Gaspar Moisés Gómez (Serranillos, Ávila, 1927-León, 2017) Fotografía de Diario de León |
LAS VOCES DE LA NADA
Edén perdido y otros síntomas
Gaspar Moisés Gómez
Eolas ediciones, 2014
Tantas décadas de labor literaria han convertido a Gaspar Moisés Gómez en un enlace intergeneracional. El poeta ha hecho
suyas claves estéticas que trazan su
recorrido hasta el cambio de siglo. Su densa obra, iniciada con la entrega Con ira y con amor, en 1968 ha
protagonizado una sosegada mutación, desde el realismo social de los años
sesenta hasta una lírica de pensamiento, más centrada en el tiempo como
argumento temático central.
En esa estela se sitúa el último poemarioEdén
perdido y otros síntomas. El hablante lírico busca como interlocutor para
su discurso un yo desdoblado a quien exponer los indicios de esa etapa de
cierre en la que deambula la experiencia. El yo percibe cercano y presente “ese
punto final de la belleza”; se ha ido agostando la claridad de la amanecida y
cada sujeto sigue buscando respuestas de lo perdurable. Y en ese marco se deja
espacio a los indicios de la declinación, de esa marcha tenaz hacia la
amanecida. El cisne, por ejemplo, se hace representación gráfica del conflicto
entre lo perenne y lo finito: la belleza no es sino el encuadre parcial de lo
diario. También la manzana en la percepción de Adán significaba la consecución
de un logro máximo, aunque esa posesión abocara al ser a la expulsión del edén.
Y es débil el gorrión en vuelo, tachando el azul del horizonte capturado por
las garras del gavilán. Son elementos vitales que se hacen lecturas de un
lejano sueño forjado por una identidad esperanzada.
El declinar del tiempo deposita en el borde del no ser, deja en la conciencia la sensación de llegada a las
sombras. Lo vivido toca fondo, convierte al acontecer en una imagen congelada
que se refleja en el cristal y que, poco a poco, se va diluyendo en el mapa de
la memoria: “No hay otra verdad / que la que nos está mirando / con levedad
mortal desde ese espejo / y agota nuestro ser hasta extinguirlo / en la
belleza.”
Cada identidad va escribiendo la azarosa grafía de un destino cumplido,
como si fuera un recorrido de dirección única. Solo queda el patrimonio
menguante de los pasos dispersos, ese ejercicio de despojamiento hacia un final
en el que la muerte se transparenta. La voz se agota y se rinde el cuerpo, casi
perdido la noción del origen, mirando el entorno con la distancia de quien sabe
que la fugacidad es una naturaleza común y compartida y el porvenir un mero
espejismo que borrará la noche. Solo queda el regreso hacia si mismo, caminar
en círculo por un viaje interior para hacer de la propia identidad la razón de
ser: “No agravéis aquello / que ya un dios hizo en su naturaleza / infeliz. Que cada uno coma / su manzana.
Esto ya sabemos / que no es el Paraíso. Mas dejadnos / soñar entre las hojas
trémulas, / la forma que perdimos y por la que luchamos / aún de parte del
ángel”
Edén
perdido y otros síntomas hace de cada verso una mirada al tiempo. Con serena palabra, sin la estridencia de lo
declamatorio, los versos escriben con trazo incierto el largo soliloquio de
quien mira su rostro reflejado en el tiempo. Un rostro que es imagen de un
paraíso perdido, casi desvanecido en la memoria, pero capaz de sembrar todavía
la ilusión tenaz de los regresos.
Soy de los que buscan siempre conexiones entre la obra literaria y el trayecto biográfico. No creo que sean elementos distintos sino caminos entrelazados. Así que pude disfrutar en los encuentros comunes de la sensibilidad y el afecto de Gaspar Moisés Gómez. El poeta siempre me abrumó con los incontables inéditos; a ver si poco a poco sus poemas van amaneciendo para que su poesía siga presente. Un fuerte abrazo de despedida, querido poeta.
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