Algo tendrá que ver el cine Ezequías Blanco Prólogo de José Luis Morales Los Libros del Mississippi Colección Libretos del Mississippi Madrid, 2022 |
MOMENTOS
En la polifonía literaria de Ezequías Blanco (Paladinos del Valle, Zamora, 1952), Catedrático Jubilado de Lengua y Literatura, es de obligado cumplimiento el recuerdo de la revista Cuadernos del Matemático, que el zamorano asentado en Getafe dirigió durante treinta años desde el Instituto Matemático Puig Adam. La publicación se convirtió en un punto de encuentro intergeneracional y en ella colaboraron los mejores escritores contemporáneos. Pero la coordinación de la revista no ha mermado páginas a un taller creativo que explora poesía, narrativa, edición y relato. En el género lírico se integra su libro Algo tendrá que ver el cine, presentado con notable éxito de público en la última Feria del libro de Madrid.
El título cuenta con una breve introducción del poeta José Luis Morales, que explora la singularidad del poeta y algunos rasgos expresivos: “Ezequías es un poeta que va del clasicismo a la vanguardia, de lo naif y popular a lo metafísico o hermético y viceversa sin necesidad de transición, gracias a una extensa e intensa cultura literaria y a un sustrato irónico habitual. Esa actitud irónica y descreída le permite también pasar del optimismo –en realidad, tolerancia con la fantasía y la aventura- al nihilismo…” Yo creo que el párrafo resume la capacidad de búsqueda del paramento expresivo en el tiempo y señala como clave de obra la ironía, también presente en sus ficciones narrativas, que no es sino una crítica solapada a lo gregario y una reivindicación de la extrañeza como aderezo básico del deambular existencial y su maraña de contradicciones.
La emotiva dedicatoria añade otro estrato al quehacer poético: la evocación y el rescate de ausencias, tan ligado a la epifanía del yo en el tiempo y a esa certeza básica de quien sospecha que vivir es renacer. De este modo, la entrega se abre con el apartado “Unos cuántos al origen”, una indagación reflexiva en el deambular del hablante verbal sobre la geografía de la memoria: “Y soy un hombre en busca de lugares / donde reposar la cabeza: / una piedra para descansar en su latir / una sombra una penumbra donde pueda verse / lo que en ningún lugar se escucha”. La persistencia del pasado expande su latido con fuerza en composiciones como “Visita a la casa familiar abandonada” o “La sonrisa de mi madre” que intenta recobrar las brasas de vivencias que se desdibujan entre la niebla del olvido y que son “Recuerdos del olvido y de la vida / deformes como clavos retorcidos / como huesos amarillentos / rodeados con anillos de desdicha / ya sin señal alguna de entusiasmo”.
La escritura de Ezequías Blanco hace de la amistad una coordenada que ubica las palabras. Todo el apartado “El cuenco de manteca” compila poemas dedicados, cuyo propósito comunicativo engendra amistad y esperanza, el nítido realismo de un abrazo de lumbre. Estos poemas con destinatario conviven con un mitigado culturalismo que alude a una fuerte tradición lectora y sustituye el habitual verso libre por canciones o poemas que emplean los recursos sonoros de la rima como las composiciones “Trasminar” y “Ojalá pudiera”, que tienen un evidente aire popular.
Las migraciones argumentales descubren que en cualquier cartografía cotidiana perdura una oquedad para el asombro; en el apartado “Autoayuda / Autoamparo” el hablante poético se desdobla para recibir la carga apelativa de la confidencia. Quien anda en la brega diaria necesita el amor, como rocío que empape cada mañana, y ha de pensar también en liberarse de los espejismos del futuro para hacer de cada instante una excusa de felicidad y esperanza. Pero quien sale a la amanecida no está solo, comparte aceras con el yo colectivo que inspira las composiciones de “Vetavena social” en las que toman vuelo indignidades y asimetrías,: los cólicos de la justicia y el desamparo de los que sufren las atrocidades del poder, las penalidades de los refugiados en busca de una tierra prometida, la violencia contra las mujeres de Ciudad Juárez o la barbarie goteante de la violencia de género.
El título de este poemario es también el de la sección final “Algo tendrá que ver el cine” que añade al discurrir del libro los avatares de la pantalla grande, ese umbral repleto de protagonistas y secundarios. Desde el monólogo dramático, Ezequías Blanco da voz a esas presencias emotivas de la pantalla, capaces de encarnar aspiraciones y estridencias, los espejismos paradójicos de identidades insólitas tras los visillos de la imaginación, pero que luchan en la intemperie por ser coherentes con su forma de estar en lo diario.
Los poemas de Ezequías Blanco nos dejan la mirada clarividente de la reflexión. Abren sus argumentos a una realidad construida desde la memoria, como si el pasado fuera siempre venero de claridad y experiencia. De allí surge un mundo que parecía perdido, pero que mantiene la claridad encendida de una lumbre cerca, los vínculos entre sensaciones y recuerdos, el aire limpio.
JOSÉ LUIS MORANTE
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