el ahora constituye una razón de ser.
  El interés se centra con frecuencia en los elementos del entorno. Están ahí; no son prematuros o tardíos. Protagonizan una armonía natural que debe integrarse en el pensamiento de quien los contempla. El hablante lírico es quien tiene que descubrir la razón generatriz del conjunto, el nexo armónico que los relaciona con el sujeto. Los poemas difunden estados de ánimo; desgranan sus versos en argumentos sin épica, como si el yo poemático se obstinara en medir, a cada instante, su estatura de normalidad. La voz de Arturo Tendero es una toma de conciencia de la realidad exterior y de sus emanaciones naturales. Es también la certeza de que el tiempo transcurrido caligrafía en nuestra percepción una mínima estela, un destello de luz que sigue hablando con susurro imperceptible. Quien escribe ofrece el calor de una lumbre adormecida, que no pierde el rescoldo.
  Sirve de coda una invitación a la poesía. Tras la apariencia gris y rutinaria de lo cotidiano que convierte al sujeto poético en hombre de la calle, está la voluntad inadvertida en continua vigilia para acudir al paso del poema, para hacer del silencio un regreso pactado a las palabras, sin preguntar espacios ni razones, haciendo del poema una razón de ser y de sentir.
 

JOSÉ LUIS MORANTE




2 comentarios:

  1. Qué lectura tan profunda, certera y minuciosa, más digna de cualquiera de los cuadernos culturales que la mayoría de las reseñas que en ellos se publican. Te la agradezco en el alma, querido amigo. Un abrazo grande

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    1. Te agradezco mucho tu generosidad lectora; ya sabes que cada lector tiene su propia conversación con el poema, así que solo queda darte un abrazo por tu ánimo y disfrutar de la poesía de Arturo Tendero que ha escrito un hermoso libro. Fuerte abrazo.

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