Escaramujos Jesús Munárriz Editorial Pre-Textos Colección La Cruz del Sur Valencia, 2019 |
SABOR DE INFANCIA
En la antología Materia del
asombro, seleccionada por Francisco Javier Irazoki, se vislumbra el largo
itinerario lírico de Jesús Munarriz, entre 1970 y 2015, a través de una
selección representativa de setenta y cinco poemas. El cardinal servía de
homenaje afectivo para conmemorar el septuagésimo quinto cumpleaños del poeta,
traductor y editor. La muestra integra un liminar sobre la voz poética de Munárriz
con este párrafo clarificador: “En ella está la voz del hombre que cuida su
idioma, la del coleccionista de preguntas, la de un ser enamorado, la del
artista con inquietudes cívicas, la del que acompaña a un guía…”. Evidencia que
los argumentos se nutren de un yo plural que fusiona contingencia y
pensamiento, que hace del lenguaje un sustrato instrumental para constatar la
sensibilidad y el compromiso del sujeto.
La preceptiva clásica japonesa del haiku impone al yo una veladura
especular; la imagen del poeta se borra para focalizar en primer plano un
entorno natural, sometido al renovado proceso de lo transitorio. El devenir
contemporáneo difunde nuevas perspectivas líricas y es frecuente encontrar
haikus en los que se asoma esa solitaria voz coral que enmarca en tres versos
sus visiones sobre el entrelazado que conforman entorno y sujeto receptor. Asú
sucede en los libros de haikus que Jesús Munárriz ha ido escribiendo hasta la
fecha, Jaikus aquí (2005) y Capitalinos (2018), a los que ahora se
añade Escaramujos (2019), una obra
cuyo título recupera el sabor de infancia y enaltece la cercanía a la naturaleza, aquel deambular entre zarzas, moras y rosales silvestres
Si en Capitalinos el laberinto
urbano se convertía en lugar del poema, en Escaramujos
el paseante retorna al hábitat campestre y a los espacios de sosiego y
soledad rural: “Llueve en el pueblo, / En lo alto de la sierra / cuaja la
nieve”, “Pican los tordos / entre la nieve blanca / escaramujos”, “En un
sembrado / un bando de avefrías; /
recobran fuerzas”. Se tantea el sentir más clásico de la estrofa, ese
minimalismo formal que convierte cada detalle del paisaje en materia poética.
También resuena el carácter temporalista del haiku y la palabra de estación que
convierte a cada etapa anual en apartado organizativo; los haikus de invierno,
primavera, verano y otoño revitalizan las vestimentas temporales de las cosas y
su actitud de espera y goce sensorial.
El trébol verbal es introvertido. Le gusta el rumor leve de la
confidencia que convierte la sensación en una estela mínima: “Entro en el
monte. / Me saluda la jara / con su perfume”, “Se arremolinan / las semillas
del chopo / como algodones”, “Le hace cosquillas / al álamo temblón / la leve
brisa”, “ Mota de polvo / en un rayo de sol. / Así me siento”. Crea sinestesias
donde se abrazan sensaciones sensitivas y sentimientos. La realidad se
convierte en un espacio interior en concordancia con la forma de sentir y
pensar del figurante lírico. Frente a los sentidos se alza una multiforme pared
de colores y formas; sus estímulos se transforman en experiencia estética: “Tiñen
de malva / las laderas del monte / los tomillares.”, “Entre la niebla / en que
se hunde el camino / suena una esquila”, “Escaramujos / incendiando las zarzas
/ en el crepúsculo”.
Jesús Munárriz ha comentado en algunas
entrevistas que la difusión y edición de poesía japonesa le ha llevado al
cultivo del haiku. El lector recordará que la editorial Hiperión ha creado un poblado
catálogo de traducciones de poetas esenciales del canon. Y en Escaramujos hay guiños evidentes a los
magisterios de Bashô, Santoka, Sokan; para no extenderme solo constato un
ejemplo que muestra la calidez gozosa del homenaje: “Salta la rana. / Resuena
el viejo estanque / como hace siglos”.
Kigo es
la palabra estacional que aparece en el tríptico y conforma un concepto
esencial en la mentalidad japonesa. Jesús Munárriz titula “Sin Kigo” la última sección, como si
formulara una poética personal sobre la estrofa; pero no hay ninguna quiebra
semántica. Cada uno de los textos, con o sin palabra estacional, difunde la
belleza de lo mínimo: “Vuelve y se duerme / el mochuelo en su olivo / de
amanecida”, “Primeras luces, / silban los mirlos, silban / asoma el gato”,
“Sobre la hierba, / las plumas del gorrión / y, cerca, el gato”.
En la poblada
trayectoria del poeta editor el haiku ha encontrado tierra firme; es
una sugerente manifestación de verdad y belleza que, en su minimalismo formal,
esencializa una percepción del mundo. Son cálidos destellos que nos muestran,
con cercanía afectiva las heterogéneas aristas de la realidad. Escaramujos
es un libro excelente; parte del conocimiento profundo de la tradición
oriental para incardinar ese saber, con naturalidad y sencillez, en un entorno
complejo y consistente, pleno de vida, proclive a la emoción de quien
contempla.
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