Micromicón León Molina Takara Editorial, Colección Wasabi Sevilla, 2018 |
RESCOLDOS
Nacido en Cuba en 1959, pero afincado en España desde su infancia, León
Molina ha protagonizado en la última década un crecimiento insólito en el trayecto creador. Su obra se bifurca en dos géneros complementarios, poesía y aforismos, estrategia expresiva en la que destaca como una de las figuras esenciales del ahora como cultivador de la escritura concisa y como estudioso y antólogo.
La estela lírica arranca en 1994
con Señales en los puentes y se va
pausando en entregas como Breviario
variable, El son acordado, Llegar,
El taller del arquero, Un hombre sentado en una piedra, Ruinas y la compilación Esperando a los pájaros del sur.
El título de la nueva salida poética de León Molina, incorporado a la
colección Wasabi, que coordina la poeta Rosario Troncoso, Micromicón es un neologismo cuya
etimología fusiona dos referentes nítidos. Es una incisión momentánea en el
universo ficcional de Don Quijote por
cuyos capítulos deambula la sensata princesa Micomicona; y además alude al
cultivo de las formas breves y a su obstinada indagación en lo depurativo; hace visible la suma conceptual de que menos es más. Sus micropoemas saben caminar por la
caligrafía “Ligeros de equipaje”; así se expande el texto de presentación, que
arranca su voz introductoria aludiendo al momento áureo que protagoniza la
escritura mínima. Y así es, aunque faltan todavía por determinar qué factores
han dinamizado esta floreciente producción minimalista. Su cultivo coincide con
el auge de la eclosión digital y con la expansión de puentes comunicativos que
buscan su eficacia en la poda de digresiones y en el muestreo de líneas
esenciales. Sin duda, como ratifica el liminar: “Esos versos que quedan en la
memoria son su quintaesencia mejor destilada y más valiosa”. Naturalmente, la
forma breve no resta estima a trabajos literarios de distinta extensión ni
certifican de inmediato su proximidad a la intrascendencia; por lo que, una vez
más, los textos mínimos tienen que elaborarse con el convencimiento de que deben
cumplir las mismas reglas de exigencia y calidad que los de talla superior.
Dada la disposición versal de algunos textos de León Molina, el haiku
–sin establecer su triple arquitectura versal- parece afianzarse en la
página con su propensión a la naturaleza y con su empeño en dibujar una poesía
de estaciones en la que se refugia la sensibilidad. Con esa cadencia
que entrelaza sentidos y entorno nace el texto: “Al atardecer en el porche /
barriendo las luces caídas”, “Mis ojos ramoneando / los brotes de luz en las
piedras”, “El sol pastoreando los trigales con sus perrillos de luz”; también
está presente de continuo en el discurrir vital el estar transitorio, ese
margen de cronología marcada por lo temporal: “No da tiempo en la vida / a que
te cubra el musgo”; ese aposento transitorio no constituye una invitación al tono
nocturnal, porque es posible también adentrarse en su decurso como enlace de un
ciclo natural de epifanía y vida nueva: “A veces me consuela un pensamiento: /
el tiempo que de mí se escapa / fluye hacia ti”, “Brotó de nuevo el olivo
cortado. / Vuelven sus frutos al paisaje / brillando sin rencor”.
No siempre la mirada viaja fuera, es necesario a veces recorrer las
huellas propias para encontrarse, o, al menos, para seguir manteniendo entre los
labios las preguntas esenciales que definen al yo personaje: “Nunca he sido de
aquí del todo / ni uno de los vuestros completamente. / El vuelo que despegó de La Habana / cincuenta años atrás aún no ha llegado “. Esa indefinición espacial
del lugar propio concede una mayor comprensión de la soledad y de la condición
de trasterrado.
Frente a la ostentación erudita y
al formato resplandeciente, Micromicón empequeñece sus contenidos, como si lo
profundo del ser necesitara descubrir un mundo tangible, hecho para habitar el
puño cerrado de lo cotidiano. Los mínimos poemas salen al día para percibir los
callados destellos que duermen en la oscuridad, esa grandeza inadvertida que
habita en las cosas más elementales, el pulcro patrimonio que nos reconcilia
con la existencia.
Esta propuesta de lectura y el análisis que haces de ella, querido José Luis, engrandece aún más esos mundos menores que refieres."Habitar el puño cerrado de lo cotidiano". Casi nada. Abrazos amigo!
ResponderEliminarBuenos días, querido poeta, ya sabes con qué alegría salgo a las palabras para abordar los frutos de poetas contemporáneos; tengo con los autores de Takara Editorial una relación personal muy grata, así que siempre busco en cada nuevo título una estación de llegada. Feliz día y un saludo desde la Feria del Libro de Rivas.
EliminarSaludos amigo, disfrutad de los buenos momentos. Salud
ResponderEliminarAyer me pasé buena parte de la tarde con la editora de Lastura; tiene un amplio fondo de poesía y solo es cuestión de tener un poco de paciencia al abordar el nuevo libro; siempre hay que cumplir normas de calidad y rigor y los plazos marcados por las publicaciones pendientes. Un fuerte abrazo.
EliminarLa precisión de lo breve. De León Molina disfruté mucho de su "Un hombre sentado en una piedra", ya con ese libro vi que su Poesía conectaba conmigo así que me apunto, por supuesto, éste.
ResponderEliminarGracias como siempre por tu análisis amigo José Luis.
Feliz tarde de domingo.
Sandra.
Gracias Sandra, es una compilación de micropoemas que buscan ir dejando tallos nuevos, esos brotes que anuncian nueva vida.Abrazos.
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