Mujer que no poseeré jamás Miguel Ángel Mesa Bouzas Prólogo de Pilar Aranda Editorial Punto Rojo Libros Sevilla, 2022 |
En la entrega Mujer que no poseeré jamás los poemas tienen como umbral la identidad femenina. Ella marca el epitelio confidencial de la escritura y la fidelidad a la exploración sentimental del sujeto. La indagación relacional con el yo femenino se muestra en las composiciones como un núcleo temático vehemente e inagotable. Desde ese trayecto reflexivo toma cuerpo la razón poética de Miguel Ángel Mesa Bouzas, como se refrenda en esta fértil cosecha de versos, que abarca casi veinticinco años de escritura. La poeta y aforista Pilar Aranda lo corrobora en los párrafos de “Un lugar”. Escribe: “En cierto modo, la orientación de este libro, Mujer que no poseeré jamás, lleva ese mismo sentido de libertad y también de esperanza. Dos palabras, dos significados. Dos premisas que se extienden como ramas del mismo árbol para alcanzar la fruta generosa”
Estamos ante un hermoso canto a la mujer y a su papel en el tiempo. No se trata de enfocar una identidad única y concreta – la de quien comparte, como escribe con ingenioso laconismo Rafael Soler, el cincuenta por ciento de la almohada- sino de hacer de la poesía una reivindicación sobre la igualdad de género, las asimetrías históricas y la necesidad de gestar un modelo de convivencia lejos de jerarquías paternalistas, para que vea la luz un amanecer que no sea huella en el agua sino presencia continua y necesaria. El poeta sabe que el legado cultural tiene en el amor una fuente incansable, un impulso generador en el que han participado poetas de todas las épocas, desde los cancioneros amorosos de la Edad Media hasta la eclosión temperamental del Barroco y la permanencia de poemas en torno a la realidad y el deseo en el ahora contemporáneo.
Desde el arranque del libro, se percibe el quehacer poético integrado en una sensibilidad intimista, de dicción clara y despojada, con escueto uso de imágenes. Los argumentos visualizan los trazos del hablante lírico en la plenitud estética del sentir. Quien escribe sabe que el amor es más que un sentimiento, un referente simbólico que trasciende la realidad contingente de lo diario para interiorizar su carga semántica como un paisaje abierto en el que anidan sentimientos y reflexiones, vivencias y esperanzas. Como recuerda el poema “Mujer niña”: “La vida es un misterio, / un prodigioso viaje / al centro de nosotros / para conquistar y dar alas / a la ciudadela de nuestro corazón”.
El trazado cadencioso del libro presenta un paisaje abierto en los enfoques, donde el retrato del otro suma rasgos y trazos: es amanecida y plenitud de belleza, pero también es compañía en la desolación y empuje fuerte en las decepciones. Con una amalgama de imágenes de saludable empuje sensorial los roles femeninos componen un hermoso mosaico vivencial.
Cada amanecida concede continuidad al afán promisorio del deseo. Quien ama alienta la evocación y la nostalgia de lo vivido y renueva la sonrisa de estar juntos en el presente, que adquiere en su renacida dimensión un sentido inmediato y profundo. No falta en los poemas la plenitud de la maternidad, esa generosidad extrema de quien concede la existencia en sus entrañas y la elocuente búsqueda de la igualdad en todos los sentidos, como una reivindicación básica que aliente un mediodía de esperanza: “Ser uno mismo / sin buscar infatigablemente / la felicidad y la libertad, / la dulzura junto a quien nos acompaña…”
No hay desmayo en esa búsqueda del caminar común. La mujer es siempre una fuente de luz, por más que el tiempo se empeñe en erosionar los cuerpos y en velar los horizontes de belleza, mientras los años siguen su curso suave. Entonces comenzará otra forma de entender la convivencia común: y el enjambre de caminos que propicia la existencia. Sobre el horizonte se hace firme visión la fría silueta del invierno, una alternancia de claros y sombras, pero el amor perdura.
El poema que da título a esta compilación, “Mujer que no poseeré jamás” es un canto al deseo desde la libertad de ser. A nadie pertenecen la verdad y la belleza; son espacios etéreos que necesitan un único vuelo, otra dimensión existencial que propague la claridad que nos deslumbra en la deriva azul del tiempo. Ella es la silueta firme de otra identidad que impone esa tarea plural de amar y conocer, de aprender a vivir también desde la soledad y su íntimo desvelo: “Cerró los ojos / y se quedó absorta, / embelesada en la profundidad / de su mar de fondo”.
El imaginario poético de Miguel Ángel Mesa Bouzas, recogido en Mujer que no poseeré jamás, recrea la necesidad de la luz frente al desamparo. El amor no se apacigua, su afán golpea la memoria, dejando la necesidad de la rememoración en permanente vigilia. La presencia de la amada se fortalece en el discurrir temporal, por más que la rutina y los desajustes de la realidad conspiren contra cualquier idealización. En el pensamiento sigue intacto ese roce vital que libera de la soledad y el silencio. Cada mujer es razón y destino, un largo sueño que pone entre las manos un destello de sol frente al vacío.
JOSÉ LUIS MORANTE
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